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A LA PRINCESA DIANA

Por JOAQUÍN CUETO OTÍ

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Porque “Los libros hablan, cuentan cosas, guardan las voces de los muertos.”

Gustavo Martín Garzo

 

A LA PRINCESA DIANA

¡Ay Lady Di, Lady Di!

Que a ser reina no llegaste

porque a Carlos cabreaste

por hacer de pie “pipí”

y en tu loco frenesí

a otro tránsfuga besaste

diciéndole: ¡Ay de mí!

Y tú, Carlos, te perdiste

una reina angelical,

pues atado a su ramal

ser cabestro no quisiste

y a la deriva viviste,

como un barco en temporal

que el vendaval no resiste.

Llorando desconsolada

la gentil reina Isabel,

que vive a mesa y mantel

pues es reina coronada,

se calla y no dice nada

porque en su propio vergel

es una flor marchitada.

Por culpa de la Camila,

lagarta de arte menor,

que desluciendo al amor

a la bella dama humilla,

con su engaño la mancilla

y de lady Di, su honor,

lo pisotea y lo orilla.

Lady Di desesperada

tapa su faz con un manto,

sufre  viendo su quebranto,

se refugia en su cuñada,

(que no le soluciona nada),

y desahoga su llanto

en una playa tumbada.

Allí sus dos pechos luce,

bastante lacios por cierto,

mas estando a cielo abierto

lady  Di, al vulgo aduce

que  la flacura reduce

su  busto y parece un muerto

que al cadalso se conduce.

Mientras tanto, el reyezuelo

con Camila se consuela,

pide consejo a su abuela,

(pues ya feneció su abuelo)

y esta le dice que el Cielo,

sus fechorías no cuela

y está a la altura del suelo.

Carlitos no se arrepiente

y cual villano truhán,

el majestuoso sultán

contra lady Di arremete

y el orejudo la mete

como auténtico rufián

en un escabroso brete.

yo, divorciarme prefiero

a una gresca callejera

pues no soy un cualesquiera.

Soy un príncipe heredero,

rey regente en candelero

aunque Diana no me quiera

y a quien yo ¡tampoco quiero!

Vivís feliz Isabel,

bella reina de Inglaterra.

Tu palacio es una guerra

y una lucha sin cuartel,

donde el oro es oropel

y hasta decirlo me aterra;

¡sois un enjambre de miel!

Tres hijos ya separados

de su cónyuge o pareja,

les amonesta la vieja

por sus latentes pecados

y contestan cabreados

con una cínica queja:

¡Estábamos mal casados!

Carlitos rey? no, ¡jamás!

que al olmo pedirle peras,

es pedirle a las rameras

sentirse puras, quizás

y perdón pido sin más

y lo pido muy de veras

a quienes venden su faz.

Olvida aquel día, Diana,

en que a Carlitos te unciste

pues los años que viviste

junto al hermano de Ana,

ni escuchaste la campana,

ni nunca el manjuelo viste,

ni tocaste ¡gentil Diana!

 

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