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GILIPOLLECES FUTBOLÍSTICAS

Por JUAN IGNACIO VILLARÍAS

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Stultorum numerus infinitus est. Ya lo decían los romanos, no se sabe quién de ellos, no se ponen de acuerdo los historiadores, que si Cicerón, que si mucho antes, una traducción del Eclesiastés por San Jerónimo, que si mucho después, el padre Feijoo, en fin, que ya no se sabe quién lo dijo, pero quien lo dijera calculo yo que no dijo cosa de más fuste ni con mayor propiedad en toda su vida.

   En el fútbol también, cómo no, tienen su asiento las gilipolleces escritas por los periodistas o dichas por los locutores y los comentaristas, éstos principalmente, pues tienen que hablar sobre la marcha y sin tiempo para determinar lo que van a decir y sin lugar a rectificaciones una vez dicho lo dicho.

   Y vamos ahora aquí, con el permiso de los lectores, a hacer una breve y apresurada antología de las gilipolleces que se dicen en las retransmisiones de los partidos de fútbol.

   Se trata más que nada de muletillas y de lugares comunes repetidos de forma más o menos invariable y maquinal, como si lo hubieran aprendido en viernes, por todos aquéllos a quienes se les da un micrófono y se les encarga la narración puntual de todo lo que pasa en el terreno de juego.

   Cuando hablan de un balón dividido, no se vayan a creer que el balón se ha partido en dos mitades, como si fuese un botijo caído al suelo, no señor, sino que habrán querido decir que el balón está más o menos equidistante entre dos jugadores contrarios entre sí.

   Cuando un defensa no se anda con contemplaciones y le pega un patadón a la pelota, mandándola lejos, generalmente fuera del campo, el locutor de turno no se privará de decirnos que dicho jugador “no se complica”. Aunque a continuación saque el otro equipo y meta un gol, el jugador que echó el balón fuera no se ha complicado según el pregonero del partido.

   Si el delantero tira a puerta según le viene el balón y no acierta, el locutor dirá que se ha precipitado. Si, por el contrario, trata de acondicionar el balón para mejor poder efectuar el tiro, pero el defensa se lo ha impedido, el locutor dirá que se ha entretenido. Aquí no hay término medio, por lo visto, o se ha precipitado, o se ha entretenido, en los casos, naturalmente, de que no se haya conseguido el gol pretendido.

   ¿Y qué me dicen de esta otra gilipollez que se oye en cada partido? “Avanza por banda derecha, tira con pierna izquierda, sale el balón por línea de fondo.” Se ha puesto de moda hablar así. Es como si se dijera: viene por acera, entra en portal, sube por ascensor, llega a primer piso, llama a puerta...

   Cuando el árbitro señala el final del partido, el locutor invariablemente dirá: “Se acabó. No hay tiempo para más.” Miren que hay maneras de decirlo; pues bien, locutores hay que siempre dicen lo mismo, no saben decir otra cosa, como si al decir que se ha acabado el partido no estuviera dicho de paso que ya no hay más tiempo. Porque es que resulta que cuando el tiempo se acaba, ya no queda más tiempo, eso es tan de cajón que callado está dicho. Lo mismo que cuando se ponen en el lugar del equipo perdedor, en cuyo caso no hay locutor que no ceda a la tentación de seguir a la manada en esto de las frases hechas, y no hay quien se abstenga en tales casos de decir “no pudo ser” para dar a entender que el equipo buscó la victoria pero no la encontró. “No hay tiempo para más” y “no pudo ser”. Lo cual no es que esté mal dicho, sino que la gilipollez consiste en decir todos siempre lo mismo, como si no hubiera otras maneras de decirlo.

   Cuando a algún jugador le infligen una amonestación en forma de tarjeta amarilla, el locutor casi invariablemente dirá que dicho jugador “ha visto la tarjeta amarilla”, como si no la hubiéramos visto todos, además del interesado. “Como ya ha visto una amarilla, si ve la segunda se irá del campo.” Pues entonces lo que tiene que hacer, cuando el árbitro saque otra tarjera, es no mirarla para no verla.

   Y es que además el locutor que se precie ni siquiera dirá tarjera, sino cartulina, que es cosa bien diferente. Una tarjeta es un objeto, mientras que cartulina es la materia de que puede estar hecha la tarjeta, que lo mismo podría ser de plástico, en cuyo caso el locutor no dirá el plástico, sino que seguirá diciendo la cartulina, esté hecha la tarjera de cartulina, o de la materia que sea. ¿Por qué dicen cartulina en vez de tarjeta? Pues porque en italiano tarjeta se dice cartolina, y hay locutores que no se quieren privar de hablar en italiano, o en itagnolo más propiamente, y así no se privan de decir tifosi, líbero, calcio, sorpasso, y otros términos italianos. Oiremos decir que tal jugador ingresó en el campo, lo cual no es que esté mal dicho, sino que en italiano en casos tales al hecho de entrar se le llama ingresso, cuando en español normalmente se diría salir al campo, y no ingresar en el campo. Lo mismo que cuando dicen, por ejemplo, que tal jugador jugará de inicio, lo cual no es que esté mal dicho, pero suena raro porque se trata de un calco del italiano d’inizio, y no hay por qué imitar a los italianos, sino que mejor sería decirlo con naturalidad y sin afectación, esto es, “desde el comienzo” o “de entrada” en vez de “de inicio”.

