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POLÍTICAMENTE INCORRECTO

Por JUAN IGNACIO VILLARÍAS

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   “No hay ciudadano menos libre que aquél que actúa y piensa sugestionado por la propaganda” (Oswald Spengler). ¿De verdad nos consideramos libres al aceptar la realidad que se nos impone? O dicho de otra manera. ¿De verdad elegimos libremente el abandono de nuestra libertad de pensamiento? “No hay peor tiranía que aquélla que se ejerce con apariencia de democracia” (Arthur Schopenhauer). ¿De verdad nos creemos que vivimos en libertad?

   No sé ustedes, pero un servidor, desde luego que no. ¿Y por qué no? Veamos por qué no. Sabemos quiénes ostentan (por no decir detentan) el gobierno que nos gobierna, ¿pero sabemos quién gobierna a los gobernantes? Sabemos, o dejamos de saber, que el mundo, o medio mundo por lo menos, está manejado desde las sombras, a saber por quiénes y con qué propósitos. Clamamos contra los atentados islamistas, nos hartamos de protestar contra la entrada masiva e incontrolada de musulmanes, entre los cuales no faltan aquéllos que vienen a cometer atentados mortales indiscriminados contra la población, ya no sabemos dónde van a atentar y a quiénes van a coger en medio, tan sólo esperamos que a nosotros no, ni a nadie con nosotros relacionado. ¿Pero de verdad nuestro gobierno es libre para tomar sus decisiones? ¿O tiene que seguir, por el contrario, los dictámenes impuestos por el Nuevo Orden Mundial (así llamado, como lo podríamos llamar de otra manera, pues su nombre, si es que le tiene, no es ése)? El cual establece que una nación, la nuestra en este caso, no tiene derecho a defenderse de la invasión que otros llaman inmigración, sino que tiene que abrir sus puertas de par en par y así dar entrada a todo el que se presente, sea quien sea y venga de donde venga y a lo que venga.

   Y si no estás de acuerdo, vete y reclama. ¿A quién? Al maestro armero. ¿Y ése quién es? Nadie, sino un personaje de fábula, el receptor imposible de reclamaciones inútiles. Y si te pones pesado, si quieres hacer oír tu voz, te tapan la boca llamándose racista, xenófobo, fascista, y qué sé yo.

   Un servidor ha alcanzado ya una edad (¡ay de mí!) que me ha permitido vivir la segunda parte del franquismo, bien diferente, por cierto, de la primera, menos mal que me tocó la parte buena. Cuando llegaron los libertadores del pueblo oprimido, recuerden, el nuevo gobierno democrático, surgido de la voluntad popular libremente expresada, devuelto ya por fin el protagonismo al pueblo, y tal, aquello era un verdadero desastre. Conflictividad laboral, cierre de empresas, enfrentamientos en la calle, atentados terroristas casi a diario, inseguridad ciudadana, paro obrero, en fin, un país enfrentado y arruinado. Hasta el punto de que se hablaba del desencanto, así mismo se decía, pues nos habían hecho creer que la democracia iba a ser la panacea universal, el diacatolicón como si dijéramos, que nos iba a traer la felicidad a todos, o a todos menos a los fachas, ésos que se fastidien, ¿qué nos importan ésos? Los entusiastas de la democracia, es decir, aquéllos que se dejaban conducir en sus apreciaciones y deseos por la prensa, argumentaban que bueno, que sí, pero que “por lo menos ahora ya se puede hablar, que antes no se podía.”

   ¿No se podía hablar antes? Yo por lo menos nunca me callé por nadie ni por nada, ni antes ni ahora. Yo he presenciado innumerables discusiones entre partidarios y detractores de aquel régimen en aquel tiempo, en la calle, en la taberna, en el centro educativo... Y nadie tenía miedo de hablar, ni a nadie le pasó nada por haberle dado a la maldita.

   ¿Se puede hablar hoy? Claro que sí. Pero siempre y cuando que no te expreses en contra del islamismo (islamofobia), de los judíos (judeofobia), de los maricones (homofobia), de las feministas (ginecofobia), de los negros (nigrofobia), de los inmigrantes en general (xenofobia). Nada de fobias, por tanto. Puedes, eso sí, pues no faltaba más, expresarte en contra de España y su unidad, del cristianismo y de lo más sagrado.

   No puedes opinar libremente acerca de la historia más reciente. Si se te ocurre decir que eso del holocausto de los judíos, pues bueno, que no sería para tanto, si lo pones en duda, y mucho más si no lo quieres dar por cierto, puedes incluso ir a parar al mismísimo trullo. Te ofrecen una interpretación de la historia, la interpretación interesada de los vencedores, y te obligan a creerla. Y si no te la crees, palo. ¿Y a eso lo llaman libertad?

   Cuanto más le obligan a uno a encauzar su pensamiento y unificar sus opiniones, más se rebela uno contra esa imposición. Sería de lo más natural, pero es que a muchos esto no se les alcanza, sino que siguen la senda que les marcan, sin el más mínimo espíritu crítico. Hoy en día hay que rebelarse contra la tradición y el buen orden, es lo correcto por lo visto, hoy la consideración de rebelde se ha convertido en virtud, pero es que, a fuerza de querer ser rebelde, se acaba uno por uniformar. Si todo el rebaño se rebela contra el pastor y se marchan todos juntos al monte, cada una de esas cabezas de ganado menor se habrá constituido, no en un rebelde al uso, sino en un sujeto de lo más aborregado, a poco que uno se detenga a considerarlo. Los hay, por el contrario, que se rebelan contra la rebelión y siguen el camino que han seguido siempre. Un servidor, cuanto más le quieren imponen las ideas de la dictadura de la corrección política, más incorrecto políticamente se vuelve.

   En suma, y para terminar, ¿tenemos libertad de expresión? Pues claro que sí. Puedes decir lo que quieras, pues no faltaría más, pero ten cuidado con lo que dices.         

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