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NEGACIONISMO

Por JESÚS MANUEL LÓPEZ

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La banda terrorista etarra es uno de los últimos  recuerdos del horrendo franquismo, dice R. Díez. Y, en un acto reciente en Madrid, criticando la amnesia que sobre el tema parece ir imponiendo sutilmente el "establishment", explicó que podemos correr el riesgo de caer en lo que se viene llamando el "negacionismo".
Esta palabra se hizo popular para expresar la negación del holocausto; pero luego se ha extendido a toda negación y/u ocultación de hechos históricos de represión y muerte de épocas pasados. Sin embargo en la ciencia también se da; por ejemplo se ha dado, en la negación del VIH(Sudáfrica)  como causa de SIDA, o en la negación de la morbilidad por causa del tabaco (EEUU).
Tanto la ONU (2007), como el Consejo  de la UE (2008), dictaron resoluciones en favor de la lucha contra este tipo de manifestaciones, considerándolas punibles. De hecho, hay bastantes países, sobre todo centroeuropeos, que lo sancionan específicamente y, en otros, hay sentencias o apartados del Código Penal que lo sancionan, aunque de forma más genérica o inespecífica.

En el caso que nos ocupa, ¿hay indicios que nos lleven a pensar que en España pudiere suceder lo mismo-pasado un tiempo- con la historia del vendaval de muerte y represión etarra de los últimos 40 años?
Pues la verdad, escuchando lo que se comenta de la famosa "hoja de ruta", parece evidente que sí hay indicios. Ya han elaborado (victimarios y monaguillos) un "programa" para concluir que la etiología de lo ocurrido se debe hacer siguiendo sus pasos, partiendo de que todos somos víctimas y, por casualidades de la historia, también victimarios; o sea, todos responsables de lo ocurrido. En definitiva, la "hoja" nos dice que lo que pasó no es cierto y que vamos a construir “juntos” la historia. Y aquí “su” paz y después “su” gloria.
Adornado con palabras hermosas (reconciliación, paz y amor, etc.), convertidas en mágicas gracias a esos símbolos (la “hoja” salió de Guernica) y rituales del credo (por el devenir de nuestro pueblo), para que terminen envolviendo la realidad y, sobre todo el pasado –de eso se trata-, en un hipócrita relato sin culpables, o siendo todos un poco.
Que digan esto los asesinos y adláteres, pues vale, forma parte de su ponzoñosa retahíla. Porque ¡es tanta muerte la que tienen sobre sus espaldas; tanta insania mantenida a su alrededor –todavía hoy-!, que hasta el más protervo de los humanos sucumbiría ante la imagen de este espejo. Por eso siguen ahí, para cambiarlo. Como decía Maite Pagazartundúa, ahí sigue “la toxicidad ambiental”, un vínculo de pensamiento obligatorio, que fuerza al silencio o a la diáspora y que sostiene esa locura social. Ahí siguen los chivatos de los asesinos; ahí siguen los que lo han aplaudido y alentado; ahí sigue el “ambiente” manteniendo el estigma sobre la víctima, sobre la opinión no negacionista; ahí siguen los acosadores, los –otra vez palabras de Maite- miles de involucrados en los delitos que se pasean por la calles como si nada; ahí sigue “el ambiente”, porque, en muchos casos, siguen siendo el “ambiente” –ver Ondárroa-. Por otro lado, ahí siguen los 700 asesinos en las cárceles, callados junto a la corrupta opacidad de ese “ambiente”, para que los 326 asesinatos sigan sin esclarecer y sus asesinos impunes. Y así, en ese clima de cinismo patológico, se dan hoy conductas de protestas, por ejemplo, porque funciona mal la recogida de basuras –en algún pueblo donde gobierna Bildu- y, sin embargo, han sido capaces durante años de aguantar los efluvios del crimen sin rechistar, o rechistando con brindis.

Decíamos que eso era la “normal” patología que salía de la corrupción criminal y la de sus acólitos. Pero ¿cómo es posible que se pueda dar el silencio en tanta gente? ¿Cómo puede ser posible la pasividad de los que deben decidir con firmeza y justicia cuando, por ejemplo, al asesino se le llama preso político? Algunos, con esas “sublimes” palabras, defienden su postura diciendo que pedimos venganza y no justicia ¡Falsedad! La venganza es un castigo unilateral del ojo por ojo; y aquí se pide justicia que, en democracia, la administran los jueces, sin atajos, a través de las leyes democráticas.  Pero pienso que esa postura es la tapadera para “dejar hacer, dejar pasar”. ¿Por qué? Por falta de valor, por cansancio o para no romper esta especie de creencia mística –“paz y amor”- con el que tratan de confundirnos. Mas no podemos echar nuestra firmeza ética por la borda. Y menos el Estado democrático, ¿por qué no se defiende y esclarece la historia? ¿Miedo a ciertas cosas mal hechas? ¿Miedo al posible enfado nacionalista? En vez del tupido velo, debiéramos debatir, libres, como nos exige la democracia, y hacer política diáfana,  y justicia.
Jesús Manuel López – Miembro de UPyD de Cantabria

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