Diario Digital controlado por OJD

El salvamento de Lastra y Arrabal: Alfonso Alonso (Fonsín), el último héroe lebaniego

El helicóptero Alouette se acercó lo máximo posible a la gran roca y a pesar de las fuertes corrientes de aire y la nubosidad, hizo posible que Fonsín se descolgara unos metros para lanzar víveres a Lastra y Arrabal.

Enviar a un amigo
El salvamento de Lastra y Arrabal: Alfonso Alonso (Fonsín), el último héroe lebaniego
22-02-2020

 

POR JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ

Estos días se conmemora en Asturias el aniversario de la inauguración del refugio Delgado Úbeda, ubicado al pie del mítico Naranjo de Bulnes (el Urriellu), cuya historia y vivencias dificilmente pueden entenderse sin el protagonismo de varios cántabros, entre los que sobresale la figura de Alfonso Alonso (Fonsín, el de Cosgaya), fallecido hace ya doce años, cuya figura  forma parte inseparable del alpinismo español.  De su vinculación a Picos quedan los recuerdos de sus primeras escaladas de la pared Sur de Peña Vieja o las del macizo oriental de los Picos de Europa a mediados de los años cincuenta, muchas de ellas en compañía del que pasado el tiempo sería su cuñado, José Antonio Odriozola, otro extraordinario lebaniego conocedor de su historia, la toponimia y de cada palmo de roca. Dos vidas inseparables en el amor a Liébana y sus Picos, que a base de sudor y piel hollaron casi todas sus cumbres.

Nacido en Cosgaya en 1921 en la casa que un año antes habían construido sus padres, ayudados por los canteros que trabajaban entonces en la construcción de la carretera, Fonsín aparece en la historia del montañismo lebaniego como el último héroe, un personaje que amó la naturaleza de los parajes de Picos, escaló sus cumbres, hizo rescates asombrosos y fue amigo de todos los montañeros. Conocedor como pocos de Liébana, de su pueblo Cosgaya y los Picos de Europa, fue durante toda su vida uno de sus más entusiastas pregoneros.

De Alfonso Alonso hay que recordar que se hizo montañero en el seno de una familia de ganaderos, un hecho habitual en aquellos años en Liébana, aunque su padre Clodoaldo -a quien conocí en mi niñez- fue capataz de las minas de Áliva y de Liordes. En aquellos menesteres llegó a conocer a Alfonso XIII cuando acudía a la caza de rebecos y al Conde de Saint-Saud, uno de los grandes investigadores de los tres macizos. En los veranos -como mandaba la tradición- se subía el ganado a los puertos y el cometido de Fonsín, aparte de estudiar los inviernos, se centraba en su cuidado. Ya con quince años, comenzó a cazar, que en los pueblos era una necesidad para completar la alimentación. Los más jóvenes de Cosgaya, Pembes y Espinama se organizaban en cuadrillas y subían a Picos. A Fonsin le encomendaban ir a los collados a ojear a los rebecos, lo que aprovechaba para subir al Tesorero, Santa Ana o a Peña Vieja.

Fonsín realizó su  primera salida al Naranjo de Bulnes con Toño Odriozola el 14 de agosto de 1943, escalando el Urriellu por la vía que abrió Schulze.  Llegó a ascender al Naranjo en quince ocasiones, siendo el primero en subir por la vía sur y sin guía en 1947. También abrió nuevas vías en picos como Peña Vieja y la primera absolutas a la Aguja de la Canalona y a las Agujas del Tajahierro, cautivando a más de una generación entre los años cuarenta y cincuenta por las tres aperturas en Peña Vieja (la SE, la SE Clásica y la Alonso-Palacios) o las dos primeras ascensiones a la Aguja de la Canalona.

El nombre de Fonsín Alonso alcanzó proyección nacional con motivo de su heroica intervención en el rescate de Gervasio Lastra y José Luis Arrabal en el Naranjo de Bulnes. Una operación de salvamento que representó a los ojos de todos los españoles el extraordinario sentido de solidaridad humana y deportiva de quienes colaboraron, con grave riesgo para sus vidas, en las distintas fases de la operación. Fue un acontecimiento histórico en la vida de los Picos, que se vivió en Potes y Liébana con gran expectación.

