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LA DESIGNACION DE SUAREZ: NUEVO ANIVERSARIO

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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 Este 3 de julio de 2022 se han cumplido cuarenta y seis años de la designación, a través de la ley vieja, de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno de España, y once meses después elegido en las urnas como primer presidente de la democracia española. Presente de manera sobresaliente en la historia contemporánea española, evoco su figura -analizada con motivo de un curso de la Transición a la Democracia en 2009 en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo- consciente de que su nombre y su obra política suscitan muchos sentimientos positivos en los ciudadanos españoles hacia quien fue capaz de llevar a buen puerto una reforma política que cuando asumió la dirección del Gobierno estaba embarrancada y amenazaba con llevarse por delante a la Monarquía. Fijar la vista en la etapa de Suárez representa, además, volver un poco a la ilusión, a un tiempo de profunda honestidad en la gestión de los intereses públicos y a la acción de un gobernante que siempre dio prioridad a los intereses del Estado que a los propios partidistas.

Narro en mi libro El Presidente, claves históricas de una Transición» que aquel 3 de julio de hace treinta y tres años, a las  10,40 horas un ujier de las Cortes procedió a cerrar por fuera la sala de sesiones del Consejo del Reino en la primera planta del Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Casi cuatro horas después, tras una larga e intensa reunión, terminaba el debate y la votación para la elaboración de una terna hábilmente urdida por el presidente de la institución, Torcuato Fernández-Miranda. Al salir del salón de sesiones, pronunciaría aquella lacónica frase «estoy en disposición de llevar al Rey lo que me ha pedido«. En la terna estaban Federico Silva Muñoz, Gregorio López Bravo y de relleno -como así lo entendieron los más leales al régimen- se había introducido el nombre inesperado de Adolfo Suárez. Sin embargo, este nombre era el que le había pedido el Rey, convencido de que sería el ejecutor más hábíl y brillante cara a la ciudadanía para desatar, desde dentro, el nudo atado dejado por el franquismo. La noticia no se hizo esperar y a las siete de la tarde los teletipos de Europa Press dieron la noticia: Adolfo Suárez González, nuevo Presidente del Gobierno.

La apuesta real dejó perplejos a los analistas del interior y del exterior, que se habían alienado con Areilza. De la biografía de Suárez no encontraron más líneas que su vinculación a la Secretaría General del Movimiento y a su paso -en el que aprendió sus grandes dotes de comunicador- por la dirección general de Radiotelevisión española. En las últimas semanas, su nombre se había cotizado al alza al pronunciar ante las Cortes un discurso del que hábilmente Suárez se hizo protagonista tras la negativa de otros ministros de dar la cara, en defensa de la democracia y los partidos políticos, ante el llamado bunker del que formaban parte al menos la mitad de los procuradores heredados de Franco. Quien recuerde aquella gloriosa sesión de Cortes para Adolfo Suárez, podría entender el por qué fue  designado Jefe de Gobierno en sustitución de Carlos Arias.

Era lógico el desconcierto y pesimismo general que significó el nombramiento de Suárez. Todo el mundo esperaba un nombre que, formando parte del Gobierno Arias, representara un acelerón hacia la democracia. Era, por tanto, lógico que muchos se preguntaran en las columnas de la prensa: ¿Por qué se elegía a un político del Movimiento, con un curriculum político escaso, jefe de un Gobierno decisivo para la propia Monarquía?. El nombramiento de Suárez, una de las grandes claves de la transición, fue recibido con polémica y desesperanza de la que también se hicieron eco los periódicos europeos más importantes: “Le Corriere de la Sera” escribía que “el nombramiento de Suárez aleja a Madrid de Europa; “The Observer”, señalaba que “es un hombre del viejo régimen” y  en los rotativos más destacados de la República Federal de Alemania la frase más utilizada fue la de “seria decepción”.

Con el paso del tiempo, se han ido descubriendo algunas claves más de aquella decisión. Una, que cesado Arias Navarro en el círculo de Adolfo Suárez se esperaba su elección; el propio Suárez era consciente de que había llegado su momento. En las horas anteriores a su inclusión en la terna, tomó decisiones en su área familiar para esperar tranquilo en su casa de Madrid la llamada del Rey. Su segundo en la Secretaría General del Movimiento, Ignacio García López, era su contacto con el exterior. Y la llamada del Rey se produjo, tal y como estaba en el guión.

Formado el Gobierno con el apoyo de Alfonso Osorio, unos días después de acceder a la Presidencia del Gobierno, Suárez realizó unas declaraciones de gran interés a la revista francesa Le Point. Afirmó con aplomo: “La aventura que nos une a todos es apasionante: hacer de España una democracia, hacerla entrar de golpe en el círculo de las potencias medias e inventar una forma de vivir juntos”, con este consejo a unos y a otros: los de la izquierda no deben “obstinarse en combatir a un pasado que no existe” y una parte de la derecha no puede seguir llorando “por un pasado que no volverá”. En estas declaraciones tan bien calculadas y expresadas, se puede resumir una gran parte del trabajo político de Suárez y su Gobierno para llegar a las elecciones del 15 de junio de 1977, que podemos añadir a otra de sus grandes frases muy relevante en su momento “Hacer posible que no parezcan más quienes más se oyen, sino que se oigan más quienes son mayoría”.

