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Abascal, Ferrer y Losada: amigos españoles en México

¿Qué puedo decir de Eulalio Ferrer?. Eulalio tiene escrita una veintena de libros, principalmente sobre propaganda y publicidad Empezó como periodista en “La Región” y siguió en “El Cantábrico”.

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Abascal, Ferrer y Losada: amigos españoles en México
29-05-2020

ABASCAL, FERRER Y LOSADA: AMIGOS ESPAÑOLES EN MÉXICO

Ayer viniendo de Valdecilla pasé junto a la Plaza de Méjico y al ver el “monumento a Juárez” recordé a Ángel Losada, el gran empresario de Rozas de Soba, de quién estoy agradecido por su trato y algunos gestos generosos, por ejemplo la cantidad de dólares que me puso un día en la mano al ir a visitarle a su oficina principal de “Gigante” en México. Fui a despedirme tras dar unas conferencias, subimos a su despacho en el ascensor exclusivo con llave, le confirmé que iba a vivir a Estados Unidos y me dijo: “Esto para que puedas comprar un coche, pues allí es imprescindibleCon aquel donativo le compré su “Chevrolet Malibú” al profesor cubano americano del Departamento de Gobierno de Georgetown, Eusebio Mujal León.

Todo el mundo le llamaba “don Ángel”. Había llegado a México en 1925, pasó a Apan, Hidalgo, se casó en 1940 y, tras crear varias empresas, retornó a México y en los años 60 fundó “Gigante”. Panificadoras, muebles, construcción, juguetes, no había un sector en el que no tuviese sus intereses. En 1976 el Ateneo de Santander le distinguió como “Montañés del año” y en un homenaje en el Palacio de La Magdalena, me llamó para apoyarse al bajar las escaleras exteriores y me sentí muy bien. Tuve confianza en él y me aconsejó muy bien.

¿Qué puedo decir de Eulalio Ferrer?. Eulalio tiene escrita una veintena de libros, principalmente sobre propaganda y publicidad Empezó como periodista en “La Región” y siguió en “El Cantábrico”. Se exilió a Francia y pronto siguió a México, en donde desde la revista “Mercurio” pasó a interesarse por la publicidad como oficio y de la que reflexiona brillantemente en su ensayo “La publicidad, profesión intelectual”. Tengo dedicadas bastantes de sus obras y una buena colección de cartas escritas a mano con su letra verde.

Cuando voy al Sardinero, al ver la estatua de Pérez Galdós y de “El Quijote” frente a la segunda playa del Sardinero, también viene a mi memoria el autor, entre otros textos, “de la publicidad al publicista” (México, 2a. edic., 1966). Pero no olvido tampoco que en Junio de 1987 me recomendaría a Mario Vázquez Raña y trabajé algo en mi escaso tiempo libre en la Agencia UPI de la calle 14 (Washington D.C.).

Ya en 1985 me preparó Eulalio una agenda de conferencias en el país azteca para Febrero del 86: En la Universidad Iberoamericana, la Asociación Montañesa de México, el Grupo Ferrer y la U.A.N.L., Universidad Autónoma de Nuevo León (Monterrey). Comparecimos juntos en varios periódicos. En los años 90 me invitó también en Guadalajara al importante “Coloquio Internacional de Comunicología”. Además me puso en un brillante panel junto al filósofo francés Braudillard. 

Seguí tratando algo con su hija, Ana Sara (diciembre del 97) y pude recordarlo al saludarla en noviembre del 2018 con motivo del Premio Internacional del día anterior, presidido por Angel Pazos en el Paraninfo de La Magdalena. Nos reconocimos muy bien.

Debo explicar que fui injusto en algunas ocasiones con Ferrer (instigado por otro amigo mío que ya falleció) y en un artículo de “Aristas vivas”, titulado “El mecenas”. Pero después nos dijimos todo lo que pensábamos y lentamente fuimos, como él mismo escribió, “enriqueciendo nuestra amistad”.

Su epistolar reacción a primeros del 77 -ejemplo de madurez-, fue la siguiente: “Hay en tu personal manera de ser una carga energética de vitalidad pensante que atrae y cautiva, incluso en sus desbordamientos”. Eso lo dice todo de su aprecio.