Todo comenzó el 8 de febrero de 1970 cuando cuatro montañeros -un cántabro, Francisco Rodríguez Almirante (más conocido por Paco Wences), y tres madrileños, Enrique HerrerosGervasio Lastra y José Luis Arrabal-, salieron hacia el corazón de Picos de Europa. A cuatro horas de camino estaba su objetivo: el Naranjo de Bulnes, de 2.519 metros de altitud. Había abundante nieve, pero el tiempo era favorable. En torno a las catorce horas, los cuatro llegaron a Cabaña Verónica, la cúpula semiesférica que perteneció al portaaviones norteamericano Palau, desguazado en Santurce. Allí decidieron pasar la noche para coger fuerzas y cubrir el trayecto hacia el Naranjo.

El lunes, 9 de febrero, al caer la tarde, llegaron al refugio Delgado Úbeda, en las proximidades del Naranjo. Reinaba intenso frío pero ello no desanimó a Lastra y Arrabal que al día siguiente emprendían la epopeya de escalar la pared oeste del Naranjo que nunca en invierno había sido remontada y donde un año antes  habían perecido dos montañeros vascos. El resto de la aventura ya se conoce. Lastra y Arrabal invirtieron casi  dos días en escalar los cuatrocientos primeros metros. Llegado a este punto de la escalada decidieron no dar marcha atrás, a pesar de que se había desencadenado una furiosa tormenta de viento, nieve y de granizo. En la única cueva de la vía, se refugiaron soportando vientos de hasta 150 kilómetros hora, al tiempo que perdieron toda visibilidad a causa de la intensa nevada.

Era el viernes, día 13, el tercer día de la prolongada tormenta. Cuando caía la tarde, se produjo un claro. Fue cuando Paco Wences y Herreros escucharon sus  voces de que habían conseguido la cumbre. Desde entonces ya no volvieron a verlos ni oírlos.  Ya para entonces, en  Potes se había dado la voz de alarma y comenzaron a movilizarse los primeros apoyos. La llamada general para el rescate de los montañeros estaba más que justificada al conocerse el mal tiempo reinante en el área del Naranjo.

Entre los montañeros dispuestos al arriesgado rescate estuvo Fonsín, que desoyó los ruegos de su esposa, Sara Gómez, una lebaniega de Aniezo con la que se había casado en el Monasterio de Santo Toribio. Pero Fonsín sabía lo que es la solidaridad entre los montañeros y no dudó en ofrecerse. Tenía cuarenta y ocho años de edad y era padre de cinco hijos y a él se debió -días después- que Lastra y Arrabal recibieran una bolsa con alimentos y fueran más tarde recogidos por el helicóptero de la Jefatura Central de Tráfico.

La prensa informó que gracias a la habilidad de Pasquín, el piloto, el Alouette se acercó lo máximo posible a la gran roca y a pesar de las fuertes corrientes de aire y la nubosidad, hizo posible que Fonsín se descolgara unos metros para lanzar víveres y envases con butano a los montañeros. Tal y como se narró en la prensa,  Fonsín, el de Cosgaya, con medio cuerpo fuera del aparato, en pie sobre el patín de la abeja del helicóptero, lograba echarles una mochila con alimentos, bebida, ropa y una nota de ánimo, a pesar de lo arriesgado de la maniobra. El más mínimo error de cálculo podía hacer que el aparato se estrellara contra la mole de piedra. Al día siguiente, de nuevo Fonsín logró colgar una cuerda con un mosquetón en el extremo, para enganchar, desde la cima, a un Arrabal exhausto, que falleció días después. Las fotografías de Fonsín en pie sobre el patín del helicóptero fueron portada de muchos de los medios de información de la época.