No es preciso recordar los avatares y dificultades que encontró en el camino para alcanzar a ese puerto, objetivo en el que siempre contó con el apoyo de la denominada mayoría silenciosa.  Poco a poco Suárez fue superando la desconfianza de quienes le criticaba por no haber jugado al todo o nada, olvidando aquella frase de Cánovas sobre la fácil  pero estúpida bandera del todo o el nada, que jamás ha aprovechado en este mundo a nadie. Suárez, sin embargo, jugó a lo posible y, desde ese posibilismo practicado día a día, pero con una meta final inequívoca –la plena democracia- consiguió dar vuelta a la piel de España en menos de once meses con la celebración de elecciones libres que posibilitaban la formación del primer Gobierno, en cuarenta años, sustentado en los votos. En realidad, desde el referéndum de diciembre de 1976 hasta la Constitución de 1978, nuestro país conoció un cambio copérnico al alcanzarse la normalidad democrática institucional como en las democracias europeas.

Pasado el tiempo, hay que afirmar que en su arriesgado camino político no encontró la bondad que se merecía y en su etapa presidencial se le llegó a flagelar con saña. En mi libro sobre la Transición se respetaba a Suárez y se valoraba su acción política,  pero en otra obra con el título Historia de una ambición, de Gregorio Morán, se le llegó a zaherir por haber nacido en una familia modesta, tirando a pobre, haber tenido comienzos difíciles en Avila, instalarse en Madrid con una maleta más llena de  ilusiones que de trajes, haber conocido tiempos muy difíciles y ascender penosamente paso a paso. ¡Hasta se le reprochaba la ambición, que en un político no es un defecto, sino virtud indispensable!. Para mi trabajo esas eran virtudes y no defectos y, aun reconociendo que Suárez no tenía la talla intelectual de Cánovas o Azaña, sin embargo, pasará a la historia con mayor grandeza.

La ambición de Adolfo Suárez en alcanzar los cambios fue esencial al conjugarse con la audacia y la inteligencia. La noble ambición es indispensable en el político- la tuvo Cánovas, no le faltó a Sagasta, la poseyó Silvela- y quien no la tenga no pasará de ser un pobre de espíritu o políticamente un mentecato. Y preguntaría, además, ¿no es mejor, más elogiable, ser un Lincoln que libera a su pueblo de sí mismo y hace su brillante carrera desde que nace en una cabaña de troncos?. Lincoln está en el inmenso memorial que domina el centro de Washington y Suárez, ocho años después de su muerte, tiene el respeto general en torno a su persona y su obra política. No fue un privilegiado ni frívolo, nació en la clase media, y tampoco ha sido doctor en Oxford. Pero trajo la libertad sin traumas a España.

Quienes en 1980 pusieron en marcha aquel slogan Suárez, no, que recordaba el error del grito Maura, no de principios de siglo, desde que abandonó La Moncloa han dedicado a Suárez los mayores elogios. Fue tal la injusticia, que dos años antes de abandonar la presidencia, un político opositor pronunció esta frase: “Si el caballo de Pavía entra en el Congreso, el primero en subirse a la grupa será Adolfo Suárez”. Ante tal despropósito, la historia hizo justicia -sin buscarlo el protagonista- cuando en aquella tarde del 23 de febrero de 1981 se enfrentó valientemente al golpismo. No es de extrañar, pues, que Suárez un día, cansado y aburrido de zancadillas y descalificaciones, dijera aquello que afirmó Maura: ¡Que gobiernen los que no dejan gobernar!.

Cuarenta y seis años después de su designación por la Corona, Adolfo Suárez es, sin duda, una figura excepcional del siglo XX y un ejemplo de saber gobernar y ceder para que ganáramos todos. No quiso ventajas partidistas porque fue consciente de su responsabilidad histórica, que consistió nada menos que llevarnos desde el viejo sistema a una democracia a través  de un modelo inédito de cambio político. Agradecidos a su gigantesca obra política, ante sus adversidades personales y su muerte en 2014, muchos sentimos una espontánea solidaridad que responde a un sincero reconocimiento.

Adolfo Suárez, por méritos indiscutibles, ya tenía un lugar relevante en la Historia de España, que se vio más reforzado cuando en la jornada del 23 de febrero de 1981, todavía como presidente en funciones, demostraba que además de un presidente eficaz, fue también un presidente valiente. La foto de aquella jornada es la de un Suárez defendiendo la Constitución y la libertad, merecedora de estar en los libros de historia. Todo comenzó hace cuarenta y seis años. Suárez aunque muerto, sigue en el corazón de una gran mayoría del pueblo español.

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