
Trece días de octubre del 62: cuando el mundo estuvo al borde de otra gran guerra
Por JOSÉ RAMÓN SAIZ
Dejó escrito José Luis Borges que cualquier destino por largo y complicado que sea consta en realidad de un sólo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es. Ese momento le llegó al presidente John Fizgerald Kennedy en un instante de aquellos trece largos días que transcurrieron entre el 16 y el 28 de octubre de 1962, cuando el mundo estuvo al borde de una nueva guerra mundial, al abrirse una profunda crisis por los misiles soviéticos instalados en Cuba. Fue, quizás, ese momento cumbre en la vida de JFK, quién para su grandeza histórica optó por la vía diplomática a pesar de que los jefes del ejército americano y la CIA - los "halcones" - le pedían una intervención militar y la invasión de Cuba. Esa grandeza histórica - aún reconociendo el carácter hagiográfico del film sobre el liderazgo de Kennedy - quedó manifestada cuando tras una reunión tensa y dura con su cúpula militar, JFK sentenció ante sus colaboradores lo inmoral que sería renunciar a sus convicciones; un hecho a resaltar ya que en política no siempre los principios se imponen al oportunismo.
Ese es el momento supremo - al que alude Borges - en el que una persona hace demostración de sus principios, en un contexto, en el caso que nos ocupa, realmente dramático para el presidente Kennedy cuando se le forzaba a una solución bélica por los "halcones" del Pentágono, unida a la presión de los líderes del Congreso, encrucijada que se recoge con toda crudeza en la película "Trece días" que nos acerca a aquellas jornadas de octubre de 1962, que resumen el momento más peligroso de la historia humana: la única ocasión en que las dos potencias han tenido, entre las dos, la capacidad técnica de volar el planeta. Días y horas en un mundo que apenas respiraba y en el centro del conflicto las figuras de Kennedy y Kruschev, bajo las enormes presiones de los que deseaban pasar a la confrontación sin miramientos.
Aunque estemos ante un docudrama histórico y hagiográfico de la figura del presidente asesinado trece meses después en Dallas, hay lecciones que extraer de ese momento crucial en la relación de dos sistemas antagónicos y con una Unión Soviética - hoy extinta - que tenía un poderío territorial y atómico inmenso. El valor para la paz en el mundo residió en la voluntad de un gobernante que frente a fuertes presiones del mando militar y de la industria armamentística, se inclinó por algunos valores morales. Los tuvo Kennedy. La historia de aquellos trece días dice que sí ya que no se doblegó ante las presiones bélicas e intervencionistas de los jefes militares, optando por la nada fácil salida diplomática en un contexto crispado de "guerra fría", que había propiciado la presidencia al general Eisenhower durante dos mandatos, lo que hace intuir la influencia militarista en las decisiones del poder civil de las democracias.
El film desarrolla lo que en líneas generales aconteció entre las paredes de la Casa Blanca en aquellos trece días en los que se sucedieron las reuniones de Kennedy con su equipo de confianza y la cúpula militar. Las conclusiones que se nos ofrecen se resumen en una sola: que el presidente contuvo, tensión a tensión, a lo "halcones" del Pentágono, lo que evitó la guerra. Kevin Costner, que interpreta a Kenneth O`Donnell, secretario particular de Kennedy, tras "meterse" en este personaje que fue uno de los más próximos a los hermanos Kennedy en la crisis de los misiles, ha resumido los trece días en esta frase: "Lo que me enorgullece de John y Bob Kennedy es su actuación histórica: se enfrentaron al Ejército para no hacer la guerra sino defender la paz".
"Trece días" dirigida por Roger Donaldson y con Kevin Costner de principal protagonista, nos instruye que en ese juego de "halcones" y "palomas", Kennedy - interpretado sin parecido físico pero con convicción por el canadiense Bruce Grenwood -, demostró la visión y el tacto del gran político, partidario de no acorralar a los soviéticos. Ante sus consejeros y cúpula militar - éstos últimos le exigían más mano dura con los comunistas - se ve a un Kennedy defendiendo la teoría de ir apretando los tornillos a los rusos, pero dejando a sus dirigentes libertad de maniobra para la retirada sin humillaciones. La opción final del bloqueo fue una elección entre la acción limitada (que descartaba, en principio, la intervención militar) y la sin límites (que incontrolada podría terminar en una guerra nuclear), sobre las que tenía la ventaja de permitir a los dirigentes del Kremlin tomarse tiempo para buscar una salida honrosa.
De las conclusiones que pueden extraerse de aquellos días en los que el mundo asistió a una situación límite, destacaré dos principalmente: por un lado, la primacía del poder civil sobre el militar - las órdenes en esta línea del propio presidente o del secretario de Defensa prevalecieron siempre modificando, en ocasiones, órdenes extremas y peligrosas de los jefes militares - y, por otro, las convicciones personales del presidente y sus colaboradores - sostenidas en principios morales - de que existían otras salidas distintas a la de la invasión de Cuba y la apertura de un seguro conflicto bélico con la Unión Soviética, que se perciben en la estrategia de Kennedy de agarrarse a cualquier opción de negociación, por mínima que fuera, con los dirigentes soviéticos. Incluso llegó a suspender reuniones durante algunas horas para atenuar la atmósfera de alta tensión que se vivía entre los "halcones" del Pentágono y el equipo de la Casa Blanca.
Analizan los expertos que Kruschev había subestimado el carácter del presidente Kennedy como líder de la democracia mundial, tesis que se sustenta en una frase del líder soviético al poeta Robert Frost, solo unos meses antes del conflicto, de que las democracias eran "demasiado liberales para ir a la lucha". Por su parte, el presidente Kennedy no eludía el riesgo de una guerra, que consideraba, sin embargo, innecesaria por su elevado coste "en la cual incluso los frutos de la victoria serían unas cenizas en nuestros labios", según afirmó en su alocución dramática del 21 de octubre.
La crisis acabó el 28 de octubre cuando llegó la carta del líder soviético aceptando las condiciones de Kennedy de desmantelar los misiles instalados en Cuba. El presidente reaccionó con la prudencia del vencedor: dio las instrucciones para impedir cualquier alarde de humillación hacia el "enemigo rojo"; incluso aconsejó que se evitara la palabra victoria. Todo ello puede verse en este impresionante film de Kevin Costner, quién sin duda influenciado por el papel de secretario personal y asesor de Kennedy, añadió a su declaración que le importaba mucho más el valor de la paz que defendieron los hermanos Kennedy que especular "con quienes dormían". Sin embargo, el arsenal atómico es hoy mucho más amenazante y la esperanza del mundo no puede estar en manos de solo unos pocos. O de sólo dos, aunque en octubre de 1962 Kennedy y Kruschev salvaran una situación al borde del apocalipsis.
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