Alfonso Alonso, Fonsin, murió hace doce años, pero su hazaña sigue aun recordada. Si vida estuvo entregada a la familia, el montañismo y a Liébana, teniendo el honor de participar en 1974 en la primera expedición española al Everest.  Fue nuestro héroe, aunque Liébana olvide (o ignora) su excepcional labor.

HÉROE DE UN RESCATE

POR JOSÉ RAMÓN SAIZ FERNÁNDEZ

El nombre de Fonsín Alonso alcanzó proyección nacional con motivo de su heroica intervención en el rescate a través de una arriesgada aventura montañera de Lastra y Arrabal en el Naranjo de Bulnes. Una operación de salvamento que representó a los ojos de todos los españoles el extraordinario sentido de solidaridad humana y deportiva de quienes colaboraron, con grave riesgo para sus vidas, en las distintas fases de la operación de rescate. Fue un acontecimiento histórico en la vida de los Picos que se vivió en Potes y Liébana con gran expectación. Sin desearlo, porque no era su propósito, Alfonso Alonso recibió en aquella ocasión la medalla al mérito deportivo por decisión del delegado nacional de Deportes, Juan Antonio Samaranch.

Todo comenzó el 8 de febrero de 1970 cuando cuatro montañeros, un cántabro, Francisco Rodríguez Almirante (más conocido por Paco Wences), y tres madrileños, Enrique Herreros, Gervasio Lastra y José Luis Arrabal, salieron de la villa de Potes y por Espinama-Fuente Dé hacia el corazón de Picos de Europa. A cuatro horas de camino estaba su objetivo: el Naranjo de Bulnes de 2.519 metros de altitud. Había abundante nieve, pero el tiempo era favorable. En torno a las catorce horas, los cuatro llegaron a Cabaña Verónica, la cúpula semiesférica que perteneció al portaaviones norteamericano Palau, desguazado en Santurce. Allí decidieron pasar la noche para coger fuerzas para cubrir, al día siguiente, el trayecto hacia el Naranjo. Tanto Rodríguez Almirante como Herreros su función no pasaba de ser el apoyo de la cordada de Lastra-Arrabal.

Al día siguiente, lunes, 9 de febrero, continuaron la marcha bajando a Horcados Rojos para llegar, al caer la tarde, a las proximidades del Naranjo, concretamente al refugio Delgado Úbeda. Reinaba intenso frío. El martes por la mañana, Lastra y Arrabal emprendían la epopeya de escalar la pared oeste del Naranjo que nunca en invierno había sido remontada y donde el pasado año habían perecido los montañeros guipuzcoanos Ramón Ortiz y Francisco Berrio, al fracasar en su escalada.

La ascensión se inició con buen tiempo, pero de inmediato la climatología cambia hasta el punto de que el refugio –en el que permanecían Rodríguez Almirante y Herreros- era como una cámara frigorífica. Lastra y Arrabal que barruntan que llega un temporal, invierten casi dos días en escalar los cuatrocientos primeros metros. Llegado a este punto de la escalada decidieron no dar marcha atrás, a pesar de que se había desencadenado una furiosa tormenta de viento, nieve y de granizo. Lastra y Arrabal hicieron un esfuerzo más para conseguir refugiarse en la única cueva que hay en la pared occidental. Desde allí presenciaron la acción de los elementos desatados. Con vientos de hasta 150 kilómetros hora, perdiéndose toda visibilidad a causa de la intensa nevada.

Era el viernes, día 13, el tercer día de la prolongada tormenta. Cuando caía la tarde, se produjo un claro. Fue cuando escucharon sus voces de que habían conseguido la cumbre. Desde entonces ya no volvieron a verlos ni oírlos. Ya para entonces, en Potes se había dado la voz de alarma y comenzaron a movilizarse los primeros apoyos, llegando a las inmediaciones del Naranjo el primer helicóptero. La llamada general para el rescate de los montañeros estaba más que justificada al conocerse en la capital lebaniega el mal tiempo reinante en el área del Naranjo.

