
Rafael Barret: el escritor torrelaveguense de espíritu anarquista y fama de duelista
Por JOSÉ RAMÓN SAIZ
No siempre dejamos constancia del necesario interés por defender lo nuestro y a los nuestros. Tenemos biografías de gran valor en muchos campos y para la inmensa mayoría de la población cántabra parecen personajes extraños, cuando se trata de un patrimonio de prestigio para nuestra comunidad. Es el caso del escritor torrelaveguense Rafael Barrett Álvarez de Toledo (1876-1910) al que apenas se ha dado relieve aquí y, sin embargo, es considerado por escritores de la talla de Roa Bastos o José Luis Borges como uno de los grandes de las letras españolas a caballo entre el siglo XIX y XX. En Torrelavega, su villa de nacimiento, apenas le hace justicia una pequeña calle dedicada a su recuerdo –la que en La Llama sale de Bodegas Monasterio a Manuel Carrera-, después de que se insistiera hace unos años sobre su proyección literaria gracias al empeño personal de uno de sus estudiosos más destacados, el médico y escritor Roberto Lavín Bedia (1).
Quizás no haya un escritor de los grandes sobre el que más se ha discutido en relación a su origen natal. De los archivos de la desaparecida Iglesia de la Consolación de Torrelavega -que hasta 1937 se levantó en lo que hoy es el templo de la Virgen Grande-, se desprende que Barrett nació en la entonces villa torrelaveguense el 7 de enero de 1876, dos semanas más tarde de la cuarta y definitiva época iniciada por el decano de la prensa local y, desde 1909 hasta 1937, de la prensa cántabra, El Impulsor, bajo la dirección del boticario Juan Francisco López Sánchez, así como el año de la creación de la Institución Libre de Enseñanza. Era hijo de un inglés de Coventry y de una Álvarez de Toledo, perteneciente a la familia de la Casa de Alba. O, lo que es lo mismo, Barrett tenía origen aristocrático.
Es curioso que el origen natal de Barrett haya estado perdido durante mucho tiempo en una sucesión de errores, dudas y confusiones y, aquí, cruzados de brazos, en la indiferencia. Fíjense que Armando Donoso, uno de sus primeros críticos, le dio por nacido en Algeciras; Carmelo M Bonet, señala en sus estudios sobre Barrett que nació en Argelia; de origen catalán le citó Carlos Zubizarreta; por su parte Sainz de Robles y José Luis Borges le identifican como escritor argentino y, finalmente, Eduardo Galeano afirma que Rafael Barrett nació en Asturias. Sin embargo, este genio de las letras hispanas del que muy pocos han oído hablar, aquí en Cantabria, donde sigue siendo un gran desconocido, es reconocido mundialmente hasta el punto de que el premio Cervantes, Roa Bastos, le define como el maestro de los escritores paraguayos y Borges recomendara con insistencia la lectura de su obra. Recientemente La Vanguardia, en su sección de opinión, le dedicaba una página con el título ¡Que grande fuiste, Barrett” (2), sucesión de valoraciones que aconsejan la promoción de alguna de sus obras, cuando recientemente se han editado parte de sus artículos bajo el título A partir de ahora el combate será libre.
Hombre de honor, retador y duelista, anarquista y excelente padre de familia, la biografía de este torrelaveguense es apasionante. Vamos a fijarnos en algunos detalles de su vida, dejando para otra ocasión su obra literaria. Comienza su agitada vida en Madrid donde estudia ingeniería, imputándosele en sus años de juventud una acusación ante la que se rebeló. Un conocido abogado madrileño, José María Azopardo y Camprodón, le acusó de homosexual, en aquella época un insulto de los más gordos. Lo primero que hizo el torrelaveguense fue retarle a un duelo, pero enterado el abogado acusador que Barrett manejaba muy bien el florete y la pistola, a través de amigos contacta con el Duque de Arión, presidente del Tribunal de Honor, con el fin de librarse del duelo, que finalmente dictamina que Barrett “no era digno de apelar al terreno del honor para ventilar como caballero la ofensa recibida”. Si la acusación de pederasta ya fue mucho para Barrett –un tipo guapo, alto y elegante según Ramiro de Maeztu-, el dictamen del Tribunal de Honor fue definitivo para defender su prestigio por otros derroteros. Y no le quedaban muchos, después de que seis médicos certificaran que la acusación había sido un infundio.
