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Angel Ocejo, investigador original y apasionado de las huellas de Cantabria

Tampoco rehuye la polémica cuando sostiene que por un siglo y medio no se ha cuestionado la “correcta inteligencia” para el origen del primer rey don Pelayo cuya figura no debe limitarse a Covadonga y Cangas de Onís.

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Angel Ocejo, investigador original y apasionado de las huellas de Cantabria
26-06-2020

 

Con el historiador cántabro Ángel Ocejo, de Valdecilla (Solares), se hace muy verdadera la afirmación del trascendentalista bostoniano Ralph Waldo Emerson: “Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta”.

Pensar y debatir. Con Ángel, que hizo en los cinco años prescritos la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Cantabria bajo la modalidad del “acceso” para mayores de 25 años, tengo siempre una conversación algo apasionada, interesante y sobre temas de la naturaleza y culturales. No es de ahora. Desde que nos conocimos hace ya una buena ristra de años. 

Eramos ambos, por separado, amigos y en cierto modo alumnos o discípulos (él en la “Academia Juanes”, yo por libre) de Julio Montes, buen nexo de devoción por el estudio y la sana curiosidad por temas humanísticos clásicos y por el cercano disfrute de los asuntos de Cantabria.

Ocejo teoriza, data, halla y luego correlaciona. Y también hace cosas demostrativas y prácticas con las manos. Tiene,  por tanto, algo de intelectual orfebre. Luce habitualmente un original sentido del humor. Normalmente no usa teléfonos ni Internet, viste informalmente y contagia su directo optimismo.

Por aquí tengo su libro “Augusto y Corocota” (Santander, 2009), dedicado con agradecimiento justamente a la memoria de Don Julio Montes, a quien entre otras cosas describe como “hombre bueno, mente prodigiosa , y siempre querido y recordado amigo”. Pero también hay unas afectuosas palabras de puño y letra para mí en mi ejemplar como “animoso impulsor” -que lo fui- porque viví la entrega y rigor con que él hizo su investigación que antetitula  Conciliación en Hispania s. I a.C.

Tratar con Ángel Ocejo Herrero es lo más opuesto a hacerlo con la mejor figura de un turista ideal. Su interés por los temas que le gustan y aborda tiene algo de búsqueda profunda, diría casi de un religioso arraigo. Abarca las huellas físicas, arqueológicas, y junto a los datos que emanan del trabajo de campo, los de las fuentes grecolatinas e interpretaciones comparadas en distintas épocas o regiones. Pero el eje es siempre Cantabria.

Por cierto, tampoco rehuye la polémica cuando sostiene, como ha hecho en un congreso, que por un siglo y medio no se ha cuestionado la  “correcta inteligencia” para el origen del primer rey don Pelayo cuya figura no debe limitarse a su gran papel al frente de los astures en la batalla de Covadonga y en Cangas de Onís. Lo bueno de Ángel es que respeta mucho las opiniones ajenas y las contrarias, pero desdobla y refina las suyas deslindando, cuando es exigible, los aspectos legendarios y novelescos de sus conclusiones que establece con rigor.

Recuerdo cuando le acompañé a Cabezón de la Sal para ver el “Museo de los Cántabros” en Cebezón de la Sal y hasta comparecí ante algunos concejales para que se revalorizase debidamente aquel espléndido esfuerzo divulgativo y recreador que diera lugar a la brillante exposición “CántabrosLa génesis de un pueblo” (1999) en Santillana del Mar.

Todavía antes había Ocejo ya creado al aire libre y a tamaño natural en Argüeso el pionero “Poblado Cántabro” en España para mostrar eficazmente la existencia y formas de vida de nuestros primitivos antecesores. ¡Cuánta voluntad y dedicación para cortar las escobas (con ayuda de su padre) y “reedificar” la techumbre con paja de centeno y trenzar y “armar” con verosimilitud esas viviendas prehistóricas!.

Otra faceta a destacar es que Ángel Ocejo suele dar honradamente su reconocimiento a quien le inspira o abre pistas de ejecución. Por ejemplo, desde su compartida experiencia en un congreso sobre celtíberos en Daroca (Teruel). Es el caso concreto de su mención de la investigadora Magdalena Barril, primero miembro del Departamento de Protohistoria y Colonizaciones del Museo Arqueológico Nacional y después ex directora del Museo de Altamira y del Museo de Cuenca. 

Pero no puedo hablar de Ocejo sin hacerlo también de Elena Barriuso, su pareja, maestra y responsable de la Administración en la Biblioteca de la Universidad de Cantabria ya durante el mandato de siete Rectores, solidaria e idealmente compenetrada con sus tareas e idealistas aportaciones. La amistad con Elena, fue llegando casi a la par y es indisoluble. 

Es lo curioso que Ángel, original e individualista, es a la a vez muy familiar. No tardó mucho en presentarme a su madre, María Teresa Herrero, pintora realista, a su padre, ebanista fino, y a su hermana que lo mismo versa sobre yerbas medicinales que levanta una pared para la conveniente restauración de una casa. Acogedora familia donde las haya.

Y debo igualmente mencionar cómo, a invitación de Elena y Ángel, he participado también en algunas bien ideadas excursiones de gran valor cultural con el grupo de profesores que lideraba el finado profesor Ramón Bohigas. Y lo pasamos muy bien, por ejemplo, en el viaje a “Astúrica” (Astorga) y de allí a la villa vallisoletana del libro, Urueña, en donde visitamos la muralla y gozamos todos de la impresionante vista y colorido del paisaje de la Tierra de Campos.

Concluyo con la retrotracción de Emerson, sí: que poder “pensar en voz alta” con un amigo como Ángel es una gran suerte. Y además algo culto y divertido.