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LA PELOTA LLORA POR MARADONA

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Todo en Maradona era pasional, excesivo y generoso. De orígenes humildes, en sus dos años en Barcelona flotaba en una nube, todo le parecía bien y notaba que el mundo empezaba a arrodillarse a sus piés. Nicolau Casaus, que empezó a tratarlo a los 17 en Argentina le hacía de padre adoptivo, consejero y benefactor. El vicepresidente del famoso puro y El Pelusa hacían una extraña pareja, cándida y cariñosa. Casaus, de mirada larga, fue el primero en comprender que su vida no sería fácil. Había un Maradona genial y mágico en el campo que entusiasmo a la afición en los calentamientos y otro detrás de las cortinas del fútbol.

El Barça había juntado a Schuster y al Pibe y eso trastocó el mundo del fútbol. Las expectativas fueron máximas. La sola imagen de Bernardo, así lo llamaba, y Diego en la misma habitación del hotel, el alemán intentando dormir, y el crack escapando a otra habitación más divertida, explica como era de explosivo aquel Barça. Fueron amigos, pero no lo fueron tanto del entrenador, el férreo Udo Lattek, que se dirigía a Maradona llamándole ‘ese chico’. Núñez apostaba fuerte, pero no siempre los protagonistas enganchaban.

Maradona era agradecido. Repartía dinero, invitaba a periodistas en su casa, se dejaba hacer fotos en la ducha, en la playa, en su cumpleaños, cortando un pastel. Por él se cambiaron los hábitos y horarios de los entrenamientos, que pasaron a ser de tarde con Menotti. Pudo ser el amo de Barcelona pero en su camino se cruzó la hepatitis, Goikoetxea y una tendencia al desenfreno. Dejó goles espectaculares. Marcó 43 tantos en 73 partidos, muchos de ellos quedaron grabados en la memoria y solo obtuvo tres títulos menores. 1.200 millones le costó al Barça la novela.

Hizo milagros, por eso es Dios, bien que lo saben los argentinos que lo idolatran hasta el delirio. Hizo campeón al Nápoles ante los ricos y aristocráticos equipos del Norte italiano y a una Argentina ardorosa la llevó a ganar el Mundial de México-86 por su determinación y ambición. Por el camino dejó ‘el gol del Siglo’ y ‘La mano de Dios’ a Inglaterra que desbordó el llanto reivindicativo en su país. El inolvidable Robson diría: “Está bien, el primero lo marcó con la mano, pero el segundo valió por dos”. Italia-90 fue un torneo contra Maradona cuya selección, dirigida por Bilardo, llegó diezmada de jugadores en la final ante la ganadora Alemania.

El doping reiterado y la dejadez acabaron arruinando su salud y su imagen, no sin antes enseñar al mundo con orgullo que se había codeado con la clase más revolucionaria de la izquierda de latinoamérica.

Tan inconsistente en su vida como maravilloso con el balón, era un mito viviente lo seguirá siendo después de muerto porque sus devotos, sus fieles, van a perpetuar su leyenda hasta lo indecible. Como ‘cebollita’ un día soñó con reinar para repartir felicidad, pero por su camino le esperaban peligrosas emboscadas que no supo ni quiso advertir.

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