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El otro Segundo López Vélez

Cuidaba Segundo su prestigio y creía en las instituciones y en que, cuando se alcanza el poder, no es para disfrutarlo ociosamente sino para desarrollar las cosas al máximo.

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El otro Segundo López Vélez
18-04-2020

El otro Segundo López Vélez  

Contundente y directo, Segundo López Vélez, el prestigioso director de Valdecilla en Cantabria, nació en Coín (Málaga) en el 8-2-1921 y falleció en Santander el 19-12-2000.

Vestía con elegancia, era rotundo en sus afirmaciones y podía ser franco e incluso implacable si comprendía que debía serlo. Lo sé bien porque, a pesar de nuestra diferencia de edad, disfruté de su confianza y amistad a partir de una visita que le hice cuando hubo de dejar el cargo al frente del hospital. Mal momento.

Cuidaba Segundo su prestigio y creía en las instituciones y en que, cuando se alcanza el poder, no es para disfrutarlo ociosamente sino para desarrollar las cosas al máximo. 

Su voz estaba un poco cascada, pero era muy contundente. Era sin duda una persona muy bien informada y trataba de verificar los datos por arriba y por abajo, con grandes personajes o, lo que es menos sabido, con un Guardia Civil o con un sencillo camillero. Daba mucha importancia a la buena información y, sobre todo, a la acción eficaz. Y así lo probó.

Es bien sabido que López Vélez puso su ambicioso empeño en engrandecer el hospital cántabro como referencia nacional y para ello consiguió dinero, apoyos, buenos médicos y personal sanitario en todas las escalas. 

En 1961 había sido nombrado por concurso jefe del Servicio de Medicina y Cirugía de Respiratorio de la Casa de Salud Valdecilla (Santander) y conocía bien la casa cuando en 1969 fue designado director. A buenos doctores he oído decir que como cirujano tenía muy buenas manos, pero su prestigio y su carrera de éxito están más ligados a la gestión de hospitales. 

Fue Segundo una indiscutible personalidad. Igualmente  consiguió en 1972 que entrase en funcionamiento en la recién creada Universidad de Cantabria la Facultad de Medicina y estableció la ideal relación con el hospital responsabilizándose como catedrático de Patología Quirúrgica, como primer Decano-Comisario y presidente un bienio del Patronato de la Universidad. Una calle le recuerda en la ciudad.

Pero más que sus conocidos méritos me interesa escribir sobre el amigo personal a quien traté en la intimidad de su casa, a donde iba a conversar y dábamos cuenta juntos de su buen whisky. Me invitó también bastantes veces a almorzar. Nos servía una uniformada doncella a la que llamaba con gran naturalidad pulsando un timbre.

Por supuesto, Blanca, su mujer, saludaba cordialmente y nos dejaba a solas en el diálogo.

Fue el doctor un hombre admirado y criticado, creo que lo segundo con poco fundamento como no fuese porque era difícil disuadirle o contrariarle en sus convicciones y propósitos. Pero era sensible, delicado con las mujeres, detallista y afectuoso. Externamente no lo mostraba, por supuesto. Alguna vez lo hablé con el doctor Rafael Gil, a quien había llamado a Viena para que se incorporase al hospital. Y también lo comento con el capitán de barco (y amigo común), “Toño“, don Antonio Cuesta, avezado capitán de barco por los mares del mundo antes de ser práctico mayor de nuestro puerto, que es quien supo sacarle de casa para surcar la bahía. Sabe bien que disfrutaba Segundo a bordo como un colegial.

¡Cuánto hizo, sí, por conseguir la modernización e infraestructura hospitalaria. Llevé un día a la “Tertulia“ del Ateneo que me encomendó Ignacio Aguilera (prohombre de la cultura que también glosaré) al famoso cirujano Gómez Durán y públicamente supo reconocer su trabajo y la determinación con la que supo atraerle de Pamplona a Santander. 

 “Baste enumerar los apellidos de Jefes de Servicio para entender algo de lo que hizo“, le comenté otro día a Angel Pereda de la Reguera, que estaba al frente de la Medicina Nuclear del hospital y trató muy bien a mi padre informándome por carta a Estados Unidos.