Narró Herreros que “Wences oyó un helicóptero y salió fuera del refugio. Entonces pensamos que abajo estaban alarmados por nuestra ausencia por lo que decidimos regresar. Tras siete horas de lucha, llegamos a Cabrales y dimos la voz de alarma”. Según Herreros, entonces presidente de la Sociedad Peñalara, “la inesperada tormenta fue algo tremendo: nunca he visto tanta nieve, relámpagos y rayos como en esta ocasión”. En los momentos de mayor temporal de nieve, Herreros y su compañero de apoyo para la cordada de Lastra-Arrabal montaron en el interior del refugio una tienda de campaña. Prácticamente no se podía abrir la puerta de la cabaña por la fuerza del aire.

Una de las operaciones más arriesgadas realizada el viernes, 20 de febrero, fue la realizada por el piloto del helicóptero de la Jefatura Central de Tráfico y el copiloto voluntario, Alfonso Alonso, Fonsin, que la prensa le destacaba como nativo de Liébana Se informó que el experto montañero gracias a la habilidad de Pasquín, el piloto, se acercó lo máximo posible a la gran roca y a pesar de las fuertes corrientes de aire y la nubosidad, hizo posible que Fonsín se descolgara unos metros para lanzar víveres y envases con butano a los montañeros. Tal y como se narró en la prensa, “el montañero Alfonso Alonso, de cuarenta y ocho años, y padre de cinco hijos, atado al aparato y apoyado sobre el estribo, hizo llegar hasta ellos el morral que contenía los alimentos”. El más mínimo error de cálculo podía hacer que el aparato se estrellara contra la mole de piedra.

Gervasio Lastra relataría tiempo después este momento trascendental del rescate: “Se coloca el helicóptero en arriesgada maniobra de su piloto, Pasquín, sobre nuestra vertical, y Fonsín descuelga la cuerda en la que viene el morral. Me impresiona ver cómo el helicóptero está casi parado. Saco el cuerpo de la tienda y abrazo el morral, quitando rápidamente el mosquetón que lo sujeta, pero también, instantáneamente, los de arriba han soltado los ciento veinte metros de cuerda y se alejanTengo el morral sobre el cuerpo. Hacemos señales con las manos y ellos nos corresponden. José Luís y yo estamos emocionados. Por primera vez se le saltan las lágrimas”.

El morral lanzado por Fonsín tiene todo lo que necesitan los montañeros en situación casi agónica: cantimploras; una, de leche; otra, de té. Una bota con zumo de frutas, dos cajas de fruta escarchada, dos botes de melocotón en almíbar, quesitos, chocolate, que consumieron como locos, acabando en un santiamén con la mitad de las cantimploras y la bota. Lastra volvió a narrar que el Alouette se aproximaba: “Nueva alegría. Pasquín y Fonsín, como antes. Aquél con los mandos. Este en el patín. Repiten la operación, tratando de echarnos otro morral, pero esta vez, aunque también se han colocado con gran valentía en la vertical, no pueden. Siguen pasando los helicópteros camino de la cumbre. Estamos realmente animados y emocionados”.

Otros diarios vespertinos de la capital de España –El Alcázar- se titulaba en su primera el mismo viernes, 20 de febrero, que Arrabal y Lastra estaban vivos y que unas horas antes habían recibido alimentos. Informaba que a las 10,45 horas el helicóptero de la Jefatura Central de Tráfico pilotado por Pasquín había dejado caer un morral con alimentos, bebidas tonificantes y una bombona de butano, que Lastra recogió. Fue gracias a la actitud heroica, ya narrada, de Fonsín, que logró su objetivo en el primer intento. El piloto Pasquín declaró que durante la operación el helicóptero actuó al límite de su potencia, llegando a situarse a tan sólo veinte metros de los montañeros.

Se calculaba que las temperaturas en la zona en la que se encontraban los montañeros podían descender hasta los veinte grados bajo cero. Al tiempo, quince montañeros lograron llegar a la cima del Naranjo, abriendo otra vía de auxilio a Lastra y Arrabal.

