De "chico de los recados" al buzo azul en "Ruiz de la Hoz"
Con la llegada de “Pryca” y otros cambios, se complementaban cargas y, tras 20 años más, se fueron vendiendo camiones y locales (a “Lupa” y para un bar) y en 1998 se cerró.


DE “CHICO DE LOS RECADOS” AL BUZO AZUL EN “RUIZ DE LA HOZ”
El orador y jurista romano Cicerón, asesinado el 43 a. C., es quien dijo que “el primer precepto de la amistad es pedir a los amigos sólo lo honesto, y hacer por ellos sólo lo honesto”. Seguramente esto también aplica a los compañeros que devienen en amigos en el trabajo. El caso de mis dos compañeros y amigos en las tiendas santanderinas de “Jesús Díaz”.
Muerta mi madre y habiendo salido de mi experiencia de estudiante en Algorta y la Bien Aparecida, tras un tiempo de muy grato recuerdo en Ampuero (encima del Bar “La Florida”) con mis hermana María Luisa y mi cuñado maestro, José Mary) tuve que empezar a trabajar en Santander. Fue duro. Llevaba un carrito o al hombro pedidos de “Jesús Díaz” a las casas de Lealtad e Isabel II. Chico de los recados como en algunos relatos literarios, pero verdadero, no verosímil.
Y allí tuve amistad con Fernando, el hijo mayor de Pío Muriedas, y también con José García del Pomar del barrio Tarriba de San Felices de Buelna y con Jesús Vázquez, que después pasó de guardia municipal a cabo. La tuve y la mantengo pues al menos una vez al año nos reunimos para comer y recordar la parte buena de aquello. Y a uno de los jefes, sobre todo, el hermano bueno, José Manuel Díaz con quien yo trabajé más cerca y junto a Margarita Cordero en el almacén que había en la calle Francisco Quevedo junto a la desaparecida lavandería “Garvia”.
José Manuel etiquetaba muy bien la mercancías y ponía con esmero los precios con su letra clara fuese whisky “Dimple” o el entonces sofisticado cangrejo “Chatka”. Aparte de tratarme bien, me enseñó a cargar sacos sobre el cuello y no al hombro como yo lo hacía torpemente. Pero él era el primero trabajando y daba ejemplo.
Mientras Vázquez pasó antes de ser municipal por “Chocolates Rivero”, la droguería de Pérez del Molino en Juan de Herrera, por la Carnicería Coterillo en San Fernando y fue chacinero en la mili en Madrid (Regimiento Inmemorial I), Pepe García del Pomar sirvió en el “Hotel María Isabel”, inauguró el ambigú del cine Capitol, pasó por la Cafetería “Lisboa” del Sardinero, por las cafeterías “Marsella” y “Chamonix”, se fue a la mili a Valladolid (Aviación) y se quedó a trabajar en Fasa Renault. A ninguno de los dos compañeros se les ha regalado nada hasta su bien ganada jubilación.
Venimos los tres de aquella primera escuela de chicos de las tiendas aunque yo no llegué a dependiente como ellos. Alguna vez me lo recuerda sin maldad Mariano Pérez, el “dentista”.
Aquella no fue mala escuela de recados -de carrito o cajón-, del recuerdo de las batas grises de los mayores don Jesús y don Manuel en Lope de Vega, Mary Carmen y Antonio en Isabel II y Fernando Viejo en Lealtad. Y de menos gratos encargos de Jesús-hijo en Rualasal, bien compensados por la fresca y simpática sonrisa de Conchita, una bella y joven dependienta cuyo apellido no recuerdo y de la que estábamos todos prendados.
Pero mi primer “ascenso” fue pasar de chico de la tienda a obrero con buzo azul. Y ya no tenía que cruzar con el carrito o el pedido cuando me encontraba con las chicas a las que había dicho que era estudiante sin aclarar ex estudiante.
Gran suerte fue, por tanto, pasar a “Ruiz de la Hoz” a la calle San Luis, 27, el almacén de coloniales, y de merluza congelada enfrente, ahora un bar. Porque Pepe Ruiz de la Hoz y Adela, su señora, y sus hijos eran una bonita familia y nos trata bien. Pagaba a la semana, y su tercer hijo, Pepín, era, como digo, es una persona totalmente ejemplar como compañero
Mariví, la mayor de las hijas de Ruiz de la Hoz, estaba casada, luego venía Adelina, que se casó con mi amigo ampuerense, Paquito Bringas (de “Sotoliva” pasó a representante de su suegro y después al Banco de Santander), a continuación va el citado Pepín, Mary Carmen que fue a la Seguridad Social, Cholo y Javier.
En aquella casa de la calle San Luis había hombres y camiones: dos Tempos de “Barreiros”, un “Ebro” de 6.000 kgs. y bastante buen compañerismo. Como era el más joven y al principio no podía bien con los sacos, me ponían en la “caja” de los camiones para ordenar la mercancía según iba llegando. Tuve allí un amigo, Emilio, a quien he perdido la pista. Era de Peñas Redondas como Antonio y otros con los que íbamos a las casetas y al tiro en las fiestas. Desde el camión de mi ídolo entonces, aparte de Pedro, el conductor Ricardo San Martín, piropeé a una veraneante francesa, Guillermine, que estaba en el balcón y hasta nos en ennoviamos.
Ha pasado el tiempo y ahora no recuerdo el apellido, pero fui bastante amigo de Emilio (creo que Sánchez) y me gustaría volver a verle. Además del conductor Ricardo San Martín, recuerdo a aquellos otros trabajadores: Manolo “el negro”, Ganzo (¿Ramón?), coracero en el muelle también, Luis Jiménez Guerra, Modesto Nieto, y otro chófer muy inquieto, Pedro.
Como lo han sido las posteriores trayectorias de Pepe García del Pomar y de Vázquez, hoy jubilados (con dos nietos el primero), no fue mala experiencia la del siguiente a mi primer trabajo. Ni fue mala “escuela” pasar después, ya digo, por “Ruiz de la Hoz” pues Pepe animaba a estudiar (por la noche iba a la “Ripollés”) a Calvo Sotelo. Y, además del buen ejemplo de su hijo Pepín, nos daba -sin “ertes”- la paga del 18 de julio y pasé del blusón grisáceo al buzo azul. Falleció en 1978. Con la llegada de “Pryca” y otros cambios, se complementaban cargas y, tras 20 años más, se fueron vendiendo camiones y locales (a “Lupa” y para un bar) y en 1998 se cerró.
Pero lo recuerdo cuando paso por allí. Y, a la distancia, tengo buen recuerdo de aquellos amigos de jóvenes y de Emilio. De aquellos hombres, compañeros del buzo azul.