Diario Digital controlado por OJD

ALGUNAS "PRINCESAS" NO BUSCAN CORONAS

Por Julia Llorente

Enviar a un amigo

 

 

Se cuestiona el calificativo de "princesa", como referente de cariño hacia las niñas, y no tan niñas, aludiendo que este ¿piropo? pudiera hacernos proclives en un futuro a caer en las redes de un maltratador. Con ello no sólo se está cayendo en un error absurdo sino que, obnubilados por discursos de este tipo, para justificar lo injustificable, hace que pasemos por alto aquellos otros aspectos reales que sí son semilla y caldo de cultivo para que se propicien desenlaces dramáticos.

Cuando a una pequeñina, sus padres, familiares o amigos, le dicen princesa ella no se siente confinada a vestidos brillantes ni coronas de perlas, lo interioriza, desde el carácter del lenguaje, dentro de un tono amable y amoroso, al igual que otras muchas manifestaciones como pudieran ser: "cielo mío", "cariñito", "mi niña"....en definitiva, se siente querida, y aceptada, sin olvidar ciertos referentes que con ello se propician.

Lo que realmente conduce a diversas circunstancias poco halagüeñas, entre otros aspectos relacionados, fatales en muchos de los casos, deviene de asuntos más siniestros. Un padre tirano, posesivo y dominante. Una madre absorbente y controladora, que busca en su hija una amiga, con la que incluso competir. Padres y madres, que más allá del rol que les corresponde, confunden: protección con sometimiento; preocupación con obsesión; amor con posesión; educación con exigencia; precaución con sobreprotección; vínculo con cadena; apego con manipulación; permisividad con desapego; ejemplo con anulación; vínculo paterno con colegueo, y un largo etc. Bajo estos parámetros se instaura la confusión y surge el conflicto, la ausencia de identidad y en muchos casos de identificación real. Nunca faltarán en estos entornos las comparaciones con otros miembros de la familia, las diferencias con los varones de las mismas y discursos como: "no vales para nada" "eres tonta" "mira fulanita, qué bien le va".... Todo ello devenido desde una proyección, y desplazamiento, de frustración parental, bien por una especie de pensamiento mágico de pretender convertir a la hija en aquello que ellos no consiguieron o su antagónico, la envidia, al comprobar que ella si es capaz de disfrutarlo. El peor resultado que contienen estos paradigmas no es otro que el discurso distorsionado: "es por tu bien, porque te queremos y nos preocupamos por ti" (quien bien te quiere te hará llorar, la letra con sangre entra...)

Se me ocurre usar como ejemplo cierto mensaje soterrado y escurridizo que pasa inadvertido en la historia "La Bella y la Bestia".

El mensaje que supuestamente quieren darnos en este cuento es, a priori, noble: no importa cómo seas por fuera, lo importante es cómo seas por dentro. Ya. Pero lo cierto es que su protagonista masculino, Bestia, no sólo es feo por fuera, es también una bestia por dentro que recluyó en la torre más alta de su castillo a Bella, a la que encerró con llave para que no escapara a su control. No sonaría esta conducta a la empleada por muchos de esos padres "protectores"?

Que desde pequeñas nos enseñen esta forma de relacionarnos no cae en saco roto, nos llamen princesas o plebeyas. Asimilamos la información y la reproducimos. Y cuando crecemos y nuestra pareja se muestra celoso y agresivo, lo identificamos como un síntoma, muchas veces inconsciente (amén de otros muchos entresijos que serían largos de desarrollar), de que nos quiere de verdad. Por ello, en otro apartado del cuento, cuando Bella consigue escapar del castillo y encuentra por el camino a otras bestias (en este caso lobos), Bestia sale en su búsqueda y la salva de una muerte segura. En la pelea con los lobos, él queda abatido en el suelo y ella casi aprovecha para continuar con su huida. Pero no lo hace. La culpa de dejar a quien acaba de salvarla, a pesar de que él la maltrató en primer lugar, no se lo permite. Así que permanece a su lado. Porque el sentido que tiene inoculado de lo que es el amor protector está contenido en este formato.

Si además le sumamos que hemos aceptado, por contagio emocional, que el amor es así, que duele, que si no nos hacen llorar no nos quieren, que si no sienten celos es que les damos igual… la situación de sometimiento es completa.

En un país no tan lejano, las mujeres maltratadas psicológica o físicamente han sido así adiestradas, desde la cuna, con el mensaje, directo o subliminal, que una relación de ciertas características no es el final, porque si tú lo haces bien y aguantas, "al final, él cambiará". Esto nos carga además de una responsabilidad que no tenemos: nos hacen creer que la solución está en nuestra mano, que el control puede ser nuestro. Y si no consigues un final con perdices, también es tu fracaso.

Ni todos los feos son buenos, ni todas las bellas son tontas, ni todos los malos son guapos, ni todas las "princesas" quieren corte, corona y perdices.

Otros artículos: