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EL LEGADO DE GUMERSINDO LAVERDE Y LA NECESARIA COOPERACIÓN CON ASTURIAS

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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  En 1865 hizo una propuesta de unión entre el Principado y la Montaña; unión que –matizó- no ha de ser tal que una quede absorbida por la otra, sino de modo que, respetando el ser actual de ambas –a semejanza de la existente entre las provincias vascongadas- las enlace mediante relaciones superiores en todas las esferas de la vida”.

Las colaboraciones entre Cantabria y Asturias representan una excelente noticia. Las dos comunidades mantienen desde siglos un fuerte y sólido nexo común que comienza con las guerras contra Roma; el levantamiento contra los árabes con el inicio de la Reconquista en tierras de Liébana y su extensión hacia el Sella o, el origen cántabro de la Monarquía, más tarde patrimonializado por Asturias. Después se abrió la etapa de las Asturias de Santillana, las relaciones comerciales y, finalmente, la segregación de dos municipios cántabros –los de Peñamellera Baja y Alta- que pasaron a jurisdicción asturiana hace menos de siglo y medio. En fin, una historia común aunque tengamos la impresión de que caminamos de espaldas y que no somos vecinos o primos hermanos, quizás porque la mirada impuesta siempre ha estado en dirección a Madrid. Las nuevas comunicaciones y el final de la autovía en la zona asturiana, abrieron una nueva etapa que es preciso aprovechar y desarrollar al máximo.

Muchos desconocen la existencia de una personalidad como Gumersindo Laverde Ruiz (1835-1890) –cántabro de Estrada, pueblo de Val de San Vicente o, un montañés de las dos Asturias como le definió José María de Cossío- que hace ya siglo y medio entendió por donde debía discurrir la vida de cántabros y astures, de Asturias y Cantabria. Hombre de gran inteligencia, en la vida solo le falló la salud, siendo uno de los grandes amigos y consejeros de don Marcelino Menéndez y Pelayo con quien mantuvo una larga y fecunda relación epistolar, hasta el punto de que nuestro sabio confesara un año antes de morir que muchos de sus trabajos no se hubiesen realizado sin el estímulo de Laverde. Como su apuesta por Cantabria y Asturias no solo se basaba en fundamentos culturales e intelectuales, recordemos que Gumersindo Laverde fue un gran defensor del ferrocarril de la costa, polemizando con los detractores de esta obra, que los hubo y poderosos.

Aunque las relaciones entre Laverde y Menéndez Pelayo es ya un tema que apasiona y merece toda la consideración al analizar estas dos grandes biografías para gloria de Cantabria, nos vamos a ceñir a como vio Laverde la relación de Asturias y Cantabria hace nada menos que siglo y medio. Promotor del Gran Almanaque de las Dos Asturias (1865), Laverde defendió sin medias tintas y como idea ambiciosa de aquel tiempo, la unión de Asturias y Cantabria “como hermanas gemelas que, encerrando un alma misma, un mismo corazón, se abrazan con efusión tras largos años de ausencia, para vivir de nuevo bajo un solo techo y compartir sus trabajos y prosperidades”. Laverde matizaba esta propuesta así: “la unión a la que aspiramos no ha de ser tal que una quede absorbida por la otra, sino de modo que, respetando el ser actual de ámbas –a semejanza de la existente entre las provincias vascongadas- las enlace mediante relaciones superiores en todas las esferas de la vida” (1).

Defendía con ahínco Laverde –y la propuesta en aquel tiempo no debió causar indiferencia.- la unión del Principado y de la Montaña en lo eclesiástico y universitario creando un solo distrito; la administración de Justicia con una audiencia territorial; en lo militar con la creación de una capitanía general para los dos territorios; la unión agrícola, industrial y artística, celebrándose congresos, exposiciones y certámenes; el culto a las glorias y tradiciones erigiéndose en Covadonga un panteón donde reposen las cenizas de sus varones ilustres y la unión, en fin, en “todo y para todo lo honesto, bello y útil”, proponiendo se crearan infraestructuras para fomentar un mutuo comercio. Así entendía Laverde la unión de las dos Asturias: “trabajar solidariamente en la obra de su común civilización, a la vez que en la de la civilización general de la península, como parte principal que son de la nacionalidad ibérica”.

A Astures y Cántabros “únelos más y más su historia”, afirmaba Menéndez y Pelayo, relatando los hechos históricos comunes. Laverde, por su parte, afirmaba con pasión que “aliados en paz y en guerra, una misma fue su suerte, resistiendo heroicamente y sucumbiendo a la par...”. Es cierto que la Historia con mayúsculas nos ha unido; sin embargo, hemos vivido durante mucho tiempo de espaldas, en caminos diferentes, cuando tanto tenemos en común, como con precisión histórica relatan en páginas hermosas don Marcelino Menéndez y Pelayo y Gumersindo Laverde.

En honor a su recuerdo, apuntaremos que Gumersindo Laverde murió el 12 de octubre de 1890, el año en el que salió la obra De Cantabria, que unió a intelectuales y literatos en una reafirmaron cultural de lo cántabro. La desaparición de Laverde fue un durisimo golpe para Menéndez y Pelayo, quien en 1911 –tan solo unos meses antes de su muerte- escribió sobre su carisimo amigo: “escribió poco pero muy selecto, y su nombre va unido a todos los conatos de la historia de la ciencia española, y muy especialmente a los míos, que acaso sin su dirección y estímulo no se hubiese realizado” (2).

La aproximación de Cantabria a Asturias (o viceversa) tienen que servir para más que una foto o un almuerzo. Cantabria desde el celo por su autonomía y la necesidad de profundizar en su autogobierno, tiene que abrirse a las comunidades vecinas con convenios que al día de hoy –y llevamos casi cuarenta años de autogobierno- brillan por su ausencia. Uno de los acuerdos fácilmente instrumentable seria que Cantabria acordara una presencia significativa en la Feria de Muestras de Asturias, lo mismo que hacemos todos los años en Valladolid, así como llegar a acuerdos mínimos o máximos sobre los Picos de Europa, que tanto nos unen pero también, al parecer, nos separan. Son muchos los acuerdos que se pueden establecer entre Cantabria y Asturias desde el respeto al actual marco territorial, que por pasado histórico, pero también por necesidad actual, estarían plenamente justificados. Esperamos ideas y hechos para que la buena idea de la aproximación no se quede solo en una foto más.


(1). Un resumen del prólogo en el Almanaque de las dos Asturias puede encontrarse en el libro Antología del Regionalismo en Cantabria (1989) de Benito Madariaga de la Campa (págs. 31-37).
(2). Referencias recogidas del prólogo de los dos tomos del Epistolario de Laverde Ruiz y Menéndez y Pelayo (Santander 1967), a cargo de Sergio Fernández Larrain.

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