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UCRANIA: HENRY KISSINGER TENÍA RAZÓN

Por ENRIQUE GOMARIZ

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Se ha dicho que estudiar las relaciones internacionales de nuestro tiempo sin nombrar a Henry Kissinger sería imposible. Este Consejero de Seguridad Nacional, que fue posteriormente Secretario de Estado del presidente Nixon, ha pasado a los libros de texto como uno de los personajes más controvertidos del último tercio del siglo XX.

Ganador del Premio Nobel de la Paz por haber puesto fin a la guerra de Vietnam, al tiempo que era apoyo firme de las dictaduras del cono sur latinoamericano, o abrir las relaciones entre Estados Unidos y China, son actuaciones señaladas de este emigrante judío alemán, nacido en Baviera, que le califican como el representante más sólido de la realpolitik de las últimas décadas. Su visión realista de las relaciones internacionales y de seguridad es lo que le otorgó elogios y críticas de medio mundo y lo que permitió superar las confrontaciones ideológicas en varias guerras abiertas o soterradas.

Pues bien, cuando se produjo en 2014 el antecedente directo de la crisis ucraniana actual, Kissinger publicó un artículo en el Washington Post, donde manifestaba claramente su visión de la situación de Ucrania sobre los principales temas en cuestión y concluía:

  • Ucrania debería tener derecho a elegir libremente sus asociaciones económicas y políticas, incluso con Europa.
  • Ucrania no debería unirse a la OTAN, una posición que asumí hace siete años, cuando se trató por última vez.
  • Internacionalmente, ellos deberán perseguir lograr conseguir una posición como la de Finlandia. Esa nación vive sin ninguna duda interna sobre su férrea independencia y coopera con Occidente en la mayoría de campos y espacios políticos; pero evita cuidadosamente la hostilidad institucional sobre Rusia.

La perspectiva realista sobre lo que mejor convenía a Ucrania y a la seguridad europea, puede asumirse incluso desde las antípodas ideológicas del pensamiento de Kissinger. Y, de hecho, ha sido durante mucho tiempo la planteada por fuerzas sociales y políticas europeas partidarias de la distensión y el desarme: promocionar una Ucrania neutral en la Unión Europea, manteniendo buenas relaciones con su vecino de la Federación Rusa.

En contraste con esta perspectiva, el atlantismo renovado actual se ha embarcado en una visión confrontativa hipócrita, que señala con el dedo acusador a Putin como responsable de la crisis abierta en Ucrania. Pero cabe preguntarse:

¿Es que no se tenía conciencia clara de que la OTAN no intervendría militarmente en Ucrania dado que ese país no pertenece a la Alianza Atlántica?

¿Se desconocía el carácter poco democrático del gobierno de Putin y su necesidad de argumentos externos para mantener su poder?

¿No existían indicaciones sólidas de que Rusia estaba realmente molesta por lo que considera una traición al acuerdo de 1991 de detener el desarrollo de los bloques militares en Europa y de que, como consecuencia, planteaba a Ucrania como un punto de no retorno?

¿No hubo informaciones consistentes en los últimos meses de que el amplio desplazamiento de tropas sobre la frontera con Ucrania, podía dar lugar a una agresión militar?

Es decir, todas esas quejas que hoy se manifiestan, sobre todo en los círculos diplomáticos occidentales, en torno a la agresión militar de Rusia, componen la crónica de una catástrofe anunciada que sufre Ucrania. Tiene razón el presidente ucranio Zelenski cuando clama hoy que le han dejado solo, después de asegurarle que le apoyarían en su enfrentamiento diplomático y militar con Rusia. Las sanciones económicas occidentales contra Moscú tendrán efecto, en el mejor de los casos, en el mediano o largo plazo. Es decir, una vez que se haya resuelto la caída o no de Kiev y la derrota del ejército ucranio en la mayor parte del país.

En realidad, no han fallado los servicios de información occidentales; lo que ha fallado ha sido la soberbia de los gobiernos norteamericanos y europeos (y de falta de interés real por la suerte de la población ucraniana), que ha impedido la incorporación de una buena dosis de realismo acerca de la verdadera situación geopolítica de Ucrania, que ha conducido a ese país a un callejón sin salida.

Es falsa la orientación que predomina en los medios de comunicación occidentales que trata de mostrar como algo sorprendente el carácter autócrata del Gobierno de Putin, la capacidad militar de Rusia o la decisión de la OTAN de no intervenir militarmente en un país que no forma parte de la Alianza Atlántica. Todo eso es cierto, pero no constituye sorpresa alguna. Esa orientación mediática no es otra cosa que producto de la necesidad de desinformar a la opinión pública, que buscan los contendientes en cualquier conflicto geopolítico. En pocas palabras, en la actualidad, producto del resurgimiento del clima de la guerra fría.

No es necesario asumir la óptica del realismo internacional de Henry Kissinger para coincidir en los planteamientos que dicta el verdadero sentido común. Por ello, muchas veces coincidieron al concluir el siglo XX las posiciones del realismo con las de una agenda proactiva a favor de la paz, como la propuesta desde la doctrina de la seguridad compartida de Olof Palme. Pero si no se asume esta doctrina pacifista proactiva, por lo menos sería bueno incorporar algún realismo en las políticas de seguridad en vez de seguir reeditando un atlantismo hipócrita. Pobre Ucrania, que se compró con cierto aire incauto esa ficción.

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