María Blanchard vista por los suyos, un artículo de Úrsula Álvarez
Su rostro era bonito, aunque nadie lo diga. Nací sabiéndolo y quien conoce a la familia, sabe que salvo una o dos excepciones que confirman la regla, en ella no hay feos, aunque hay quien dice que tampoco hay cuerdos.
María Blanchard, vista por los suyos
Hablemos de mujeres de la historia, de cántabras de la historia, o más precisamente, de santanderinas de la historia. Hablemos de las Gutiérrez Cueto, de María Blanchard, o más precisamente, de María Gutiérrez Blanchard.
A ella no le gustaba que le tomaran fotos. Sin embargo, quienes hoy dicen admirarla, pretenden honrarla utilizando las dos o tres fotografías suyas disponibles en internet. Así la homenajean, dicen, y si a ella no le gustaba que le tomaran fotos, a nadie le importa. La obra de María Blanchard tal vez sea la mejor lograda por una española, pero a nadie se le ocurre utilizar la imagen de alguna de sus pinturas para recordarla, quizá porque decir que uno admira a alguien no es lo mismo que admirarlo de verdad, y pregonar que se le respeta no es lo mismo que respetarlo de verdad. “Comida en familia” es mi cuadro favorito de María Blanchard. Es mágico. Lo vi por primera vez en la exposición que montó el MAS el año pasado en la calle Tantín. Fui la primera persona en llegar a la exposición una tarde. Estuve sola, solita y feliz de la vida, parada frente a Comida en familia y mientras más lo miraba, más notaba que las figuras se movían. Por un rato dudé de mi cordura, desconfíe usted de quien nunca dude. En Comida en familia, una mujer le habla a otra, un vaso de cristal es transparente y sin embargo, se ve, y a la mujer que pone la mesa, a ratos se le ven las trenzas y a ratos no se le ven. La técnica que la pintora utilizó crea ese efecto, y el observador termina sentado a la mesa comiendo con la familia. ¿Cuántos pintores lo invitan a uno a comer? ¿No sería mejor, para honrar a María Blanchard, difundir su obra, que colocar una fotografía que ella no quiso que le tomaran?
El rostro de María Blanchard era bonito, aunque nadie lo diga. Nací sabiéndolo y quien conoce a la familia, sabe que salvo una o dos excepciones que confirman la regla, en ella no hay feos, aunque hay quien dice que tampoco hay cuerdos. Lo comprobé hace poco en una fotografía que alguien me hizo el favor de enviarme. No puedo publicarla porque quien la envió me pidió que no lo hiciera, pero confíen en mi palabra, María Blanchard era una mujer bonita. Las dos o tres fotografías suyas en internet lo contradicen, es verdad, pero también es verdad que muchas fotos contradicen la belleza de la mayoría de mujeres bonitas. El problema del rostro de María Blanchard es que no era perceptible mediante una mirada rápida, su belleza recompensaba sólo a quien no encontrara solaz en los nudos de su columna vertebral, para encontrarla, había que querer hacerlo, y el amor a veces no se le ocurre a nadie.
En un momento de tristeza, aparentemente, María Blanchard confió a una amiga, quién sabe con qué palabras exactas, que hubiera cambiado su talento por belleza. La frase, que no dudo fuera dicha, nació en la confianza de una amistad y sólo Dios sabe en qué circunstancias. Todos tenemos momentos tristes y nuestros momentos tristes no nos definen. ¿Cuántas veces, nosotros, los nacidos sanos, hemos pensado en rendirnos? ¿Cuánto duele el corazón cuando se nos rompe y cuánto cuesta encontrar todos los pedacitos en los que estalla? Si un amigo nuestro contara al mundo la cantidad de veces que nos ha visto tristes, vencidos y con el corazón roto, ¿cómo nos definiría la gente, basándose sólo en ello? Los únicos corazones que no se rompen son los que no existen. A María Blanchard se le rompió el corazón un montón de veces. Un montón de veces más una, ella buscó y encontró todos sus trocitos, los pegó y siguió adelante, y esto sí la define, porque además, creó con ellos la mejor obra de su vida.
María Blanchard es la más valiente en una familia repleta de mujeres valientes. A inicios del siglo veinte, fue a Madrid para estudiar pintura. Intente usted, mujer que lee este artículo, vivir sola en una ciudad que no sea la suya y cuente las veces que la gente la llama “loca” más de cien años después. Tras la muerte de su padre, María solicitó becas para poder estudiar en París. Lo único más difícil que pedir ayuda es pedirla para cumplir lo que nuestra alma anhela, porque todo el mundo entiende que uno pida ayuda para comer y los anhelos no se comen, aunque alimenten. María Blanchard se instaló en París sin tener un solo amigo allí. Y luego, cuando supo que sólo era feliz en Francia, volvió a París en plena Primera Guerra Mundial, y a nadie se le ocurre pregonarlo.
María Blanchard enfrentó más dificultades que la mayoría de mujeres y logró mucho más. Muchas veces, la vileza de la naturaleza humana hizo escarnio de su físico y los más insolentes se atrevieron a restregar billetes de lotería en su espalda y sin embargo, ella siguió andando. La cifo escoliosis es una enfermedad congénita y dolorosa, no se debió a la caída de su madre embarazada, como sigue afirmándose, y no define a María Blanchard, es sólo una de sus circunstancias, y ella la salvó*. Los adjetivos que siguen utilizándose para describir trágicamente su vida, no son justos, una mujer que anhela la belleza no puede seguir siendo más llamativa que una mujer que la crea. El problema de la vida de María Blanchard es que no es comprensible mediante una mirada rápida, su entereza recompensa sólo a quien no encuentra solaz en los nudos de su columna vertebral, para encontrarla, hay que querer hacerlo, y el amor a veces no se le ocurre a nadie.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Primer artículo de la serie sobre las mujeres Gutiérrez Cueto. Basado en la investigación de la familia cuya historia, Dios y nuestros espíritus mediante, se publicará éste año dos mil veintitrés.
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*“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Meditaciones del Quijote, José Ortega y Gasset.
Imagen: Comida en familia, de María Blanchard. MAS (Museo de Arte Moderno de Santander)