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Torrelavega y Llanes, una identidad

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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 Aprovechando las vacaciones estivales opté hace algunos días pasar unas horas en Llanes, pero llegando por ferrocarril que se inauguró en 1905 con el enlace de la villa llanisca a Cabezón de la Sal, diez años después de la inauguración del tramo ferroviario que unió Santander con Torrelavega. Cuando tanto hablamos, escribimos y debatimos sobre infraestructuras, parece aconsejable ver el estado de las existentes y, en este caso, observar si mantienen un nivel competitivo o no. Abordé en Torrelavega el tren de dos unidades a las 9,40 horas, llegando a Llanes a las 11,13 horas, por un importe algo inferior a los diez euros para el viaje de ida y vuelta.

Antes de abordar algunos detalles, quisiera recordar algunos personajes que intervinieron en la necesidad de construir  este ferrocarril hacia Asturias. El primero, el periodista Antonio María Coll y Puig, republicano federalista que dirigió durante casi un cuarto de siglo La Voz Montañesa, quien publicó un folleto de propaganda a favor del proyecto de unir por ferrocarril Asturias y Cantabria. Coll y Puig, que tuvo como jefe de redacción al carismático José Estrañi, no encontró el apoyo de la prensa ovetense y, por otra parte, el capital necesario para tan magna empresa se mostró retraído. Falleció en 1894, cuando se ultimaban las obras del ferrocarril Santander-Torrelavega-Cabezón de la Sal.

Importante protagonismo alcanzaron en su etapa de estudiantes de derecho en la Universidad Literaria de Oviedo los hermanos Manuel y Buenaventura Rodríguez Parets. Nacidos en Cienfuegos (Cuba), gracias a la buena posición económica de su padre Genaro Rodríguez Mier, natural de Puente San Miguel, estudiaron en los Escolapios de Villacarriedo para seguir, posteriormente, la licenciatura de derecho en Oviedo. Los hermanos Parets fundaron con elementos asturianistas el periódico El Ferrocarril (1882), modesta publicación que impulsó la idea de unir por los caminos de hierro las dos provincias, excitando a los capitalistas a invertir  sus dineros en  esta magna operación.

La historia del ferrocarril del Cantábrico nos permite conocer otra biografía importante como la de Gumersindo Laverde Ruiz, un cántabro de Estrada (Val de San Vicente) - montañés de las dos Asturias como le definió José María de Cossio- que hace ya siglo y medio entendió por donde debía discurrir la vida de cántabros y  astures. Fue un defensor a ultranza de la construcción del ferrocarril, polemizando con los detractores de esta obra, que los hubo y poderosos, a través de sus  artículos en La Abeja Montañesa.  Promotor del Gran Almanaque de las Dos Asturias (1865), Laverde defendió sin medias tintas y como idea ambiciosa de aquel tiempo, la unión de Asturias y Cantabria “como hermanas gemelas”  matizando esta propuesta así: “la unión a la que aspiramos no ha de ser tal que una quede absorbida por la otra, sino de modo que, respetando el ser actual de ambas –a semejanza de la existente entre las provincias vascongadas- las enlace mediante relaciones superiores en todas las esferas de la vida”.

La inauguración de los viajes –dos al día en ambas direcciones- entre las dos comunidades una vez que finalizaron las obras entre Llanes y Cabezón de la Sal, se concretó el 20 de julio de 1905 cuando a las 7,45 horas salió el convoy tirado por la máquina Gornazo –engalanada con flores y banderas y evocando los nombres de Pelayo y Velarde- que llegó a Llanes a las once y veinticinco minutos. Cuentan las crónicas que el disparo de cohetes, los entusiastas vivas y los ecos de un pasadoble tocado por la banda llanisca, ensordecían. Una gran multitud se apiñaba en el andén, que esperaba la llegada del tren procedente de Oviedo, cuya máquina venía también engalanada con los escudos de Santander y Oviedo. Durante años, el recorrido entre Santander y Oviedo duraba ocho horas y siete minutos.

Si desde 1905 el ferrocarril fue la clave de las comunicaciones entre Asturias y Cantabria y presentaba imágenes de ajetreo  y movimiento de pasajeros, ya en este siglo XXI es como un ferrocarril muerto, de una sola vía no electrificada, en cuyo trayecto la vegetación frondosa invade la línea ante la que se abre paso este tren cántabro-astur que apenas lleva viajeros como no sea aquellos que tienen como destino alguna de esas estaciones que se desconocen por todos menos por los interesados.  En este trayecto la dos únicas estaciones presentables son las de Cabezón de la Sal y Unquera, en la que se observa cierta actividad en la mejora de sus vías, más por transporte de mercancías que de viajeros. La estación de Llanes, agradable y bien cuidada, se encuentra en el centro de la población.

Se puede decir que a lo largo de todo el trayecto el paisaje es una continuidad: los mismos bosques de hayas, robles, castaños y alisos, las mismas praderías y las brañas en los puertos y los mismos Picos de Europa, “el nudo que nos ata” según escribiera Alfonso de la Serna. Y también una historia común ya que desde los tiempos de Pomponio Mela que escribió que la frontera entre astures y cántabros se hallaba en el río Sella, peleamos contra romanos y más tarde contra los árabes, comenzado la pelea en Liébana donde allí estaba Pelayo y su familia.

Los torrelaveguenses nos sentimos identificados a los llaniscos a través de los bolos, un comercio bullicioso que ahora es quizá más pujante en la villa asturiana, los mismos colores de la bandera y un personaje ilustre como José Posada Herrera, que ostentó la Presidencia del Consejo de Ministros y emparentó con la familia del ilustre Julián Ceballos Campuzano, como tiene bien probado el historiador José Izaguirre. Su apoyo a los intereses torrelaveguenses tuvieron su recompensa ya que cuando murió en 1885 la Corporación dio su nombre al actual paseo de Torres. En esta identidad entre Llanes y la ciudad de los Garcilasos no se puede  pasar por alto que las dos villas mantuvieron durante décadas relaciones comerciales fluidas ya que para los llaniscos se llegaba mucho antes a Torrelavega que a Oviedo. También nos ha unido una mirada a América con los indianos, aunque la villa llanisca sobrepasa en este horizonte de aventura al solar de La Vega.

Finalmente, falta este apunte definitivo. El viaje de Torrelavega a Llanes tiene una duración de una hora y treinta y tres minutos para un recorrido que no pasa de los setenta kilómetros.  En todo caso, este dato es indicativo: el trayecto de Santander a Oviedo es consumido por este tren astur-cántabro en cuatro horas y media, el tiempo que tarda el Alvia de Torrelavega a Madrid. El día y el viaje, sin embargo, merecieron la pena.

*Escritor. Doctor en Periodismo.

 

 

 

 

 

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