¿Era antipático Segundo?. Se ha dicho. Un día se lo espeté a él  mismo.

-¿Por qué me voy a reír si algo no me hace gracia y entonces me sale un rictus?.

Me pareció convincente. Esta y otras anécdotas tengo que no lo son tanto. En otra ocasión me confesó: “Yo no sé hacer nada sin dinero“. En realidad daba a entender que sin conseguir fondos, por muy buena voluntad que se tenga, no se llega muy lejos. Y ante su capacidad y proyectos, el dinero no le faltaba para sus objetivos porque sus interlocutores oficiales y privados quedaban involucrados. 

Así obtuvo de Emilio Botín fondos para el Ateneo aunque la primera vez que le sugerí que se hiciera cargo de la  “docta casa“ no se  quería ver en ese papel. Después, como ha reconocido el doctor Fernández Teijeiro, desde 1991 hasta su fallecimiento, presidió esa institución y desarrolló una fecunda labor cultural.

No es por nada, pero don Segundo López Vélez se acordaba siempre de mí. Conservo un recibo de 100.000 pesetas de aquellas, de la orden que dió para que se me encargase una conferencia sobre Medios de Comunicación. Es del 23 de noviembre de 1998.

En efecto, no iba a verle por la calidad de su whisky y los buenos puros que fumábamos. No le conocí en su mejor momento, pero me hizo confidencias y trató de favorecer mi presencia en México para algún ciclo de conferencias. Alguna vez también me llamó al Palace para conversar. Al volver a Santander de visita, me un dijo un día que me presentara en política, que él me apoyaría. Me hizo gracia.

Le daba cuenta de mis progresos y compruebo hasta un punto que me da reparo explicar cómo le satisfacía. Como si se tratase de un hijo. Lo sé. Lo dijo.

López Vélez sí era, en efecto, contundente y directo, pero es posible que tímido y tierno bajo la arrogante apariencia del bigote y usaba algunas expresiones duras. Duras pero no procaces. Tenía importantes amigos cercanos que le escuchaban como Jesús Polanco o contrarios ideológicos que supieron acercarse como el ministro Lluch.

Y alguno que le criticaba cuando me veía con él, después le hizo la pelota sin el más mínimo reparo. Lo notaba él e incluso, indulgente, fingía no verlo, pero lo despreciaba. Hoy yo he querido recordarle más acá de la página 155 de la Gran Enciclopedia de Cantabria, tomo V, Santander, Editorial Cantabria, 1985. Como el otro Segundo, el amigo.

LA PRIMERA LECCIÓN PRÁCTICA FUE DE FLORENCIO DE LA LAMA

Al ir a escribir sobre el veterano periodista lebaniego, Florencio de la Lama, me he preguntado si son amigos aquellos a quienes hemos tratado de usted. Pues, sí. Habrá, hay varias categorías de amigos, pero Cicerón se preguntaba si existe cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo. No voy a exagerarlo, pero yo llegó un momento que hablaba con gran confianza a quien fue director de El Diario Montañés y a la vez de La Hoja del Lunes de Santander además de haberlo sido al mismo tiempo de Luz de Liébana.

Florencio vestía chaquetas de punto de sobrios colores, corbata siempre y un discreto pañuelito decorativo. Hablaba mirando a los ojos, atento y paternal, pero muy pausadamente. Fumaba puros, habanos de ponderado sabor y aroma y de precio medio. De vez en cuando, sin pedírselo, me daba uno, eran normalmente “Flor de Cano”.

Solíamos ir a comer algunas veces al desaparecido “Jauja”, en la calle del Medio, 1 y 3. (A veces con J.R. Sáiz).

