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TELEGRAMA SOBRENATURAL: RECORDANDO A D. CARLOS ALBO

Por JUAN IGNACIO VILLARÍAS

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   Los dos personajes que aquí van a aparecer son absolutamente reales de toda realidad, pero teniendo en cuenta que hace ya por lo menos medio siglo que dejaron de hacer sombra, y considerando que no dejaron descendencia, me voy a permitir la licencia de denominarlos por sus nombres verdaderos.

   El uno era Carlos Albo, de los Albos de toda la vida, los de las acreditadas Conservas Albo, de todos conocidas, y tal, pero éste venía a constituir una especie de oveja negra dentro del clan familiar, pues se apartó de las labores empresariales y prefirió dedicarse a la medicina, para venir a parar finalmente a ejercer de médico en su mismo pueblo de origen. Solterón, fina estampa, sobrio y comedido, vivía en una casa con jardín frente a la bahía, sin más compañía que la servidumbre. Mostraba una insalvable dificultar para aflojar siquiera un real más allá de lo necesario, y cuanto mayor era el cumquibus poseído, más tacaño se mostraba. O, dicho a la inversa, cuanto menos gastaba, más le quedaba, eso sí que es de cajón. 

   Yo sólo recuerdo haberle visto una vez, hablando él con mi abuelo paterno, muy niño yo, ya viejo el tal don Carlos, Carlines le llamaba mi abuelo, de eso me acuerdo.    

   El otro personaje de esta verdadera historia es, o fue, Felisa Herrería, otra que tal baila, sola con la servidumbre en su casa y solterona, poseedora de bienes inmuebles por todo el pueblo, receptora de buena guita mensual en concepto de alquileres. Al igual que el arriba citado, persona era de mucha hacienda y poco gasto, de una tacañería rayana en la pura avaricia.  

   El don Carlos de esta historia falleció, es de lo más natural, a saber adónde iría a parar su fortuna, sobrinos no le faltaban, ni fieles servidores de toda la vida. Ni hijos naturales, si hay que decirlo todo y aunque no esté bien que se diga.

   Pues bien, en aquel tiempo ya tan lejano, unos chuscos dieron en la estrafalaria idea de gastarle una broma macabra a Felisa Herrería, el otro de los arquetipos locales de persona acaudalada y enemiga del gasto. A saber quiénes serían, pues no se supo nada acerca de sus identidades, aquellos guasones impertinentes, es de suponer que algunos de esos señoritos que están todo el día metidos en el casino, ociosos y sin saber ya qué hacer para espantar el aburrimiento. El empleado de telégrafos que les atendió, lógicamente, obligado quedaba a guardar el reglamentario sigilo profesional.

   Un telegrama se redactó, se envió, y se recibió. Destinataria: Felisa Herrería. Remitente: Carlos Albo, que santa gloria haya, desde el más allá. Texto: “Gástalo todo ahí, que aquí no vale.”

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