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UN RECUERDO DE LA LABOR CULTURAL DE BENITO MADARIAGA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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LA MUERTE DE BENITO MADARIAGA me trae a la memoria un artículo que dediqué en 2004 -hace ya quince años- a su gran labor cultural y a sus investigaciones y trabajos sobre José María de Pereda y Benito Pérez Galdós. En su recuerdo y en homenaje a su gran legado, recupero este trabajo de mi hemeroteca.


El Cronista Oficial de Santander, don Benito Madariaga de la Campa, acaba de recibir con todo merecimiento la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, una institución que ha cumplido los setenta años y que ha ocupado alguno de sus trabajos de investigación más relevantes. La obra editada de Madariaga es importante y variada, llena de contrastes, ya que pocos saben que este hombre de letras se hizo veterinario en la Universidad de León, profesión que ha ejercido durante varias décadas, brillando con luz propia en las letras en las últimas tres décadas. Como lector de su amplísima obra, tengo especial predilección por cuatro títulos: Galdós, una biografía santanderina (1979); Pereda, biografía de un novelista (1991) Crónica del Regionalismo en Cantabria (1986) y Antología literaria del regionalismo (1989), trabajos de gran profundidad y altura de los que he extraído numerosas referencias con las oportunas citas al autor.

De la extensa obra literaria de Madariaga llama la atención su capacidad para escribir sus libros sobre José María de Pereda y Benito Pérez Galdós, dos escritores distintos y distantes, de ideologías casi antagónicas y que, sin embargo, ejercieron la tolerancia y el respeto, que se transformó en afecto y admiración mutuas, en lo que fue una relación ejemplar en un tiempo en que el pensamiento y posicionamientos políticos elevaban murallas casi insalvables. Pereda fue diputado católico, tradicionalista y carlista en una legislatura del último tercio del XIX; Pérez Galdós llegó a las Cortes en torno a 1909, primero fue un ferviente republicano y anticlerical, para después enrolarse en las filas del socialismo obrero de Pablo Iglesias. Más distancia ideológica imposible y, sin embargo, Madariaga ha biografiado sus vidas literarias asumiendo una síntesis de sus distantes ideologías y estilos literarios.

La obra de Madariaga de la Campa sobre estos dos genios de nuestras letras representa una aportación valiosísima para conocerlos de cerca, casi en familia, disfrutando de sus obras e iniciativas. El libro sobre el escritor canario refleja la profundísima huella que Galdós dejó en Santander y en su palacete de San Quintín, en La Magdalena, donde elaboró y firmó alguna de sus obras más polémicas. La falta de visión y, sobre todo, el sectarismo en los años veinte y treinta del pasado siglo, impidieron que San Quintín fuera hoy el gran museo galdosiano, que finalmente fijó su sede en la tierra natal del escritor, donde Madariaga se ha ganado una alta consideración como experto y crítico de su obra. Sin duda, que Benito Madariaga de haberse llevado a buen fin aquella propuesta, sobre todo cuando el conocido palacete se puso en venta a raíz de la muerte, en 1920, del escritor, estaría dirigiendo con todo honor y relevancia ese museo que perdió la tradicional desidia.

Sobre Pereda quedan pocos secretos del escritor de Polanco que no haya escrutado Madariaga, a la par que ese profesor de Birmighan tan dentro del paisaje perediano que es Anthony H. Clarke. En esta pasión perediana hemos coincidido en iniciativas, una de las últimas cuando en la exposición El Siglo de los Cambios, en Torrelavega, que homenajeó a más de un centenar de importantes biografías cántabras, reunimos a cuatro generaciones del escritor en el día de homenaje a su legado. Lo mismo ocurrió en la jornada institucional de Manuel Llano, de cuya biografía y obra es experta su esposa, Celia Valbuena, sumando ambos trabajos de gran interés y calidad.

