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Torres Padin y los gallegos

En fin, ya el 17 de Marzo de 1972 se me abonaron 108 pesetas en concepto de “auxilios de viaje” para viajar por ferrocarril a Santander, ya licenciado.

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Torres Padin y los gallegos
26-05-2020

TORRES PADIN Y LOS GALLEGOS

En mi cartilla naval bajo el título de “Marina de guerra española” figura la fecha de mi alistamiento: 1967 para el reemplazo de 1968. Tengo en la foto (todavía con pelo) el número 142. Fui llamado al servicio activo del cuartel de instrucción de El Ferrol y firma mi ingreso el comandante Ángel Mariño Gómez. Me tocó ir a Ferrol y Madrid: tuve suerte. Así pase del coy a una cama.

Lo más duro en Ferrol era cuando además de desfilar nos tocaba también lo que llamábamos “botes”, o sea remar en unas barcazas. Como lo mejor de la alimentación eran huevos cocidos o jureles, ese día era el peor. Pero tuve suerte, sí,  y se me encargó ir a buscar manzanas fuera del cuartel. Eso me permitía dar un buen paseo hasta cierta hora. No tengo mal recuerdo. 

Desfilaba el tercero en la formación de a nueve, pero si no tenías las botas limpias o te habían birlado la gorra, te daban algunos gritos o la orden de “envaina y corre”.  Muy molesto. Se envainaba la bayoneta y mientras todos desfilan tienes que correr alrededor de la formación (en marcha) y acababas muy cansadito.

El primer día en que llegué me dijo un cabo que me pusiera a barrer. Le dije que “por qué yo” y por toda explicación me dijo que barriese también al día siguiente. Otro día respondí que no tenía la gorra del traje de faena porque me la habían robado. Me pegó otro grito el sargento y dijo: “en la Marina nadie roba nunca. Era un hombre de fe y mala leche. Como también me habían desaparecido la toalla y una jabonera que había preparado mi tía, ya nunca más me faltaron gorras, pero tampoco jaboneras porque no había.

Aparte anécdotas, aprendí que a efectos prácticos todos éramos iguales excepto en la talla. Al final de la formación iba uno más bajito y como hacía mal la “media vuelta”, nos mandaban repetir por su culpa hasta que aprendimos todos a marchar.

Pero se hacen amigos. Anduve principalmente con asturianos, un jugador de baloncesto de Gijón y con Andrés de Paz, un ovetense publicitario que montó un negocio de quinielas futbolísticas para los bares a quién ayudé. También descubrí la bondad y la capacidad de trabajo de los gallegos y establecí buen trato amistoso que desde entonces he tenido con ellos, también en Estados Unidos, principalmete cuando iba a verles y les llevaba vino de muestra de algunos colegas a la ciudad de Elisabeth, en New Jersey, en donde “controlaban” el trabajo de las grúas. 

Tras los meses de instrucción tuve la suerte de ser destinado al “Colegio Nuestra Señora del Rosario” en la calle Arturo Soria de Madrid. Ahí ya era otro. En este colegio de hijos de suboficiales frente al de los de los oficiales. Muchos chicos y solo 9  para atenderles, incluso para servirles la comida. Hasta que el Coronel, José Ignacio Dapena Carro, una gran persona, influyó para que se fundieran los dos colegios y no hubiera como tres Españas. Me quitó de lavar y de la férula de un gaditano poco simpático. Cambió mi vida. Y ya hice buenos amigos entre los compañeros excepto uno con el que me peleé. Le di con una tartera de merluza caliente porque era boxeador. Seguro que se acuerda Avelino Pérez Cobo, de Torrelavega.

Pero recuerdo buenos amigos, el granadino Moisés Molina, el citado Avelino de Tanos y, sobre todo, el gallego José Torres Padín, de quién comprendí que una cosa es cierta instrucción que yo tenía, pero que él, de la vida y el trabajo, sabía mucho más: de cocinero, de contramaestre, trabajador y generoso. Formamos un buen tandem y es el inspirador de este escrito. A nadie he conocido que haya hecho un programa de tanta voluntad y de largo plazo: ir a América (Estados Unidos), trabajar en la construcción, volver a su pueblo a casarse con la mujer que le gustaba. No he vuelto a verle, pero estoy seguro que ha ido cumpliendo sus objetivos. He hecho por encontrarle, pero debe andar felizmente retirado por las Rías Bajas.

Nunca he tenido vocación militar ni mucha disciplina. Pero tengo buen recuerdo, aparte anécdotas, de lo que aprendí y de mi amigo y los gallegos. Pude conocer bellos lugares como la aldea de Cariño y el pueblo de Cedeira. Más tarde me encantó Orense y viajar con Angelines Quintela y las “mujeres empresarias” por varias ciudades norteamericanas y a Guatemala. Y hasta me hicieron un homenaje en Orense además. Guapas, bien laboriosas, elegantes y representantes de aceite, vino, bordados, moda, limpieza, construcción. 

Me gustaba contarle todo esto al muy culto y entrañable José Luis González Sobral que sirvió a la Cultura en Cantabria (empezó a descentralizar el Festival Internacional) quién me encargó varias conferencias cuando nos reencontramos en Santiago de Compostela y cuando era Secretario General de la Xunta con Fraga.

En fin, ya el 17 de Marzo de 1972 se me abonaron 108 pesetas en concepto de “auxilios de viaje” para viajar por ferrocarril a Santander, ya licenciado. En realidad en la Resolución se llamaba “Situación Eventual”. Durante 6 meses hasta cumplir dos años, según el Artículo 577 del Reglamento de la Ley General del Servicio Militar, seguía yo todavía dependiendo del Colegio y si se cambiaba de residencia había que notificarlo so pena de ser declarado “incontrolado” y la correspondiente multa. En los 8 epígrafes de actitud, conducta, etc. se resume como “buena” el concepto que he merecido y consta que solamente ascendí a “marinero de oficio”.

Pero hice un discurso ante todos con tres micrófonos del grupo “Xente Nova” en el comedor del cuartel y vi húmedos los ojos del comandante y orgullosos a varios de mis compañeros de brigada. En el Colegio en Madrid el jefe máximo (gran tipo) me dejaba salir a estudiar o a ir al teatro y a hacer entrevistas aunque alguna vez me escapé y lo perdonó el subteniente José Larburu, de Zumaya. O me daba buenos consejos don Rogelio, e incluso me iba de copas con don Manuel Aguiño hasta Manoteras. 

Es bueno hacer amigos que, aunque no sea buscado, nos traen buenos recuerdos. Y no me enseñaron nada malo en La Marina. Fue un poco largo, pero no perdí el tiempo. Y no olvido aquellas voces de mis compañeros en la barcaza a la hora de la “Oración”, el mar oscuro al atardecer, mientras cantábamos “Tú que dispones de cielo y mar, ten de nosotros, Señor, piedad”. Y no digamos de la “Salve marinera”.  La que dice y repite  ...”fervoroso llegue al cielo hasta Tí nuestro clamor”.