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Don Antonio Oriol: liderazgo moral confiable

En la bahía estaba “El Abra”, su querido barco de recreo. Con este yate de vela ganó la “Copa del Cantábrico” en varias ocasiones.

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Don Antonio Oriol: liderazgo moral confiable
02-06-2020

Don Antonio Oriol: liderazgo moral confiable

Entre los notables que he conocido, (que he tenido la suerte de tratar en esta vida), sería cobarde, hasta desalmado o idiota no hacer figurar muy a la cabeza a don Antonio. Eso es: don Antonio María de Oriol y Urquijo, nacido en Algorta en 1913, bastantes años antes de que yo fuera enviado allí para estudiar poco más que de niño a los Trinitarios, cosa que no caí en comentarle y de la que nunca hablamos.

A don Antonio en verdad no tuvo que presentármele nadie aunque le comenté a su sobrina, compañera periodista y amiga duradera, a Donata Bustamante, mi deseo de verle para exponerle mi propósito de ir a Estados Unidos. Sabedor de que estaba un verano como tantos en Cantabria, fui a un estanco, compré papel de barba, escribí en la vieja “Olivetti”, el tesoro que me había comprado mi tía Laura, una instancia formal y se la mandé. 

Estuvo casado con Soledad Díaz de Bustamante y Quijano (1940), tenía muchas simpatías en Cantabria y a varias personas e independientemente de su rango social o económico. Y a Santander, por supuesto. En la bahía estaba “El Abra”, su querido barco de recreo. Con este yate de vela ganó la “Copa del Cantábrico” en varias ocasiones.

Antonio Oriol fue sin duda un gran empresario ante todo, e importante político. Desde el final de la guerra (en donde obtuvo la Medalla Militar individual en el Ebro al frente de la octava compañía de Requetés de Álava, (agregada al Tercer Batallón de Flandes, de la cuarta División de Navarra) se dedicó a la vida industrial destacando en la puesta en marcha del famoso “Talgo”. A finales de los 70, don Antonio, recuperó su actividad privada tras haber sido presidente del Consejo de Estado y después de haber cesado en su cargo de la cartera de Justicia.

Era Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Madrid y me encontré con la simpatía que se le tenía en la escuela de negocios más antigua del mundo, la “Warthon University” de la Universidad de Pensilvania (de la Ivy League en Filadelfia), de la que era distinguido miembro entre los “Alumni”.

No he leído el libro “Cartas desde el secuestro” y lo haré, pero tengo testimonios personales de su confianza al respecto en cuyos detalles no entraré. Sí en lo principal: me llegó a mostrar un acta notarial en la que prohibía a familiares, socios, empleados, etc. pagar si “fuese privado de su libertad” y allí mismo reafirmaba su fe católica, su origen vasco y condición española sin la menor posibilidad de duda. 

Mi primer encuentro con Oriol fue en el quinto piso de Pérez Galdós, 66. Pronto descubrí que miraba muy de frente, pero con mirada amigable, casi paternal y atento. Salí de la estancia con muy buena impresión. Dándome una estampa de la Virgen (creo que de Lourdes), guardó mi instancia y dijo: “Déjeme a ver si puedo resolver esto, Pindado”. 

¡Vaya si lo resolvió!. No puedo, no debo relatar las “cosquillas”, celos, malestar y falsos agravios que sintieron algunos personajes por mi propuesta y por la visita que nunca expuse cómo y donde fue. Pero como don Antonio pertenecía a todos los principales Consejos de Administración soltó mi instancia en Iberduero no en el de la Electra de Viesgo que es donde yo lo esperaba. Ahorro imaginar las llamadas y consecuencias que se produjeron y ciertas hostilidades que yo no esperaba tan fuertes y desagradables. (Por primera vez aprendí que algunos personajes eran personajillos y creo que lo aprendí bien).

Aprendí que el poder moral junto al económico y la capacidad de influencia y liderazgo bien entendidos van raramente juntos y que don Antonio Oriol lo tenía, no otros concretos jefes de muy inferior rango que lo aparentan. O sea, con desagrado en algunos casos y más astuta aparente aquiescencia fueron doblando el brazo y entrando por el aro los tales jefecillos. Con la torpe oposición soberbia de uno -constructor de lujo -a nivel nacional y en el extranjero- a quien ya innecesariamente volví a ver a su despacho madrileño con un puro para decirle que me sentía muy confuso porque no podía atender sus ideas porque me parecían mejores ideas las que teníamos don Antonio y yo. 

Lo repetí casi 20 años más tarde en el “Hotel Bahía” para recordarle que mi estancia norteamericana había sido más que la última “concesión” suya: “seis meses y vas que chutas”. Eso había dicho el personajillo. 

D. Antonio pudo ver que hice amistad, entre otros, con el inolvidable Octave du Temple, director de la American Nuclear Society. Pero también, entre otros, con el muy querido embajador Joseph John Jova, a quienes después de un gran recorrido de trabajo y estudio en el tiempo, pude un día invitar en Santander en el agradable ambiente de “El Puerto” de Toñín, y se enfrascaron gratamente en la conversación de la vela. “Mi barco”, dijo Antonio Oriol, “es un galgo del mar”. Muy feliz me sentí viendo que tanto en español como en inglés encajaban con naturalidad, perfectamente.

No quiero exagerar, al contrario. No fueron más de 15 conversaciones personales y por teléfono a lo largo de los años. Iba a su despacho madrileño a Montalván, 10 y Antonio Oriol me escuchaba, le entregaba alguna selecta información resumida y legítimamente adquirida tras atender reuniones profesionales del sector energético y lo valoraba. Para mí siempre fue un estímulo. 

Desde aquella primera reunión en Pérez Galdós, comprendí que es bueno recomendarse por uno mismo (así lo hice en la mili y en la universidad) tratando de cumplir con quien lo merece. Y cómo no lo iba a merecer quién depositó en mí su confianza y en mis cometidos y gestiones. Era, pienso, la verdadera clave de su entendimiento del liderazgo: apoyar y con medios a quien lo requiere, incluso a su portero, de quién me habló maravillas un día que estaba muy enfadado por una faena que le habían hecho. No recuerdo mucho el asunto, pero no dudo que lo arregló.

Un día se precisaba una importante cantidad de dinero para que yo pudiese “entrar” en una institución universitaria norteamericana. Se lo dije y no dudó. A los dos días conté con los miles de dólares en mi cuenta para hacer el ingreso. Parece novelesco, pero es cierto. (Algunos otros del sector, mientras él vivió, no se portaron mal, pero tampoco yo con ellos...) 

Sencillamente la docena y media de Grandes Cruces que le fueron concedidas no me parecen más importantes que su desempeño en Beneficiencia y Obras Sociales, su cargo nacional como delegado de Auxilio Social y Presidente de la Cruz Roja Española. Por convicción religiosa y humanitaria, Oriol era bondadoso e inteligente. También simpático conversador y atento a los problemas humanos por encima de los políticos. 

Habrá quien ponga en duda que trataba de hacer rezar el rosario a sus secuestradores del GRAPO (1976), que “convivieron” con él 72 días. Hombre sin miedo y con robusta fe que había sido capitán provisional en la guerra española.

Estaré siempre agradecido a su confianza en mí y orgulloso de haberla merecido desde que tomó en serio el contenido de aquella mi instancia. Por eso repito que figura al frente de mi máxima gratitud entre los notables a quienes he tenido la fortuna de conocer y tratar.