La ocasión la buscó y le llegó antes de su marcha al cono sur americano. El 24 de abril de 1902 en plena función del Circo Parish, en Madrid, entra Barrett y apalea ante todo el mundo al duque de Arión. La prensa de la época indica que lo hizo con saña, dolido por su honor atacado, con una fusta como si tratara de domar a un caballo. Fue un escándalo monumental en el Madrid de la época, surgido de un hombre de raza que nada le impedía defender su honor mancillado. De inmediato, los periódicos afines al duque de Arión impulsaron una campaña para sepultar al torrelaveguense, anunciando cruelmente que el joven Barrett se había suicidado en Biarritz. Todo un montaje, pero calumniado y muerto oficialmente, a Rafael Barrett solo le quedó la aventura de trasladarse a América.
No entró con buen pie en el primer país que eligió para reiniciar su azarosa vida. En Argentina es también atacado su honor por el periodista Juan de Urquía (que firmaba con el seudónimo de Capitán Verdades). Retado a duelo, éste se ampara en la descalificación del Tribunal de Honor de Madrid. Se teme a Barrett por su buen manejo de las armas y por su ímpetu no controlado, que hace que el cántabro terminara apaleando a un inocente director de hotel de Buenos Aires al confundirle con el agresor de su honor. Es otro error de la justicia pública a la que se vió abocado Barrett al negársele la reparación a su honor.
De Argentina viaja a Paraguay, país en el que nace un hombre nuevo que va a demostrar todo su talento y su capacidad de pensador y escritor. Barrett se implica con valor en la denuncia de la injusticia social, asumiendo un radicalismo próximo a ideas anarquistas. Comienza a escribir y reflejar en sus artículos el drama de una sociedad profundamente injusta en la que unos pocos ricos decidían sobre la inmensa mayoría. Las autoridades represivas desconfían de él y pronto comienza a sentir que es persona no grata para las clases dominantes; es apresado y, finalmente, deportado a la selva del Matto Grosso brasileño.
Regresado a Paraguay -país en el que vive siete años y forma su familia- es cuando en pocos años escribe casi toda su obra literaria desparramada en numerosos periódicos de los países del cono sur americano. Son los primeros años del siglo XX y ya es un adelantado en lo social y en la promoción de una conciencia ecologista, tiempos en los que hace famosa su frase “el Estado roba con una mano y degüella con la otra” (3). Escribió para una sociedad que no era la más propicia para recibir positivamente sus ideas críticas, ya que aquellos a los que defendía –a los oprimidos y a los marginados, que eran la mayoría- no sabían leer.
Murió Rafael Barrett Álvarez de Toledo en la francesa ciudad de Arcachón, donde había acudido desesperadamente para intentar superar una tuberculosis. Era un día de diciembre de 1910 a los treinta y cuatro años de edad. De su obra, ha surgido con el tiempo el mejor de los epitafios: el cántabro Barrett ha sido uno de los grandes precursores de la literatura social americana. Ante tan elocuente manifestación de reconocimiento, sólo nos cabe afirmar: ¡Gloria a este torrelaveguense!, desconocido e ignorado en su tierra natal.
NOTAS.
(1). Roberto Lavín Bedia, médico y escritor, es el más destacado experto en Cantabria de la obra de Barrett. El pasado 18 de noviembre pronunció una interesante conferencia sobre el escritor torrelaveguense en la Tertulia Goya de Santander.
(2). Gregorio Morán en La Vanguardia de 24 de mayo de 2003. En el artículo se cita a Torrelavega como lugar de nacimiento de Barrett “ cuando esta villa cántabra no era más que un importante cruce de caminos y no la ciudad industrial y maloliente que hoy es”.
(3). Rafael Barrett: el hombre y su obra, por Francisco Corral Sánchez-Cabezudo del Instituto Cervantes.
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