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Partidos políticos, organización, complejos y vanidades.-

Por JESÚS MANUEL LÓPEZ

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El filósofo J.L. López Aranguren, en un libro sobre ética y felicidad, analizando “la ética en la comunidad adulta”, nos recuerda lacónicamente que, según Adam Smith, somos seres egoístas. De un egoísmo “pueril” al principio, tendente a la inmediatez pero que, educado, ajustado, irá hacia un “egoísmo racional” de “moral asociativa”, con perspectiva de futuro.

Lo anterior viene a cuento por la dificultad que conlleva la gestión de asociaciones de enjundia como los partidos. Entendiendo que es la manera más apropiada de organizarnos en democracia y estando abiertos a cambiarla por otra que se demuestre mejor, pretendo salir en defensa de este tipo de organizaciones, desde la receptividad, con humilde conocimiento de las dificultades que entraña su gestión y teniendo en cuenta las críticas que demanda la ciudadanía para su mejora. Sé que el momento no es nada “correcto”.

A los partidos llegamos voluntarios y libres, con nuestra microcultura y nuestra mochila o bagaje personal. Con más o menos conocimientos, con o sin complejos, con más o menos deseo de notoriedad; en definitiva, con un nivel de madurez y preparación en todos los ámbitos (intelectuales, emocionales, interpersonales…). Se acerca gente preparada, abierta, honrada, que piensa en los principios que guían al partido y la manera de llevarlos a la acción, para el bien del país. Pero se acercan también personas acomplejadas, u obsesas de vanidad, badulaques, que obnubilan su intelecto y razón desde su fastasmática, y que sólo piensan en la inmediatez de los resultados, no importándoles ni proceso a seguir, ni medios a utilizar, sólo “su” fin.

Esto es muy complicado de gestionar porque no tiene una lógica sencilla. Con las personas de las primeras características es más facilitador el progreso, la madurez personal y del grupo, la cohabitación de la lealtad y la crítica, necesario todo para crecer. Pero con las personas de las segundas características, deviene la paranoia nacida de todos esos complejos y fantasmas, bloqueando la acción productiva del grupo, creando la desconfianza mutua, la insania interpersonal.

Los partidos deben ser un medio para solucionar problemas al ciudadano; pero pueden convertirse en fin en sí mismos, máquinas para “pillar” votos y, así, sostener o coger el poder. Esto último es la versión endogámica a la que hoy, en buena medida, se ha llegado. Por eso es muy sencillo simplificar la complejidad y llevarla al estereotipo; es decir, “todos los partidos son iguales, todos los políticos actúan…”, etc. Tranquiliza mucho, pero ni es justo, ni es verdad. En política (en la vida) debiéramos dar más de una vuelta a la mayoría de la cosas, analizarlas.

¿Qué debe/puede hacer un partido, internamente, para que cumpla su función? Básicamente, los partidos deben sacudirse los vicios derivados de esa endogamia, agilizando la participación, la deliberación y la desburocratización, para que los ciudadanos se acerquen libremente y puedan trabajar con responsabilidad e interés por una común prosperidad; descartar la profesionalización, logrando un compromiso durante un tiempo para representar al ciudadano; contactar permanentemente con la calle.

Pero el peligro no viene solo del “aparato”. A los partidos llegan personas con fines particulares (individuales o grupales) nacidos de sus desequilibrios, nada visibles y que pueden pulverizar las dinámicas internas democráticamente elegidas.

¿Cómo librarse de la codicia, la vanidad exacerbada, el ansia de poder, la estulticia, que tanto mal hacen a la organización y ética políticas? No es nada fácil, todos sabemos disfrazar de virtud lo más perverso, y sabemos el resultado cuando estas patologías construyen clanes y “aparatos”.

Todos los partidos tienen sus normas democráticas. Pero son las personas con aquella “mochila” las que las gestionan; y si no hay grandes equipos  cimentados en la virtud para que esas normas se cumplan y para que la transparencia y el fin prevalezcan, ya vemos lo que puede suceder.

De ahí la importancia de que las personas sensibles y honestas se acerquen, para que el “egoísmo pueril” no prevalezca; o ¿“tenemos lo que nos merecemos”? Pero también, de que los partidos se estructuren con madurez y equilibrio democráticos, con firmeza, para que el “pueril” beneficiario no participe, y en favor del “racional” beneficio social. 

Asimismo es vital la actitud de la prensa, su “deber” pedagógico, de llevar la información contrastada para mayor conciencia ciudadana. Y también para que cualquier codicia disfrazada de angélica víctima no salga en las primeras páginas sin razón evidente, sólo por la fútil notoriedad, reventando años de trabajo honrado en agrupaciones.

Volviendo al principio. De la cultura anglosajona, más asociativa y analítica, más racional y fría, y de la nuestra, más comunitaria, con más vínculos interpersonales, pero más primaria y endogámica, ¿podríamos concluir un mestizaje como guía equilibrada de dinámica organizativa para nuestros partidos? Nosotros estamos en ello. Es complejo, pero necesario.

Jesús Manuel López – Consejero Político de UPyD

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