Lo saben sus hijos porque les di copia de la primera carta de contestación que recibí de don Florencio (todos le llamábamos así) porque me hizo gran ilusión. Ahora me llevaría un tiempo buscar el original. Escribía yo colaboraciones literarias, sentimentales y reivindicativas que empezó a publicarme. Pero tenía instinto y experiencia para detectar las voluntades vocacionales. Y me invitó a ir por la Redacción de Moctezuma, 4, y en el primer piso -que algunos llamábamos “el palomar”- me solicitó afectuosamente que podía ir por allí y que colaborase más frecuentemente. Tremendo.

No se puede imaginar nadie la ilusión que me hizo. De hecho, cambió mi modo de entender la forma de escribir. De alguna manera sustituí mis enfoques benevolentes e imaginarios por un mayor apego a los referentes, a la denominada realidad de los hechos...

Pero Florencio de la Lama había empezado él también a los 16 años en La Voz de Liébana y en el periódico de Llanes (en donde había nacido en 1905) “El Oriente de Asturias”. Comprendía perfectamente esa llamada vocacional. Necesidad tal vez.

Es más, de modo indirecto influyó mucho para reforzar mi mayor interés concreto por la opinión y el columnismo. Y me dejó “hacer” hasta extremos insospechados. A él le gustaba hacer siempre el editorial sin firma del periódico. Pues quizás sin percatarme bien de su gusto por la prerrogativa de la responsabilidad, me permití hacer algunos y me dejó seguir adelante en ocasiones. Nunca lo olvidaré pues más que tachar (cosa que hizo con saña censuradora algún otro con gran cabreo por mi parte) me sugería no “enseñar las uñas” o buscar estrépito. “Lo que hay que hacer es amarrar bien”, me aconsejaba. ¡Cuántas veces me lo repetía. O sea, afirmar como seguro lo comprobado y con vaselina lo probable negativo. Tardé en aprenderlo.

De la Lama sabía criticar muy a fondo, pero sin ferocidad. Tuvo sin duda  un indiscutible liderazgo en la prensa regional (liderazgo con trascendencia nacional) en los temas agropecuarios y, en especial, en las batallas (guerra) de los bajos precios de la leche. No dejaba de saberse casi perfectamente que los seudónimos de “Manrique de la Vega”, “César Palombera” y “Ruy de Silva” eran él. No había otro.

Sí, era un valiente conservador nada ostentoso o proclive al estrellato social. Le gustaba conversar, tomarse una copa de cognac (una) después de comer, pero después de hacer el trabajo.

Tengo una foto en mi despacho de frente, en donde estamos con la poeta Matilde Camus. Cuando la miro al escribir estas líneas, no puedo evitar admiración por su prudencia y falta de adhesión al poder o a sectarismos excepto a su moderada atención a temas de principios católicos y sin la menor beatería. Por cierto, ningún temor le inspiraban, que yo sepa, los gobernadores civiles por “torcidos” que fuesen, que los hubo. Había padecido situaciones peores de mandatarios y rara vez hablaba de ello.

No comulgaba Florencio mucho desde luego con la moda de la joven progresía (alguno de cuyos elementos hoy es peor tipo de conservador que él), pero dejaba “hacer”. Y eran más tacaños y freno restrictivo -a veces sin dar la cara- algunos de los que le rodearon. Mejor no menciono. 

A Florencio de la Lama debo un empujón, sí, y un estímulo que no puedo pasar por alto cuando me siento agradecido. Iba yo luego además un poco frenético a dar conferencias a Miranda de Ebro, a Bilbao, etc. y siempre, a la vuelta, se interesaba y me felicitaba con un verdadero fervor entre amistoso y paterno. 

Acabé con una segunda tesis doctoral en Estados Unidos tratando de distinguir con teoría y ejemplos concretos entre el discurso periodístico y el literario. Sin duda la primera lección práctica me la había dado don Florencio muchos años antes.

Por tanto, entre el respeto y la admiración -que según el profesor Tiberghien de la Sorbona es mejor- están ahora mi recuerdo y agradecimiento. Pese al “usted”, la admiración es “esta proximidad en la distancia sin la cual no hay amistad posible. La que siento por el tenaz y laborioso  lebaniego ejerciente que me distinguió con su ejemplo, sus recomendaciones, y, sobre todo,  su aprecio personal.