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LO IMPREVISIBLE

Por ESTHER RUIZ

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Domingo, último día de la semana y último de la Fase 1, que abandonamos a partir de mañana.

Y los días de la semana ya van siendo como los recordábamos... Hoy es un Domingo con sabor a Domingo de primavera de verdad. De aperitivo, de comida familiar, de salida, de paseo y a partir de la próxima semana para que sea más Domingo aún, tendremos hasta fútbol. Y seguimos desescalando en orden pero sin bajar la guardia. Porque hay menos contagios pero hay contagiados todos los días. Y baja el número de fallecidos pero aún contamos personas fallecidas a diario... Mascarilla, distancia, memoria y responsabilidad, de momento son las mejores vacunas o al menos, las únicas que conocemos.

Y ahora nos ha quedado la sensación de vivir en una incómoda alerta constante. Ya no vivimos tranquilos ni seguros. De hecho, parece que estamos en una incertidumbre permanente, como si lo imprevisible se hubiera apoderado de nuestras mentes. Y es ahora cuando tenemos que aprender a vivir porque últimamente nuestro objetivo era sobrevivir.

Debemos comprender que no todo está bajo control, pero que el hecho de que sea así no tiene por qué ser necesariamente malo. Porque lo imprevisible no es siempre negativo.

A medida que somos adultos y tenemos una vida más o menos organizada, solemos hacer las mismas cosas esperando resultados que nos son familiares. Incluso por cuestiones de educación o de costumbres repetimos patrones de conducta porque eso nos da una sensación de control. Y ha tenido que venir una pandemia mundial para hacernos ver que la certeza de lo que vendrá no existe. Es imposible. Lúnica y verdadera certeza, es que la vida va cambiando. Que la vida es cambio. Por eso es necesario empezar a abrir nuestra mente para esperar lo inesperado. Y aunque es humano temer al futuro, tenemos que mirarlo con la curiosidad de quien espera descubrir algo y mientras darle valor a cada instante.

Si echamos la vista atrás, hay muchas cosas en la vida de cada uno de nosotros que nos han pasado sin esperarlas. Cosas que parecen sacadas de la imaginación de un guionista. Y sin embargo, esas casualidades, esos giros inesperados, son los que nos han hecho llegar hasta aquí y ser quienes somos. Y muchas de esas cosas se han tornado en causalidades, como si hubiera una ley invisible de causa-efecto, por encima de nosotros, por encima de lo previsible. Como si todo pasara por algo.Y es que, hasta las peores situaciones tienen algo positivo, que aunque en el momento seamos incapaces de verlo, con el tiempo lo vemos, aunque sólo sea para aprender.

Lo imprevisible, lo inesperado, la incertidumbre, los cambios nos sacuden y nos desestabilizan pero a la vez despiertan en nosotros un instinto de supervivencia. Una capacidad de resistencia desconocida y sin duda, una forma de recordarnos que estamos vivos y que navegamos en un mar que no siempre está en calma. Pero también es verdad que ese mar nos puede llevar a lugares desconocidos y no por eso malos. Y si nos damos cuenta, simplemente con ver las noticias, lo que se desconoce es mucho más importante y genera más impacto que lo que se conoce. Y no a todo le podemos buscar explicación. Y no siempre es cuestión de buena o mala suerte. Y no siempre tenemos que sucumbir al miedo, muchas veces es mejor aceptar y continuar.

Por eso cuando esto pase, que pasará... Recordaremos que hubo un virus que se apoderó de nuestras vidas arrebatando muchas de ellas. Y nos hizo temerosos, frágiles, vulnerables. Y nos zarandeó descontrolando nuestras controladas vidas. Y fue entonces cuando empezamos a replantearnos la vida, contando con lo imprevisible. Teniendo la única certeza de que controlarlo todo era imposible porque estar vivos era estar en constante movimiento y que ese rumbo no siempre lo llevábamos nosotros. Y fue en ese momento cuando salimos de ese permanente estado de alerta y supimos que ya no nos podíamos aferrar a lo conocido, a lo previsible porque esa seguridad ya se había convertido en una ilusión. Y fuimos conscientes de que la única certeza era el cambio y que lo imprevisible era una forma de recordarnos que estábamos vivos.

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