   Aunque, para extranjerismos, los anglicismos, lo mismo en esto que en todo, que no parece ya sino que el idioma español se estuviera rindiendo al inglés. Con el transcurso de los años los hablantes habíamos desechado términos ingleses, que por otra parte los periodistas se empeñan en introducir en nuestro idioma, pero que los hablantes rechazan como cuerpo extraño en el habla normal. Y así, ya dejamos de decir “réferey”, sino que todos decimos árbitro. No decimos ya “órsay”, sino fuera de juego; ni “córner”, sino saque de esquina. Nos quedó, eso sí, gol, pero españolizado (goal en inglés). Pero es que ahora los periodistas, inasequibles al desaliento, vuelven a la carga con sus anglicismos. En efecto, ahora la Copa de Europa, o Liga de Campeones, invariablemente será la “Championlí” para todo locutor que se precie, y cuando un jugador meta tres goles en un partido, dirán que ha hecho un “jatrí”. El cociente entre goles marcados y recibidos es el “golaverás”. Y menos mal que en fútbol no hay finales entre cuatro equipos, pues en ese caso serían la “fainalfor”. 

   Otra gilipollez invencible es el uso que hacen los periodistas del verbo firmar. Cuando el partido acaba en empate, no faltará quien salga diciendo que tal equipo y tal otro “firmaron tablas”. Tablas, sic, como si se tratara de una partida de ajedrez, y firmaron, como si los resultados se firmasen lo mismo que en otros deportes. “¿Firmarías el empate?” Así les preguntan a los entrenadores antes de los partidos, como si los empates se tuvieran que firmar. Lo propio sería preguntar si se conformarían de antemano con el empate, pero es que por lo visto las fórmulas periodísticas son fijas e invariables. Caso perdido, por tanto.

   La terminología propia de otros deportes ha pasado al fútbol, como acabamos de ver y vamos a ver otra vez a continuación. Cuando un equipo antes del final del partido ya se da por vencido, o se ve que ya no confía en sus posibilidades de evitar la derrota, dirá el locutor que tal equipo “tira la toalla.” Y cuando un equipo domina con claridad al otro, antes se decía que estaba embotellado, usando un símil bélico, pero ahora dicen que tal equipo le tiene al otro “contra las cuerdas”. Tal como si estuviéramos presenciando un combate de boxeo.

   Los periodistas deportivos confunden fallar con equivocarse. Y así, cuando el delantero tira a puerta pero el tiro se le va a la segunda grada, el locutor dirá que se ha equivocado. El verbo fallar y el sustantivo fallo no existen para los locutores que comentan los partidos. Fallar viene a ser algo así como no acertar en la ejecución de un intento, como puede ser, verbigracia, que un pase quede corto, o largo, o no llegue con precisión a su objetivo. Eso sería fallar. Equivocarse, o errar, es otra cosa bien distinta, algo así como tomar una decisión contraria a la conveniente, como podría ser, por ejemplo, pasar el balón a un jugador que está muy bien marcado, cuando al otro lado tenía a otro completamente desmarcado. Ahí sí se habría equivocado. Equivocarse es tomar una decisión inconveniente, mientras que fallar sería, sobre la toma de una decisión correcta, no acertar en la ejecución, algo bien distinto y bien fácil de entender para cualquiera que no sea un comentarista futbolístico.

  Otra gilipollez de la que no se quiere guardar ningún locutor consiste en llamar “morbo” al deseo de confrontación o desquite en jugadores y entrenadores, y así, por poner un ejemplo, cuando un jugador se dispone a jugar contra un equipo en el que antes jugó, el locutor sapientísimo dirá que “hay morbo en el campo”, o en el equipo, o en el vestuario, o dondequiera que sea. Pues bien, digo yo que si hay morbo, en tal caso habrá que llamar a la ambulancia.

   Otra gilipollez, y es que no acabamos: “El equipo tiene hambre”, tal dicen para dar a entender que no le faltan deseos de superación y afán de victoria. Y algunos lo dicen faltando a las más elementales reglas gramaticales, encima: “Tiene mucho hambre”, o “el mismo hambre”, en vez de mucha o la misma. Pues nada, si tienen hambre, digo yo, que manden traer unos bocadillos para después del partido.

   De las incorrecciones gramaticales, mejor no hablar. Como ese otro solecismo consistente en decir “el otro área”, o “el propio área”, en vez de la otra o la propia área, como debe ser si se quiere guardar la debida concordancia en género entre adjetivo y sustantivo.

   Dicen los locutores, y dicen bien, que en determinado momento del partido tal equipo está jugando a la contra. Pero en su ignorancia algunos se creen que la contra es un sustantivo, cuando en realidad se trata de una locución adverbial, y así no se privarán de decir que tal equipo ha armado la contra, o que en la siguiente contra tal equipo hizo o dejó de hacer lo que fuese. La palabra “contra” es una preposición propia, y “a la contra”, hay que repetirlo, es una locución adverbial, mientras que “contra” no es ningún sustantivo. O sí, pero en expresiones tales como “el pro y el contra”, lo cual no es el caso. No existe la contra, por tanto, sino que debería decirse el contraataque.  

