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Mujer linda, mujer fea, una reflexión de Úrsula Álvarez

El refrán dice que la bonita desea la suerte de la fea y creo que acierta aunque no necesariamente porque a las mujeres bonitas les vaya mal en la vida.

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Mujer linda, mujer fea, una reflexión de Úrsula Álvarez
09-02-2023

Mujer linda, mujer fea

No recuerdo si en un cuento o en una novela, pero en uno de los escritos de El Mejor, aparece una mujer hermosa que al envejecer deja de mirarse en el espejo porque la imagen reflejada no se parece a la que ella tiene de sí misma. Se lo comenté una vez a una señora muy bonita que está por cumplir ochenta años y me dijo que es exactamente lo que ella siente. Otra señora que conozco, cuyo nombre está asociado a la belleza en el inconsciente colectivo de su generación, un espectáculo de mujer, más bonita que Elizabeth Taylor, también dejó de mirarse en el espejo hace mil años y está por cumplir ochenta y ocho. El refrán dice que la bonita desea la suerte de la fea y creo que acierta aunque no necesariamente porque a las mujeres bonitas les vaya mal en la vida.

Según mi experiencia, la gran mayoría de mujeres de aspecto común y hasta feo, está segura ser guapa. Aclaremos que utilizo la palabra “guapa” como manda la Real Academia y como la utilizamos los hispanohablantes de América, “guapa” designa a alguien “de buen ver” y no es lo mismo que “bella”. Estoy segura de poquísimas cosas, casi de ninguna, pero de verdad creo que las mujeres feas no saben que lo son y para comprobarlo basta dar una miradita a lo que ahora se llama “redes sociales”. Fotos en las que aparecen ojos revirados, de sapo o por lo menos peculiares, narices torcidas o inacabables, rostros equinos, ratoniles, reptilianos y por el estilo. “¡Liiinda!, ¡hermooosa!, ¡qué bonita!”, escriben los latinoamericanos al pie de esas fotos; “¡guapa! ¡guapísima!, ¡maja!”, ponen los españoles. Lo noté hace mil años, cuando Facebook nació. En cuanto a los comentarios, al comienzo creí que eran una demostración de buenos modales, después pensé que podían ser puro sarcasmo, y ahora sigo sin saber la razón detrás de los comentarios, pero ese no es el tema. El tema es que a lo largo de mi vida he conocido a poquísimas mujeres feas que se saben feas. Todo lo contrario de las hermosas. 

La gran mayoría de mujeres hermosas sabe que no es fea pero no tiene ni idea de lo linda que es, aunque esta afirmación contradiga a lo que la gente cree. Se da por hecho que las mujeres bonitas se creen la última Coca cola del desierto, son presumidas y soberbias y claro que existen algunas así, de todo hay en la viña del Señor, pero no son la mayoría ni la mitad, la cuarta o la milésima parte. Sé de una mujer bonita, por ejemplo, que cuando era adolescente pedía a Dios que le cambiara el rostro por el de una actriz de la tele que no era ni la mitad de bonita que ella y no se trataba de falsa modestia. Esta devaluación de la belleza propia no necesariamente tiene que ver con falta de autoestima y quizá la explicación radique en la naturaleza humana. Las mujeres bonitas son un blanco con patas, el enemigo natural de las que lo son menos y una forma de neutralizar el peligro que entrañan es hacerles creer que su belleza no es tal, ¡qué cantidad de granos te han salido!, ¡qué ojeras las tuyas!, ¡ay tus pelos!, ¡qué peluda/pecosa/pálida/colorada eres!, ¡si tan sólo tu nariz no fuera tan minúscula/larga/ancha/afilada!, ¡si tus labios no fueran tan gruesos/filudos/oscuros/claros!, ¡si no fueras tan gorda/flaca/esquelética/alta/chata/ tetona/sintética! La relación de las mujeres con la belleza ha de ser una de las más interesantes.

Mi papá categorizaba la belleza femenina más o menos así: guapa –  bonitilla – bonita – preciosa y nunca confundió los buenos modales con la imprecisión en el lenguaje. En cuanto al otro extremo, mi mamá lo describe muerta de risa. Dice que cuando ella era chica, en Arequipa había cuatro categorías de mujeres feas: “las feas, las horribles, las espantosas y las Béjar”. También dice que las Béjar eran feas con Efe de horror (forror) y aunque yo nunca las conocí, una vez que quise describirle a alguien, le dije ¡es peor que las Béjar! ¡Ay pobrecita!, respondió, o algo así. Dada mi carga genética, yo no puedo reaccionar a la foto de un moticuco (peruanismo para ay qué susto) escribiendo linda, hermosa ni preciosa, porque no veo razón para lastimar al idioma. Creo que la percepción de la fealdad propia tampoco tiene necesariamente que ver con la autoestima. Una cosa es amarse mucho a una misma y otra cosa es ver visiones. También es verdad que hay  mujeres feas que son guapísimas. Y he ahí la ventaja, en términos de apariencia, de las mujeres sobre los hombres, “viste un palito y lo verás bonito”, dice una de mis tías y es verdad.

Claro que los estándares de belleza cambian con el tiempo y hasta en cada cultura o grupo humano. Pero también es verdad que Vivian Leigh, por ejemplo, sería hermosa en Tangamandapio o en la Conchinchina, en los tiempos de Cristo o dentro de mil años. O Halle Berry. Hasta antes de la dictadura de lo políticamente correcto, la belleza tenía que ver con la armonía y las proporciones.  Lo que sí es subjetivo, creo, es lo que a cada quien le gusta.

Para lindas y feas la apariencia física es temporal. Poco a poco, la gravedad y los años se nos instalan en la piel y dibujan a una desconocida. Si tenemos suerte y hemos procurado alimentar nuestro espíritu y nuestro cerebro, sabremos que esa desconocida es nuestra mejor amiga. Si no tenemos suerte y no hemos alimentado nuestro espíritu ni nuestro cerebro, declararemos la guerra a la desconocida y empezaremos una serie de batallas imposibles de ganar. Pero en todos los casos, cuando la apariencia comienza a cambiar, las mujeres bonitas desean la suerte de las feas porque no es lo mismo dejar de ser más linda que Elizabeth Taylor, aunque ellas jamás lo supieran, que dejar de ser un rostro olvidable.

No propongo que gritemos ¡fea! en la cara de cada fea que veamos ni que lo escribamos debajo de sus fotografías, los malos modales y el mal corazón sólo sirven para ensuciar más al mundo. Pero si somos capaces de hacer creer a las feas que son lindas, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con las lindas? Sería genial concederles el permiso de saber lo hermosas que son mientras lo son. No es una tontería aunque lo parezca.

Úrsula Álvarez Gutiérrez

www.amoramares.works

Santander, febrero del 2023

Nota: el apellido que utiliza mi mamá en su frase célebre es otro.