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A la memoria de Mellucos, trovadora y panderetera

'Teníamos un borrico al que llamábamos “Colodro” con el que apurríamos el abono a los praos, pindios que pa qué, por aquellos caminos que eran barrancales, se estorregaba y se levantaba con los cuévanos colmaos de abono.

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A la memoria de Mellucos, trovadora y panderetera
20-02-2020

A la memoria de Mellucos, trovadora y panderetera, que nos ha dejado hoy a la edad de 87 años, y ya descansa en paz.

Historias aldeanas
MELLUCOS

A Mellucos* la adoran sus nietos porque les canta trovas al son de la pandereta y también les ha enseñado a tocar las tarrañuelas, así como a sentir gran devoción por el santo del pueblo de su abuela, San Cipriano, donde ella conoció al abuelo César. Mellucos, que es de complexión delgada y baja de estatura, pero con un gran corazón, accede a contarles a sus nietos lo que a ellos más le gusta: las cosas de la infancia de su abuela allá en el pueblo, y que no es otra cosa que la transmisión oral de vivencias y tradiciones ya lejanas en el tiempo, pero que forman parte de la singular historia de cada familia. Mellucos por tanto les relata retazos de su vida en San Miguel y que a veces son interrumpidos por la llamada a la puerta de alguna vecina, el sonar del teléfono o la pregunta curiosa de alguno de sus pequeños oyentes.

'Pues qué, hijucos, si mi vida ná tiene de importante. No sé qué vos puede interesar. To han sido desgracias y penas hasta que me casé. A los siete años me quedé sin madre, la pobre, con lo guapa que era y que murió de parto; a los nueve sin una hermanuca que la´tropelló un coche, fíjate tú, que entonces pasaba uno ca dos días; y a los diez sin padre, que murió en la mina de Reocín. Casi no fui a la escuela y cuando fui creciendo me eligieron para llevar el almuerzo a los segadores en las brañas de San Cipriano; patatas con bacalao o guisadas solas y torrendos de tocino blanco, con vino y pan siempre. Tamién arrancaba escajos en invierno con una horca y una hoceta, que era la punta del dalle; los acaldaba y en coloños los bajaba a casa onde los picaba en unos cocinos de madera con nabos y calabazas pa echáselo a las vacas. ¡Qué bien olía aquello!'

'Sorrapeaba la tierra pa luego cavar y hacer hogueras, sembrando patatas, alubias y maíz, allá en el cierro que teníamos en Peonás Largas. Tamién me alcuerdo de cómo con mi hermana Luisina bajábamos del monte coloños de leña pa hacer la lumbre y cocer la comida que mos hacían nuestras tías y la agüela Obdulia, y que después mos llevábamos pa pasar el día cuidando las vacas, en Prao Lavá o en Cebeo. Allí de tristeza algún día lloré, pero también mucho canté y toqué la pandereta y las tarrañuelas. Ya de bien moza me mandaban hacer recados a Torlavega y a los economatos de Barreda y Los Corrales, y a llevar la comida a mis tías que trabajaban en la fábrica de Las Caldas, a las que yo les cuidaba los críos.'

'Teníamos un borrico al que llamábamos “Colodro” con el que apurríamos el abono a los praos, pindios que pa qué, por aquellos caminos que eran barrancales, se estorregaba y se levantaba con los cuévanos colmaos de abono, y cuando no podía se los tenía que descargar; entonces le decía yo “qué maricón ya se me resbaló”. ¡Pobre borrico, que como su ama tanto trabajó! Aprendí a ordeñar, hice de salladora de maíz a jornal, sacar patatas y trabajar la yerba. Entonces se comía lo que se trabajaba: torta, leche, pulientas, mucho pudrío de alubias y berza y de garbanzos, que era lo mejor. To guisado en un puchero de barro que se ponía en el llar, onde tamién se hacía la borona con unas hojas de castaño; y los domingos le'chaban algo de compango, más que ná gallina que la agüela mataba, que en aquellos tiempos no era como ahora, que entonces no había perras pa comprar carne.'

'Íbamos a moler al molino de Villanueva y mos quedábamos toda la noche y el día pa poder traer a casa la molienda. Muchas noches por los ocalitales de Estrada viniendo del molino, iba encima´l burro y del miedo que tenía me tapaba la cara y las orejas. Mi agüela materna, Obdulia, murió cuando yo tenía quince años, y guardamos cuatro de luto. Lloré mucho de pena porque fue ella quien me crió, me acogieron entonces mis tíos Ascen, Norberta y Lolín, que continuaron con el ejemplo de mi agüela.'

'Iba de mañanuca a la llosa de las Cerrás Nuevas a soltar el perro que había dejao cuidando las liebres y los cuervos que comían lo sembrao que habíamos echao la víspera. ¡Qué tiempos aquellos corriendo detrás de las vacas por t´ol monte, tapándonos con un saco cuando llovía porque entonces no había parabüas. Y cuando teníamos hambre, que a mí me tocó de verdad pasalo, íbamos a los bardales y comíamos en la primavera las puntas de las zarzas, moras, con las que jugábamos al “morín” y al “morón”, andrinas, pandecos que se daban en el verde, mayuetas que había en las orillas de las camberas y después lo que arrebañábamos por ahí como manzanas, peras, cerezas, piescos, nueces, avellanas y castañas.'

'He de decirvos que descalza nunca anduve, pero apañé muchas caladuras de la cabeza a los pies. Mis tíos me enseñaron mis primeras letras y la tabla de multiplicar. Ya de más mayor mi agüela me mandó a lecciones a la escuela de Yermo, que en San Miguel no había escuela: después mis tías me mandaron a la costura y eso fue tóo lo que aprendí. Poco, muy poco había, pero hay que ver ése ejemplo de nuestros padres y agüelos porque aprendiéramos, al menos, a leer y escribir, Seguro que ahorrando ellos de lo poco que había pa comer.'
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(*) Mellucos es simplificación de Remediucos, que proviene del nombre propio Remedios con el sufijo diminutivo –uco, propio del habla montañesa, y cuyo verdadero nombre es Remedios García Guerra, natural de Corral, en el valle de Cohicillos, municipio de Cartes. Es por tanto un personaje real, y sus vivencias, trovas y poesías están recogidas en un libro que ella mismo redactó, editó y publicó con el ánimo y apoyo de ciertas personas que, modestamente, contribuyeron a que no se perdiera su legado.

En la foto Mellucos con sus tres hijos.