   Los jugadores entrevistados sobre el mismo campo nada más terminado el partido, a veces jadeantes todavía, todos ellos de manera más o menos invariable empiezan diciendo: “La verdad es que...” Para terminar así: “Pero, bueno...” Y es que los entrevistadores tampoco les dejan lugar a mayores explicaciones, pues ellos mismos, más que preguntar, afirmar es lo que hacen, que si el partido ha sido así, que si se ha jugado así, que si se ha podido, o no se ha podido hacer más, total, que al jugador entrevistado ya sólo le queda por decir que sí, que así es, y que ya no hay nada más que añadir a lo dicho.

   En las informaciones a posteriori, sobre las imágenes grabadas el que lo pregona dirá que tal jugador en el minuto tal “pudo marcar”, cuando la pura realidad ha sido justamente al revés, es decir, que no pudo. Otra cosa sería si dijera: “Pudo haber marcado”. Pero no marcó. Que no es lo mismo. Pues sólo faltaría ya que el jugador que puede marcar no marque porque no quiere, porque si se puede hacer algo, lo que sea, y no se hace, es sólo porque no se quiere hacer.

   Más gilipolleces, veamos, allí cuando el locutor dice, por ejemplo, algo así como: “¿Y qué dice a todo esto el vestuario?” Como si las cosas pudieran pensar y hablar. Otra metonimia de lo más impropio es cuando dicen, verbigracia: “Aplaude la grada.” Lo mismo que en el caso anterior, como si las gradas pudieran aplaudir, o los vestuarios hablar. Más propiamente se diría los jugadores, o la plantilla, en vez del vestuario; y los espectadores, o la afición, y no la grada. Pero todos los locutores se apuntan a la moda, porque esto no son más que modas, de expresar el contenido por el continente, aunque ese contenido sea puramente humano. Lo cual no deja de ser una gilipollez, se mire como se mire.

   Al estadio de Bilbao, San Mamés llamado, a algún periodista inspirado un día le dio por llamarle la catedral del fútbol. Buena la hizo. No hay ahora locutor que se prive, ya sea a la primera vez que le nombra, ya a la segunda, de llamar a dicho estado La Catedral. “El Atlético de Bilbao y el Español empataron ayer en La Catedral.” ¿A qué se puede jugar en las catedrales? Que yo sepa, a nada, sino que allá se acude a oír misa, a asistir a ceremonias tales como bautizos, bodas o funerales, pero de ninguna manera a jugar al fútbol. Es que ya sólo faltaría eso, y que saliera de paso su ilustrísima el obispo en persona al palco presidencial, digo, al coro, a presidir el partido.

   Otra inclinación invencible del periodismo deportivo consiste en llamar a los equipos de fútbol por sus nombres hipocorístico, tal como se denominan en su ciudad y entre su afición. El Dépor(tivo de La Coruña), el Atleti(co de Madrid), el Barsa (Barcelona), el Compos(tela), el Recre(ativo de Huelva), el Geta(fe), el Alba(cete), y demás, que algunos de estos equipo ya estaba yo deseando que bajaran a segunda para no oír esas gilipolleces de nombres en boca de los locutores. Y es que además, siguiendo en esto a todos los periodistas en general, los deportivos procuran evitar las repeticiones de nombres propios, para lo cual acuden a otra denominación aplicable al caso, por impropia que sea, y así resulta que si han nombrado por su nombre al Real Madrid, lo siguiente será llamarle el Equipo Blanco. Después de nombrar al Barcelona una vez, a la siguiente dirán el Equipo Azulgrana. La Real Sociedad, del mismo modo, será el Equipo Churiurdín, el Éibar será el Equipo Armero, el Oviedo será el Equipo Carballón, el Huelva será el Decano del Fútbol, y el colmo ya, al Granada le llaman el Equipo Nazarí, como si aquella dinastía gobernase todavía aquella ciudad y tuviera algo que ver con su equipo de fútbol. Pero no sé qué será peor, si esto del Granada, o lo del Valencia, al que llamarán en la segunda oportunidad, con toda probabilidad, el Equipo Che, como si ese vocativo se pudiese usar también como adjetivo. 

   Las anteriores son tan sólo muestras de todas las gilipolleces uniformes que dicen los periodistas con ocasión de cada partido. A un iluminado se le ocurre un frase que él cree donairosa o ingeniosa, a éste le sigue invariablemente otro, el caso no se queda ahí, y al final todos se creen obligados a repetir la misma cantinela, con lo cual lo que no hubiera pasado de una ocurrencia de algún tío agudo, o de algún tío patoso, se convierte en una auténtica gilipollez, no ya por la frase en sí y por su falta de gracia y oportunidad, sino más que nada por su reiteración y su profusión prácticamente unánime entre todo el mester de futbolería de toda la nación. 

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