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En el Titanic también se hablaba castellano: el caso de un joven y millonario matrimonio de Madrid
Entre
los españoles
ahogados a consecuencia del naufragio del Titanic, figuran don Víctor Peñasco y su
esposa, que tenían algún parentesco con el presidente del Consejo. Así lo señala hoy un reportaje que publica La Vanguardia, edición digital. El señor
Canalejas se ha dirigido a los embajadores de España en Londres y en París,
interesándoles remitan cuantas noticias tengan relativas a la suerte que hayan
corrido los españoles que figuraban en el pasaje del Titanic...". Texto de
La Vanguardia del jueves 18/04/1918. Página 10.
La noticia que reproducimos parcialmente pero sin tocar ni una coma de su
redacción confirma la presencia española a bordo del Titanic, en el que
viajaban diez compatriotas, aunque uno de ellos, un joven camarero contratado
en el último momento y de probable apellido Monrós, consta como "nacido en
España" pero figura como londinense en la lista de víctimas del naufragio.
En todo caso, en el barco se habló español y catalán. La curiosa nota de prensa
con la que arrancamos esta pincelada sobre el pasaje español en el Titanic se
refiere a Víctor Peñasco, a su esposa Josefa Pérez de Soto y a su criada
Fermina Oliva, los tres protagonistas de una historia tan rocambolesca que se
diría de ficción. Pero los Peñasco no estaban solos a bordo. Había otros siete
españoles más: las hermanas Florentina y Asunción Durán, Emili Pallàs Castelló,
Julià Padró Manent, Encarnación Reinaldo, Servando Ovíes Rodríguez y Juan
(Jean) Javier Monrós o Mouros.
Cuando hace cien años se redactó la noticia reproducida, los datos que llegaban
a Europa eran muy imprecisos. La esposa de Víctor no se había ahogado como
suponía José Canalejas, presidente del gobierno y abuelo de la acaudalada
pareja Peñasco. Pero en cambio las noticias eran más exactas cuando se referían
a los millonarios anglosajones de primera clase. Mezclados entre ellos, los
Peñasco, pero en otro plano informativo en relación con el coronel Astor, su
familia y su fortuna de 750 millones de dólares; el banquero playboy Benjamin
Guggenheim; los Srauss, dueños de la cadena de grandes almacenes Macy"s, o el
matrimonio Rothschild, de apellido sinónimo de dinero. Sin embargo, creemos que
es precisamente lo sucedido a los Peñasco lo que merece la pena recordar.
Víctor Peñasco, de 24 años, de gran fortuna, se casó en Madrid con la también acaudalada
María Josefa Pérez de Soto, de 22. Víctor era un gentleman, que viene a ser un
caballero de exquisita elegancia y educación al que no se le conoce ocupación
concreta. Un modo de ser que, hay que subrayar, no le impidió morir como un
valiente. De hecho, gentleman es la palabra que se supone que subraya su
epitafio, que, en teoría, figura sobre una tumba que no se sabe ni dónde está.
Veamos el embrollo. Tras la boda, los Peñasco emprendieron un viaje de novios
de casi dos años de duración y una fortuna de costes. Les acompañaba su
sirvienta, Fermina Oliva y Ocaña, madrileña de 39 años, y un criado de nombre
Eulogio del que no sabemos más porque no embarcó en el Titanic. Tras la boda y
al partir, lo único que les rogó la madre del novio es que en su luna de miel
no usaran nunca el barco como medio de transporte. Tras 17 meses en la ópera en
Viena, en Montecarlo, en Biarritz, con el Orient Express y por todos los
lugares de lujo de Europa, los Peñasco, centrados en París, se toparon en
Maxim"s con un folleto del Titanic. Tentación irresistible en la que, para
superarla, cayeron y embarcaron como colofón a sus viajes antes de regresar a
España. Con ellos y en primera clase embarcó su sirvienta, Fermina Oliva y para
tranquilizar a la madre, Eulogio, el criado, se quedó en París de coartada. El
truco era sencillo: enviaba a Madrid postales que los Peñasco habían dejado
escritas antes de partir hacia Cherburgo.
Se produjo el accidente y señora y sirvienta se salvaron. Víctor murió al ceder
su plaza a una mujer con un niño. Josefa lo llamó desesperadamente a gritos,
consciente de que lo perdía para siempre. Así fue. El cuerpo de Víctor no fue
hallado, lo que dio paso al enredo que marca esta historia. El caso es que el
cadáver era imprescindible, pues de lo contrario se presentaba un gran problema
legal relativo a herencias, fortuna y declaración de viudedad de su mujer.
Quiso el destino que un par de meses después un cuerpo irreconocible apareciera
en la zona del naufragio. Enterados en Madrid, acudió a identificarlo Fermina y
lo compraron. Resuelto el tema, por fin se certificó la muerte de Víctor y se
solucionó el problema legal.
Josefa, la viuda, se casaría en 1918 con Juan Barriobero y Armas Ortuño y
Fernández de Arteaga, barón del Río Tovía, con el que tuvo tres hijos. Falleció
en 1972 a los 83 años y Fermina Oliva, la doncella, en 1968 en Uclés (Cuenca),
a los 98 años y soltera.
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