Sus obras sobre el regionalismo, especialmente en la faceta literaria y cultural, reflejan una guía para profundizar en biografías importantes del pensamiento y de nuestras letras que a partir de finales del XIX fomentaron un regionalismo literario con igual ímpetu que movimientos del mismo tipo de desarrollaban en Cataluña, en cuyo auxilio y defensa de la lengua catalana acudieron Menéndez y Pelayo y Pereda como mantenedores de los Juegos Florales de Barcelona. Se trata de un gran trabajo que demuestra que ese movimiento que fraguó políticamente al amparo de la Constitución de 1978, tiene raíces viejas y profundas entroncadas en el espíritu del montañesismo que Madariaga protege con especial devoción. Nombres importantes desfilan por sus páginas, como Menéndez Pelayo, Pereda, Gumersindo Laverde, Amós de Escalante, Luis de Hoyos Sainz, José María de Quintanilla (Pedro Sánchez), sin olvidar a cántabros que destacaron en la ciencia como Augusto González de Linares y el doctor Enrique Diego Madrazo, dos biografías del republicanismo montañés. De todas estas grandes biografías, la de Pereda se proyectó como padre del regionalismo literario que se expresa con toda intensidad en su obra Peñas Arriba.

También el regionalismo –ya más en clave política- de la II República ocupa la atención de Madariaga en esta obra, al tiempo que hace un repaso a reivindicaciones de gran calado popular que alentaron un espíritu regional. Cuando en el periodo republicano el diario El Cantábrico defendía un Estatuto para el País Cántabro, ya habían dejado fecunda semilla de regionalismo Mateo Escagedo Salmón, cronista oficial de la provincia; el activo político Santiago Fuentes Pila y el arquitecto Leonardo Rucabado, principal representante de la arquitectura regionalista cántabra. Al mismo tiempo, los movimientos periodísticos alumbraron cabeceras como La Región Cántabra (1907), Revista Cántabra (1908) y El Regionalista Montañés, como semanarios, o periódicos tan expresivos en sus títulos como La Voz de Cantabria (1927) y El Pueblo Cántabro (1914). En esta obra es muy generoso Madariaga cuando nos coloca “a la cabeza de los principales difusores del movimiento regionalista cántabro” (pp.271-72), quizás por los cientos de artículos publicados sobre la materia y los libros en los que he analizado la cuestión cántabra.

La Universidad Internacional Menéndez Pelayo y su rector, García Delgado, ha tenido la feliz iniciativa de este homenaje a Madariaga de la Campa, que tuvo como introductor a la hora de valorar sus múltiples méritos otra figura importante de la investigación histórica sobre Cantabria como Joaquín González Echegaray, que entendemos es también merecedor de reconocimientos públicos por su extensa obra, de la que destacará siempre como referencia que alcanzará a generaciones futuras su meritorio libro Los Cántabros que va camino de su octava edición.

Después de estos honores merecidos, seguiremos encontrándonos felizmente a Benito Madariaga ejerciendo su magisterio de Cronista Oficial por las salas de la hemeroteca y la biblioteca pública de la calle Gravina, secciones tan abandonadas que solo mitiga la atención y el buen trabajo de sus funcionarios municipales y autonómicos al depender de una doble titularidad. Cuando se visitan instalaciones parecidas en ciudades, incluso de menor rango que la capital de Cantabria, se aprecia lo mucho que se ha avanzado en este campo, mientras que lo nuestro está sumido en un abandono que viene de lejos, sin que unos y otros lo hayan reparado. Desde hace años, ya no hay sala de investigadores, las máquinas para visualizar las publicaciones microfilmadas presentan un deterioro enorme y aun hay muchos fondos amenazados al no conservarse adecuadamente a través de las modernas técnicas.

Cuidando eficazmente fondos hemerográficos tan importantes y dignificando el trabajo del investigador, seguro que sería para Madariaga un gran motivo de satisfacción y de reconocimiento a todos los que nos dedicamos a esta impagable tarea, representados en la ilustre persona de don Benito Madariaga de la Campa.

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