Pedro Orive, el buen corazón amigo
Sin él probablemente nunca hubiera hecho mi Licenciatura y Doctorado en Periodismo en la Complutense, en donde Pedro fue vicedecano en la Facultad y en 1977 decano.


Pedro Orive, el buen corazón amigo
Tengo gran cantidad, un enjambre de cartas y tarjetas con afectosos y prácticos mensajes de mi finado amigo, Pedro Orive Riva. Del periodista y profesor cántabro, nacido en Solía, de Liaño (Villaescusa) el año 1933. Entrañable y fiel amigo a lo largo de los años.
Pedro vivía en Madrid, pero siempre volvía a su pueblo y a Santander. Pero viajaba a todas partes y, efectivamente, tengo centenares de tarjetas y de mensajes suyos desde todas las esquinas del mundo a donde iba con Conchita Alonso, su mujer, y se acordaba de mí. Siempre estuvo muy atento a las conferencias, congresos y a simposios en temas de Comunicación en el mundo. Estudioso y pragmático.
Sin él probablemente nunca hubiera hecho mi Licenciatura y Doctorado en Periodismo en la Complutense, en donde Pedro fue vicedecano en la Facultad y en 1977 decano.
Desde allí ayudó, por cierto, con honorable dedicación y sin excepción a cuántos lo necesitaron. Pero sobre todo a los cántabros. No todo el mundo fue agradecido, sin embargo -y peor-, pero eso por el momento no es el asunto. Orive era mi profesor, director de tesis e insustituible amigo.
Me hizo trabajar, nada me regaló, pero sí su tiempo e interés máximo. Y siempre le respondí excepto cuando me ofreció quedarme junto a él en la quinta planta del pétreo edificio en la Avda. Complutense para iniciar entonces el meritoriaje de la carrera profesional docente. No pudo ser. Aunque me gustaba, tenía ya otros trabajos bien retribuidos y 3 hijos. Me pregunto, no obstante, a dónde podría haber llegado en ese ámbito. Curiosa incógnita contrafactual.
Lo cierto es que Pedro Orive y yo jamás nos fallamos. Venía a Santander y era la primera llamada que hacía para saludarnos y ponerse al día. Solíamos encontrarnos en un solitario salón del Club de Regatas a horas tranquilas junto a una ventana. Luego, ya debidamente informado, visitaba radios y periódicos locales. Y así durante años.
Pedro Orive, corpulento, de manos grandes y mirada noble, hablaba despacio y siempre con contagioso optimismo. Había empezado haciendo a la vez la oficialía en la Escuela de Aprendices y el Bachillerato y era feliz, sobre todo, por el resultado de su esfuerzo llegando a Catedrático y a director del Departamento de Estructura en la Facultad. Se lo había currado bien.
Pedro Orive consta que era incansable, constante y disciplinado. He ahí el secreto principal de su trayectoria. Y lo conozco bien porque estuve cerca en nuestra relación de profesor-alumno, pero además en la más personal cercanía de amigos. Algo fui por su despacho de encargos y aplicadas tareas comunicativas en la madrileña calle Andrés Mellado, pero más a almorzar y despachar con él en su casa de Moralzarzal. En una ocasión me puse, incluso, uno de sus trajes de baño -tuve que amarrarlo porque me estaba grande- para ir a su piscina. Por esta proximidad y confianza soy buen conocedor de su trabajo y constancia. Pero mejor lo prueba su extensa bibliografía.
Por cierto, no cuentan solamente sus trabajos teóricos y los textos universitarios sino su casi paralela (sin “casi” durante un tiempo) carrera periodística. A primeros de los años 60 inició su carrera profesional en la desaparecida “La Gaceta del Norte” de Bilbao, luego fue nombrado redactor regional de “El Correo Español-El Pueblo Vasco” en Vitoria, a donde pasó como redactor jefe en 1966.
En Madrid permaneció 7 años desde 1967 como responsable de la sección de “Educación y Universidad” y en 1974 me ofreció, (aunque lo agradecí, también decliné el ofrecimiento) trabajar con él cuando se le nombró director de Nuevo Diario. Nunca se olvidó de mí.
No fue solamente la suya la labor periodística. Trabajador siempre y estudioso, había hecho en Oviedo cursos de Psicología y era también Doctor en Pedagogía por la Complutense madrileña. Además de ser funcionario técnico de la Secretaría de Educación y Ciencia estuvo como subdirector de la revista del Ministerio de Justicia. Entre otras funciones, dirigió en 1977 la revista “El Magisterio Español”.
En todas las épocas nos encontramos y en diversas ocasiones le entrevisté para los periódicos locales santanderinos. En uno de ellos tratamos el tema de “La escalada de la droga” (temas de una de sus conferencias) en donde enfatizó “la resistencia social de la familia” para combatirla. Señaló rotundamente que, aparte el nihilismo y deseo de aventura e inhibición, “un amplio porcentaje de drogadictos y delincuentes” eran “víctimas de circunstancias familiares y sociales”.
Venía Pedro en un resistente machacado coche desde Madrid con 60.000 kms. comenté otra vez en “La Gaceta del Norte” de Jesús Delgado en Santander. Y le describí por su “lenguaje claro y realista, vestido con su traje claro y corbata azul”. Tenía 43 años y llevaba entonces 14 años en la profesión periodística. Estaba interesado, tras haber estado en Londres analizando los periódicos de distrito, en el fenómeno de la “prensa suburbial”.
Por otro lado, no esquivó su censura al condicionamiento e hipoteca debilitadora de los grandes grupos. En fin, la información y educación fueron los 2 temas que profundizó en su vida y me hacía partícipe de sus éxitos y progresos.
Pero nunca abandonó las causas regionales. Presidente 3 años de INESCA, directivo de la Casa de Cantabria en Madrid, fue, asimismo, reconocido en 1984 como “Cántabro Popular”. Y siempre tornaba, ya lo he dicho, al barrio de Liaño a ver a sus padres y a su hermana Carmen.
En la tierra presencialmente o desde Estocolmo, Nueva Delhi, Tokio, Praga, etc. me mandaba resúmenes de sus ponencias u otras que sabía que necesitaba o me interesaban. También lo hizo a Estados Unidos en donde en una ocasión me recordó, incluso, que había pagado mis tasas en la Universidad para que yo no pudiera perder el curso. Inolvidable.
Pedro Orive, por todo, nunca morirá en mi agradecida memoria. Por el honesto ejemplo fraterno de profesor y de amigo, modelo de constancia. Recibí con grandísima pena en su día la infausta noticia de su muerte. Por no resistir su corazón, corazón trasplantado que él, optimista y luchador, llegó a considerar tan bueno como el suyo.