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¡MAMÁ, QUIERO SER CELEBRITY!

Por Julia Llorente

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Atravesamos tiempos  de inercia al consumo, así como de una ponderación mediática. Hay quienes se resisten a asumir su incompletitud. Ni los políticos tocante a su poder, ni los intelectuales en cuanto a su saber, ni algunos sujetos como tal con aquello que les ha tocado vivir. En conjunto creen saber, o poder, o negar su realidad. En la práctica, el poder del que muchos se jactan, una enorme carencia primaria que los derivó hacia ciertas necesidades para poder compensar lo que les convierte en vulnerables: "Dime de qué presumes y te diré de qué careces".

El-la celebrity trata de suplantar con la fama toda carencia afectiva sustancial, esa falta real o producto de su fantasía, que le impulsa de manera imperante hacia la búsqueda de notoriedad. Así, el famoso, en la cumbre de su esplendor, conmemora de forma ilusoria su completitud inexistente.

No en vano, la fantasía de ser invicto que acompaña a ciertos personajes se aja, y es a través de esa grieta por donde se vislumbra al frágil sujeto cobijado bajo el guión de su puesta en escena. Cualquier altercado relacionado con su salud, orgánico a la vez que  simbólico, pone de manifiesto el confín del que carece el doliente. En ocasiones, este malestar viene a ser una señal de alarma ante determinados tipos de excesos, tan habituales  en estos hambrientos de celebridad, pero para que la advertencia sea incorporada es preciso  aparcar la soberbia que estos personajes suelen desplegar.

El poder y la fama son adictivos, y,  del mismo modo que cualquier adicto, se resisten a vivir sin su droga alegórica. Para obtener este preciado bien, estos individuos se ven impulsados a desarrollar un esfuerzo excesivo debido a la alta competitividad actual. El poder y la fama se suelen vincular con la plétora y la libertad, sin embargo, cuando devienen adictivas, brota la dependencia. No olvidemos que, en su etimología, el vocablo adicto deriva de esclavo.

 La imagen que los famosos  se afanan en conservar les convierte en esclavos de la misma, en supeditados de aquello que perpetúe su fama. Pero, en ocasiones, ese "palio" resbala hacia una poderosa adicción quedando estructuralmente sometidos.  El goce -diferente del placer, cuya constitución está conformada  por la vinculación de la palabra y lo que subjetivamente ésta representa -del que están impregnados estos seres les incita a un exceso de placer imposible de obtener dado que, irremediablemente, y desde el deseo del inconsciente, sus motivos pulsionales les abocarán a un destino cargado de experiencias desagradables. 

Únicamente de forma ilusoria el goce puede parecer infinito, dado que el placer que se pude conseguir, más allá de las desigualdad subjetiva, está vetada por la actividad psicobiológica.  Atravesada esta barrera ya no existe placer sino malestar.

Analizando, los poderosos y celebritys poseen en realidad mucho menos poder si  contabilizamos en sus "debe" aquellas cosas simples que el humano común puede realizar desde la esfera  de su flemático anonimato. La diferencia que estriba entre una celebridad y una persona común en armonía es que la primera precisa del exceso para mantener el ideal que suspira por forjarse de sí mismo, sin el cual no disfruta; sin embargo, el segundo es apto para disfrutar de forma análoga,  sin correr tantos riesgos.

Julia Llorente

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