Los montañeros fueron rescatados, finalmente, en el amanecer del sábado 21 de febrero. El diario Informaciones titulaba en su primera Rescatados, mientras que el diario Madrid, periódico de la noche, titulaba “Lastra y Arrabal, a salvo”. Por su parte, el deportivo Marca en crónica de su enviado especial a Arenas de Cabrales, Vicente Pedregal, destacaba que el rescate se había realizado desde la cima del Naranjo por los montañeros que habían alcanzado la cima con el fin de apoyas las operaciones definitivas del rescate. A las cuatro y media de la madrugada, Arrabal y Lastra estaban en la cumbre “no como ellos hubieran deseado (triunfantes y victoriosos), sino exhaustos, famélicos y agotados”. Todos los medios afirmaban que Arrabal, el más joven, sufría síntomas de congelación mientras que Arrabal descendió por sus propios medios por la ladera sur del Naranjo. Los dos fueron trasladados en helicóptero al Hospital Central de Oviedo.

Gervasio Lastra entró en el hospital por su propio pie, no así Arrabal que presentaba una situación crítica, según el informe médico firmado por los doctores Caldevilla y Ocón.

La muerte de José Luis Arrabal se produjo el 28 de febrero. Unas horas antes los doctores que le atendían destacaron en un parte médico que el montañero padecía una neumonía masiva bilateral y que el pronóstico era muy grave. El desenlace se produjo a las siete de la tarde, confirmándose así el pronóstico de los doctores Capdevila. Telenti. Ocón y Estrada, que firmaban el referido parte médico. José Luis Arrabal contaba veintiún años de edad, era pintor de profesión y vecino de Madrid. En el próximo mes de mayo debía incorporarse al Ejército para cumplir el servicio militar. Su afición al montañismo la tenía desde muy joven. Desde los doce años la montaña era el deporte preferido de este joven escalador, considerado por sus compañeros como uno de los mejores de España por su técnica y capacidad fisica.

La muerte de Arrabal generó una fuerte consternación en el mundo del montañismo español, si bien en algunos sectores de opinión –minoritarios- se estimaba que este tipo de aventuras conllevaban un riesgo de la propia vida que no debía permitirse. No entendían, por supuesto, las claves románticas del montañismo. De las opiniones expresadas en los medios de comunicación destacamos la que reseñaba que “tanto Lastra como Arrabal eran dos excelentes montañeros…. quedando por tanto descartado el calificativo de “inconsciente temeridad”, cuando se trata de correr el riesgo inherente a toda escalada de alta montaña no prohibida y en aquellas circunstancias en que la conquista se hace mas valorable”.

En aquellos días, José Antonio Odriozola, vicepresidente de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, escribió un artículo sobre el Naranjo de Bulnes, con un repaso a su historia y vicisitudes vividas en sus escaladas. Toño Odriozola destacaba de la aventura de Lastra y Arrabal como el “más difícil todavía” ya que en invierno “el frío nocturno rehiela las paredes”, lo que hacía desaparecer los apoyos de los montañeros en su ascensión. El último párrafo de este artículo expresa el pensamiento de Odriozola sobre el espíritu montañero:

¿Y para qué todo esto?. Es inútil tratar de explicar el montañismo a quien no lo sienta. Por ello no tildo de locos o insensatos a mis amigos Lastra y Arrabal, ejemplo vivo de hasta donde puede llegar la capacidad de resistencia del hombre debidamente equipado. El porqué no han podido salir por sus propios medios de su trampa helada en la cara oeste del Pico Urriello es cosa que sabremos cuando ellos mismos nos lo cuenten, porque confío en que este despliegue de solidaridad montañera en torno a ellos a que estamos asistiendo tenga éxito”.

El héroe: Alfonso Alonso

Así titulaba un comentario publicado en Pueblo el enviado especial del vespertino madrileño, José María de Amilibia, que escribía: “- Por favor, ocúpense ustedes menos de mi. Déjenme un poco en paz. En de todos los que están arriba de los que ustedes deben preocuparse. Tenemos que pensar todos en Lastra y en Arrabal. También en los componentes del equipo de salvamento. Yo he podido dormir anoche en el hotel; ellos cualquiera sabe cómo lo habrá hecho”.

