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Paco Lainz, político y medio artista

Decente, simpático, campechano, Paco era como un niño grande con su mirada a los ojos, su sonrisa limpia y festiva, su talla grande y su bigote a la mejicana.

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Paco Lainz, político y medio artista
29-03-2020

 

Cuando hoy elijo a Paco Laínz para estos personales recuerdos he pensado que nada es tan libre y, a veces repentino, como la memoria. ¿Por qué se me ha ocurrido en esta ocasión evocar la figura de Francisco Laínz Gallo?  No crecimos juntos ni fuimos al colegio o al servicio militar o trabajé para su organización. Ni siquiera milité en la UCD, partido en el que fue un diputado conocido a nivel nacional. En realidad mi inicial contacto fue porque no se me pagaba en un periódico (o solamente a temporadas) y yo tenía la voluntad de escribir, incluso gratis, pero ya me molestaba y se lo expuse porque había él entrado en el Consejo de Administración y decidió sacar el dinero para retribuirme por su lado. De la caja ajena al mismo medio (seguramente firmaba el cheque su hermano José María) y nunca, jamás me afeó una colaboración ni me impuso una línea o sugirió una idea. 

Decente, simpático, campechano, Paco era como un niño grande con su mirada a los ojos, su sonrisa limpia y festiva, su talla grande y su bigote a la mejicana.

Como no rastreo mis propias cosas con regodeo ni gran orden, no tengo a la vista ni busco ahora (aunque no venía mal) un trabajo de simpatía a su padre, don Manuel (por algo llamado “San Manuel“) a propósito de las sociedades que creó, incluso la del tabaco “Jean“ con cuyos pitillos se popularizó a Paco suministrándole alguno al presidente Suárez. Sería el único mero antecedente antes de mi relación de simpatía.

Paco, además de empresario y político, era un tanto bohemio y medio artista (juraría que él diseñó el logo del caballero con frac y chistera y el niño del aro de la empresa), radioaficionado con apasionamiento y deportista. Antes de Abiada, en Villar, tuvo una finca en la que puso una “roulotte“. Allí iban amigos, sobrinos, etc. Yo nunca estuve.

Pero sí me invitó en algunas ocasiones a “la Bruja“, el simpático nombre dado a su casa en la calle Rocío del Sardinero. Allí, una vez, Paco tocaba un órgano en el salón que nos hizo deliciosa la tarde, presidida por el encanto con que su mujer, Sol, nos llenó de atenciones.

Hay que vincular este recuerdo a la bonhomía y buena tradición de una familia católica numerosa (vinculada a Acción Católica), que con 98 años sigue representando su hermano jesuita Manuel, científico botánico, autor, entre otras obras, de “Aportaciones al conocimiento de la flora cántabro-astur“ y doctor “honoris causa“ de la Facultad de Biología de la Universidad de Oviedo.

La figura de Francisco Laínz se popularizó sin duda algo más al ser diputado centrista en la Transición y son bien conocidas anécdotas varias. Pero en Cantabria se disgustó en la perdida pugna por su defensa de “Cantabria Castilla”, asociación de la que fue presidente hasta la determinación favorable a la más estrecha vía uniprovincial autonómica.

En realidad me ha interesado aquí más que nada destacar su dinamismo, su bondad y su sentido del humor. La calidad, en suma, de su rica personalidad afectiva de la que quiero mencionar otro detalle. Cuando yo le conozco y solíamos quedar para conversar, no me sentía a gusto al no poder entonces reciprocar sus invitaciones. Supo él advertirlo con sensibilidad y se me adelantó, diciéndome con naturalidad:

-Para tomar algo, tú pagas una vez cuando yo lleve tres.

Y me sentí bien.  ¡Cómo para no recordarle!. Hizo, en fin, que se retribuyeran mis colaboraciones periodísticas y me trataba de igual a igual. Como amigo. Le debía una, por tanto, pero sirve su evocación también para enfatizar que quizás sea bueno para un político, antes que ser diplomático, ser buena persona. Y Paco lo era.