Para Manolo Abascal tengo asimismo un especial afecto igualmente en mi memoria. Cuando voy con mi amigo Agustín Ruiz por la Vega de Pas o Villacarriedo y rememoro la  buena recepción que me dio en el Distrito Federal. Y en una soberbia comida en Lerma, donde tenía el lujo de su rancho familiar con vehículos de lujo para su colección, incluyendo motos y motopiés para sus nietos. Su hija enfermera, Conchita, a mí y a dos de mis hijos nos llevaba a ver cosas grandiosas y otras más pintorescas. Una mañana la pasamos en los movidos canales de Xochimilco y sus coloridas barcas. Excelente anfitriona.

Una noche también fuimos a la famosa “Zona Rosa” de la Colonia Juárez, de la brillante Delegación Cuauhtémoc en el comercial y bullicioso Corredor Turístico del paseo de la Reforma. Pese a las advertencias de don Manuel, nada más entrar a un local, me colocaron un gran sombrero y me sacaron a cantar. Se lo he contado en su día a Felisa GRascón cuando voy a comer al “Garibaldi” de la calle Santa Lucía en Santander.

A Manolo le reconocí por la voz de nuevo -y en principio sin ver su rostro- cuando se nos sentó a la misma mesa en un homenaje a José Luis Ocejo en “El Chiqui”. Me le había presentado Antonio Zúñiga. Cuando supe que había ido de muchacho a México y me contó su vida, titulé en la prensa “Un emperador en México”, a donde llegó en los años 40. Tras remendar sacos e ir al río con una “Harley  Davidson” de segunda mano, empezó a destacar pronto en la alimentación con “pasta yemina” y en “Teleyak”, pero Manuel Abascal sobresalió como el gran industrial del plástico. Me enseñó varias de sus 7 fábricas, todas muy limpias, con los yernos al frente y él de incansable superjefe. 

También me invitó Abascal a conferenciar cuando fue presidente del “Centro Montañés” en una brillante gestión de local y actividades entre las cuales estaban las clases de aquel otro gran amigo mío que me hizo un buen retrato y que, al ser tan personal, se ha librado del expolio del Museo de Beranga: Enrique Fernández Criach (1930-2012). Pintor, escultor y gran persona dedicó esta obra, sufragada por Losada, a Benito Pablo Juárez (1806-1872). Por cierto fue el último con quien fui a llevar otra obra al mencionado fallido museo, algo totalmente oscuro e imperdonable.

En fin, en Santander y en México traté y entrevisté en distintas ocasiones a las personas que he citado y otras. Ellos me abrieron sus casas, la efectiva relación con su familias y el obsequio amistoso de  sus atenciones, su mediación y simpatía. Si esto no es amistad, díganme el nombre que tiene.

Y conocí a otros muchos: Andrés Villa, Rogelio Corrales, el caballero con sombrero, Mateo Toca, Juanjo Sáiz, el gran industrial del aceite en Guadalajara, que también me agasajó en un almuerzo con una docena de industriales y me mandó el mariachi jaliscense “Los Toritos” al “Camino Real”.

Faltaría la mención de amistosas relaciones no con españoles sino con mexicanos. Con Alfredo Sánchez en el “Cesine”, donde hicimos buena labor con las clases y tesinas de los estudiantes y con la profesora oaxaqueña del Politécnico de Monterrey, Ana Cecilia Torres, por citar a un par de personas. Y sin dejar atrás a José Carreño, el corresponsal en Washington DC de “El Universal” que me hizo el prólogo de mi tesis en Julio de 1998 o a José Cortés, funcionario de la “American Nuclear Regulatory Commission”.

Pero no quiero alargarme porque sería una novela exponer mis andanzas en Oaxaca por el Monte Albán o, regresando a la capital con el lebaniego Toño Guerra y, a solas, descubriendo los buenos museos, especialmente el de Rufino Tamayo que me encanta. Descubriendo, en fin, las pequeñas librerías cerca del Zócalo, la alegre presencia de niños jugando con pompas de jabón en Guadalajara o la colección de los “Quijotes” en Guanajuato en compañía de mi buen amigo Octave du Temple con quien fui al Aeropuerto León/Guanajuato (BJX) con un avión del hangar presidencial. No había podido ir, invitado por Ferrer, a su inauguración.

En general son, sí, bastante buenos mis recuerdos. Como de las lecturas de Octavio Paz, de Carlos Fuentes o del entonces joven novelista Gustavo Sáinz.