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Alfredo Landa visitó la ciudad en 1992 y fue homenajeado por el Club Piscis

Visitó Cabárceno, que le encantó, estuvimos en el Chema y el Cabrero, además de otros lugares tradicionales de la ciudad para terminar con un almuerzo en el Gimnástica, que regía Chema Fernández Bilbao, un forofo gimnástico.

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09-05-2013

 En marzo de 1992 un grupo de cántabros vinculados al Club Piscis, de Torrelavega, invitamos a Alfredo Landa a que como miembro del mismo por haber nacido en este signo del zodiaco, compartiera con nosotros la cena anual -a la que corresponde la foto de la entrega de un cuadro,que en esta ocasión se celebró en el Hotel Los Infantes de Santillana del Mar  Fueron dos jornadas extraordinarias en las que Alfredo Landa se ganó a todos por simpatía y afecto a cuantas personas saludos y trató durante su presencia entre nosotros. 

En la cena en la que le rendimos un justo y merecido homenaje, me tocó a mi ofrecerle el título de miembro honorario del Club Piscis, al tiempo que recibía nuestra medalla de oro. Alfredo Landa lo hizo todo fácil, entrañable y durante su estancia hizo cuando le pedimos. Visitó Cabárceno, que le encantó, estuvimos en el Chema y el Cabrero, además de otros lugares tradicionales de la ciudad para terminar con un almuerzo en el Gimnástica, que regía Chema Fernández Bilbao, un forofo gimnástico y torrelaveguense de los de siempre. Alfredo Landa se ganó a todos, sencillamente porque demostró ser un hombre de a pie, como los demás, agradecido de recibir un homenaje sencillo pero sincero, que con seguridad nunca se esperó. Cuando se le invitó, vio tan original el pertenecer a un Club que llevara el nombre del signo del zodiaco en el que había nacido, que aceptó la invitación. Y aquí, entre nosotros, demostró esa cordialidad que ganó a muchos torrelaveguenses que en las calles de la ciudad se acercaron a saludarle.

Desde estos recuerdos, es natural que en estas horas expresemos nuestro dolor por su muerte y la solidaridad con cuantos le trataron y le amiraron como persona y como gran actor.  Sin duda, Alfredo Landa pasa a la historia  del cine español como el hombre que bautizó el «landismo», ese subgénero de la comedia de enredo tan «typical spanish». Con la muerte del actor a los 80 años, España pierde a otro mito en este 2013, en el que ya se fue Sara Montiel.

Landa fue en el cine del desarrollismo español, ese del final de la década de los los 60 y de los años 70, un macho ibérico conquistador de suecas. Un Don Juan atípico -bajito y bruto- que se llevaba a las nórdicas de calle. Pero su carrera, con unas 120 películas, fue mucho más. Tres Goyas -uno de ellos honorífico- y el premio al mejor actor en Cannes avalan la trayectoria de uno de los intérpretes más emblemáticos del cine español.

Grabada en la memoria de muchos cinéfilos está aún la noche del 3 de febrero de 2008, cuando Alfredo Landa, también nominado por Luz de domingo, subió al escenario para recibir el Premio Goya de Honor con el que la Academia rendía homenaje a su trayectoria. Y el actor, que no fue precisamente un hombre con dificultad de palabra, no consiguió articular una sola frase con sentido. «Lo que me pasó allá arriba no me había pasado jamás», escribió meses después en sus memorias Alfredo el Grande. Vida de un cómico.

«No podía hablar, no acertaba (...) Espantoso, espantoso, no lo he pasado peor en la vida», contó. Quizá fuera consecuencia del tenso rodaje de Luz de domingo y su distanciamiento del director José Luis Garci o, tal vez, de un cúmulo de emociones asociadas al premio.

«Fue la despedida "real" de mi profesión, de lo que había sido mi vida (...) Dije adiós y me dijeron adiós.» Esa vida forjada en el cine, el teatro y la televisión comenzó un 3 del 3 de 1933 en Pamplona, en el norte de España.

Hijo de un capitán de la Guardia Civil, siempre reivindicó su origen navarro, aunque fue en Madrid donde transcurrió la mayor parte de su biografía. Allí se trasladó en 1958, tras abandonar la carrera de Derecho para actuar sobre las tablas. Cuatro años después, debutó en el cine de la mano de José María Forqué con un pequeño papel en «Atraco a las tres», una sátira sobre la sociedad española del momento.

Su extensa trayectoria arrancó con papeles cómicos en títulos como Ninette y un señor de Murcia, de Fernándo Fernán Gómez, o el monaguillo de El verdugo, de Luis García Berlanga. Hasta que a finales de los 60 se especializó en esas comedias de líos de faldas como No desearás al vecino del quinto, Vente a Alemania, Pepe o Manolo la nuit, que durante la década de los 70 germinaron en el fenómeno sociológico del «landismo».

Y es que Alfredo Landa, junto a cineastas como Mariano Ozores o Pedro Lazaga, supo explotar como nadie el cliché de español machista, fanfarrón, reprimido y bajito, que inexplicablemente hacía suspirar a las turistas suecas. ¿Irresistible en bañador? «Yo a mí mismo me noto la irresistibilidad», bromeaba una vez. Pero el «landismo» iba más allá: retrataba, en clave de humor, algunas de las contradicciones morales del final del franquismo, marcadas por la liberación sexual de la época.

Después llegó su etapa más valorada, en la que colaboró con los principales cineastas españoles: personajes emblemáticos como el brigada Castro en La vaquilla (Berlanga, 1985), el detective privado de El crack (Garci, 1981), el bandido de El bosque animado (José Luis Cuerda, 1987) y especialmente el campesino Paco de Los santos inocentes (Mario Camús, 1984), que le valió el premio al mejor actor en Cannes ex aequo con su compañero de reparto Francisco Rabal.

Amante del fútbol y los dry martinis, Alfredo Landa se llevó dos de los siete Goyas a los que fue nominado por sus interpretaciones en El bosque animado y La marrana, una comedia rural dirigida también por Cuerda. Y entre tanto, cosechó un enorme éxito en la pequeña pantalla, con series como El Quijote de Miguel de Cervantes, en la que dio vida al escudero Sancho, Lleno, por favor o hace menos años, Los Serrano.

En 2007, durante el Festival de Cine Español de Málaga, anunció su despedida profesional. «Desde aquí le digo a Steven Spielberg y Martin Scorsese que no tienen nada que hacer y que hasta luego», bromeó entonces. Hoy llegó la otra, la despedida de verdad y para siempre. Pero su huella queda arraigada profundamente en el imaginario de varias generaciones.

Descanse el paz este gran actor y buen amigo.