El enviado especial del periódico dirigido por Emilio Romero preguntaba a Fonsín sobre si había sentido miedo “cuando asomó medio cuerpo fuera del helicóptero para aproximarse a los equipos de salvamento”. Esta fue la respuesta.

-La verdad no recuerdo haber sentido miedo. Si temí, en cambio, no acertar en lo que me proponía. Pero esto no tiene importancia; yo sólo me limité a cumplir con un deber de compañerismo.

Amilibia añade: “es un tipo humano formidable este Alfonso Alonso, veterano montañero santanderino, residente ahora en San Sebastián; antiguo piloto civil y actualmente representante del comercio; de cuarenta y ocho años de edad y padre de cinco hijos. A él se debe el que Lastra y Arrabal recibieran una bolsa con alimentos y fueran más tarde recogidos por el helicóptero. El fue uno de los que vivió con mayor interés el salvamento de los dos deportistas atrapados en el Naranjo de Bulnes”.

Jesús María Amilibia termina su crónica con un comentario y una pregunta: -¿Se siente ahora satisfecho de ver la empresa felizmente terminada? Se le enmudecen los ojos antes de responderme:

-Me siento satisfechísimo de ver con vida a mis dos compañeros. Pido perdón a mi mujer por haberme metido en este jaleo. Ella no quería; pero tuve que hacerlo. Y Amilibia cierra su crónica con este apunte: “¡que gran tipo humano este Alfonso!”.

Todas estas valoraciones periodísticas se debían al riesgo que Fonsín, por voluntad propia, asumió con motivo del rescate en el Naranjo de los montañeros Lastra y Arrabal. El de Cosgaya, dado que poseía conocimientos de aviación por haber estado de piloto en las milicias, propuso a la tripulación del helicóptero, virgen en el vuelo por los Picos de Europa, que pasasen cerca de la repisa en la que los montañeros se encontraban refugiados. Alfonso, con medio cuerpo fuera del aparato, en pie sobre el patín de la abeja del helicóptero de Tráfico, lograba echarles una mochila con alimentos, bebida, ropa y una nota de ánimo, a pesar de lo arriesgado de la maniobra. Al día siguiente, de nuevo Fonsín será quien cuelgue una cuerda con un mosquetón en el extremo, para que enganchen, desde la cima, a un Arrabal exhausto. Las fotografías de Fonsín en pie sobre el patín del helicóptero fueron portada de muchos de los medios de información de la época.

De su gesta en el rescate, Fonsín recibió alguna distinción curiosa como la concedida por la Agrupación Sindical de Distribuidores de Gas Butano, integrada en el Sindicato Nacional de Agua, Gas y Electricidad, que procedió a nombrar “Distribuidor Honorario” de gas butano por su arriesgada operación de auxilio a los montañeros del Naranjo. Tiempo después se le imponía el emblema de la bombona de oro.

En los primeros días de mayo, los lebaniegos ofrecieron un homenaje a Fonsín. Se quería patentizar sin necesidad de propaganda, homenajear al héroe de Cosgaya. La jornada se inició con un acto religioso en el Monasterio de Santo Toribio, al que siguió un almuerzo celebrado en el hostal Picos de Europa. En el homenaje intervinieron con discursos Eduardo García Llorente, presidente de los lebaniegos residentes en Santander; Enrique Herreros, presidente de Club Peñalara, Ambrosio Cuesta, párroco de Baró –quien afirmó que como ejemplo de héroe lebaniego sería capaz de “¡ir a la luna!”, cerrando el acto el propio Fonsin, quien agradeció el gesto de sus amigos lebaniegos y montañeros, para reiterar que en la gesta del Naranjo “había muchos héroes anónimos”. No faltó un rasgo emotivo: se recaudaron más de seis mil pesetas que se remitieron a los familiares del infortunado José Luis Arrabal.