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Ángel Losada Gómez, buen consejero

Me había presentado el buen y simpático amigo Antonio Zúñiga, que después de Ignacio Aguilera siguió contando conmigo y me hizo constante miembro de la directiva del Ateneo durante su mandato.

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Ángel Losada Gómez, buen consejero
18-08-2021


Le llamaban casi todos “D. Ángel“, pero a mí desde que le conocí me permitió el tuteo. Losada Gómez (Rozas de Soba, 1908-2004) fue un muy exitoso empresario cántabro en Méjico, presente en diversos sectores, pero a destacar, sobre todo, su potente cadena de más de una decena de supermercados “Gigante”, establecidos hasta finales de los años 70.

Me había presentado el buen y simpático amigo Antonio Zúñiga, que después de Ignacio Aguilera siguió contando conmigo y me hizo constante miembro de la directiva del Ateneo durante su mandato. Una más de las buenas relaciones con las que, a pesar de la diferencia de edad, me facilitó siempre Zúñiga en las cultas tertulias en su casa en Castelar o en la vida social.

Viniendo de Valdecilla cuando paso junto a la Plaza de Méjico y al ver el monumento a Benito Juárez, siempre recuerdo a Ángel Losada, este gran empresario de Rozas de Soba, de quién estoy agradecido tanto por su trato como por algunos gestos generosos, por ejemplo la cantidad de dólares que puso un día en mi mano cuando fui a visitarle a su oficina principal de “Gigante” en México. Fui a despedirme tras dar unas conferencias, subimos a su despacho en el ascensor exclusivo, le confirmé que iba a vivir a Estados Unidos y me dijo: “Esto para que puedas comprar un coche, pues allí es totalmente imprescindible”. 

Era cierto. Y con aquel inesperado donativo le compré su “Chevrolet Malibú” al amigo y profesor cubano americano del Departamento de Gobierno de Georgetown University, Eusebio Mujal León.

En efecto, todo el mundo le llamaba “don Ángel”. Había llegado a México en 1925, pasó a Apan, Hidalgo, se casó en 1940 y, tras crear varias empresas, retornó a México. En los años 60 fundó “Gigante”. No había un sector en el que Ángel no tuviese sus intereses: Panificadoras, muebles, construcción, juguetes…

En 1976 el Ateneo de Santander le distinguió como “Montañés del año”. En un posterior homenaje en el Palacio de La Magdalena, me llamó para apoyarse al bajar las escaleras exteriores y me sentí muy bien. Ya no era él un niño.

En una comida en el Chiqui le había confesado mi deseo de irme por un tiempo de Santander al extranjero y le consulté qué le parecía que fuese a Estados Unidos. No le extrañó y aprobó la idea. Por eso en México no le sonó raro que le confirmase que ya me iba aunque no tenía decidida la ciudad. Estudié Nueva York, Chicago y Columbus, la capital de Ohio, pero me decidí por Washington DC y nunca me he arrepentido. Desde allí, de cuando en cuando seguí en contacto con D. Ángel y cuando coincidíamos en Santander. Y lo cierto es que siempre conté con su simpatía y buen consejo.

Losada era una persona de gran franqueza. La palabra que va bien para definir su estilo es la de “campechanía“, no por la primera acepción (de natural de Campeche, de México) sino por los adjetivos de “comportarse con llaneza y cordialidad, sin imponer distancia en el trato“ y por su humor. Era simpático y muy sociable. Un día me mostró complacidamente una designación cultural que se le había concedido desde la presidencia del gobierno mejicano.

En Méjico le pidió a su hijo que viniese a saludarme al despacho de su oficina y anunció a su mujer e hija que íbamos a ir a su casa, en donde juntos disfrutamos de un almuerzo y conversación memorable. Pude sentir su amistad y hasta conté con la confiada participación de algunas confidencias personales. Le recuerdo con gratitud.